martes, 23 de febrero de 2010

Protocolo olvida el ídem

A mi me gustaría encontrarle un novio a Protocolo. Si mi madre pudiera leer esto seguro que me daba con un palo en la cabeza hasta que decidiese buscarme uno para mi misma, pero a mi eso de los novios no se me da bien. De verdad que no me sale.

Soy una buena amiga, se hacer punto de festón, puedo poner los párpados del revés y a veces hago tiramisú... pero lo de ser novia de alguien no se cuenta entre mis talentos. Es como lo de conducir: lo hago si no me queda más remedio y de bastante mala gana.

Una vez tuve uno que me duró bastante. Demasiado, pienso yo, porque en vez de ser como esos chicles que de tanto masticarlos no recuerdas ni de qué eran... El mío al final sabía raro.

Decidí centrarme en los caramelos y escupirlos rapidito.


Me acuerdo que una vez, cuando era pequeña y feliz, mi madre me compró un montón de gominolas para una excursión. Me encantaban unos corazones de fresa y melocotón y comí muchos, quizás demasiados.

Yo no tengo nada en contra del transporte público, pero yo en el autobús me mareo como un mono en una lavadora. Me pone el glamour bajo y se me va la vida. Lo peor es que ya de pequeña era igual de repelente e individualista. Es de nacimiento.

Total, que el atracón de corazones de gominola acabó sobre la moqueta del vehículo infernal. Es cierto que en general desapruebo las moquetas, y más si son de motivos florales como era el caso, pero juro que no lo hice a propósito.

La histeria infantil alcanzó cotas de delirio. La profesora me bajó del autobús y me hizo pasear para que me “diera el aire”, pero yo tiritaba como un mono del Amazonas al que le arrancan el pellejo y lo obligan a subir al Himalaya.

No guardo muy gratos recuerdos de aquella excursión, vaya, y lo peor de todo es que nunca más pude comer las gominolas de corazón, ni acercarme a nada que oliese parecido, ni comer yogur de melocotón o refrescos supuestamente tropicales...

Creo que con los novios me pasa igual. Con un empacho he tenido suficiente.


Protocolo, en cambio, tiene madera de novia. A mi me lo parece, y cuando me sobreviene una idea es necesario un comando de operaciones especiales para desalojarla de mi cerebro.

El sábado teníamos un plan. Esto es un secreto y si Protocolo se entera me fulminará con su mirada de loca peligrosa, que ya la he visto el propio sábado y da miedito.

Tito tiene un amigo que a mi me cae bien (requisito imprescindible para enmarañar a alguien con una amiga mía), me parece muy buena persona, y creo que pegan bastante. Además, ya hace meses que lo dejó con su novia eterna, y Tito y yo pensamos que ya está preparado para embarcarse en otra aventura.

Intentar este collage inmediatamente después de la ruptura habría sido un error, pero Tito y yo somos tozudos pero pacientes.

El plan era tan simple como aparentemente eficaz: Tito queda con el Kinder, nos los encontramos en el Garoa y surge el amor. Así de sencillo.

A mi, al menos, si me intentan convencer de las bondades de alguien se me disparan las alarmas de inmediato, así que me ahorré eso de “Tito tiene un amigo que es perfecto para ti” y sólo me puse más pesada que una vaca en brazos para que Protocolo se pusiese un vestido, en vez de los vaqueros con jersey que tenía en mente para combatir el frío. El confort y la seducción son como el bien y el mal: dos fuerzas opuestas que nunca podrán reunirse.

La cosa marchaba según lo previsto: Tito y yo nos pasamos la noche presuntamente enfrascados en una interesantísima conversación privada que obligaba a nuestras víctimas a relacionarse entre ellos. Cerramos un bar y después otro... y tras la última discoteca Tito me confirmó que el Kinder estaba predispuesto a entrar a matar, así que fuimos todos a desayunar para darles más margen. Yo ya me veía teniendo que fumar un puro para poder decir aquello de “me encanta que los planes salgan bien”.

El local estaba a tope de macarras comiendo pizzas, niñatos beodos y chonis con ese deplorable aspecto de pintaputa que te da el rimmel corrido. Conté 4 tangas fucsia, 5 de encaje negro, 3 de motivos infantiles y hasta una de leopardo. A este paso creo que podría escribir una tesis sobre las rajas del culo en la post-adolescencia. Conseguimos hacernos con una mesa y pedimos nuestros menús preventivos de resaca. El camarero obviamente no había estudiado alta hostelería en Lausanne, pero nos arrojó la comida sobre la mesa con bastante rapidez. La conversación fluía, y a las 7h de la mañana hace bastante hambre, así que todo se estaba desarrollando según lo previsto. De pronto, el tímido Kinder se lanza:

- Yo vivo muy cerca de aquí, así que podríamos ir a dormir a mi casa.

Yo miré preocupada a Protocolo, que pensé que se me ahogaba con la hamburguesa.

- ¿Qué me dices? - le insistía él

La pobre Protocolo masticaba a la velocidad de la luz, entre atragantada y confusa.

Nos miraba y masticaba, que ella está bien educada y lo de no hablar con la boca llena era más fuerte que la presión por salir del atolladero.

Protocolo, al fin, tragó el bocado:

- Yo también vivo muy cerca - contestó para eludir la cuestión.


Tito y yo miramos al Kinder:

-Te estoy ofreciendo sexo- apuntilló él- aunque si quieres también tengo más camas, podéis venir todos.


Tito y yo miramos a Protocolo:

- No, gracias

- Yo es que ya vengo follada de casa - añadí yo para suavizar la tensión del ambiente.


Tito se moría de risa y parecía que la cosa había acabado ahí cuando:

-Reitero mi ofrecimiento de sexo

- No

-¿Por qué no?

- Porque no

- Pues sólo dormir

- Noooo

Los ojos azules de Protocolo iban volviéndose más intensos cada vez que él insistía. Yo la miraba y juraría que ya estaban fosforitos. Tito intervino:

- Bueno... él no ha estado muy acertado...

- Más bien torpe- añadí yo

- ...Pero lo que quiere decir... - siguió Tito

- Es que estoy enamorado- intervino Kinder.


Todos le miramos

-¿Qué? - contestó él a nuestras miradas de “cállate, cállate”- ¿no ibais a decir que me había equivocado en las formas? Pues es verdad, es que hace 8 años que no le entro a una tía y he perdido la práctica. Estoy completamente fascinado y quiero hacer el amor contigo -añadió mirándola.


No hay ni que decir que la cosa no acabó como habíamos planeado, y que por primera vez en mi vida logré ver a Protocolo enfurecida y siendo bastante borde, la verdad.

A mi me da bastante pena, porque, aunque Kinder haya metido la pata, en realidad yo creo que es todo un error de forma, pero no de concepto. Espero que la Administración Protocolo le de una prórroga para subsanarlo.

1 comentario:

  1. Pues al pobre Kinder se le podrán achacar muchas cosas, pero no la de falta de sinceridad. La verdad, a estas alturas de nuestras vidas, se agradece una pregunta directa y sin tapujos, sí o no y ya, sin más filosofías ni explicaciones, si lo que quieres es sólo sexo, claro.

    ResponderEliminar