jueves, 28 de enero de 2010

Con el glamour bajo (y puede que algo resfriada)

Gabrielle Chanel que estás en los cielos
santificado sea tu LBD
venga a nosotras tu sastre en tweed.
Hágase tu voluntad, así en la ofi como en el brunch.
No nos dejes caer de los tacones, y líbranos de Pe.
Amen

martes, 26 de enero de 2010

Prefiero una aeronave

Estoy en una edad difícil. A mi no me lo parecía, pero lo estoy empezando a notar por lo nerviosa que está la gente en mi entorno. Debe de ser una cosa dura tener 34 y estar sin pareja. Yo no me daba cuenta, pero por lo visto ha de ser como tener un virus asqueroso e inconfesable del que te quieres librar cuanto antes y que nunca se sepa.
Yo me lo paso bomba, para qué negarlo… pero debo de ser mema y no ser consciente del enorme problema que tengo encima ¡A ver si me voy a morir de esto y no me había ni coscado!
Ya estoy viendo los titulares de la prensa de aquí: insensata local fallece a causa de una pertinaz soltería.
El caso es que yo pensaba que al dejar al Bellísimo también me libraba de la presión embarazosa… pero ¡qué va!
El otro día me encontré con una chica que conocí cuando vino a hacer las prácticas con nosotros en Ocio Remunerado. Es fácil calcular que no había cumplido los 22 años, y en cambio ya tenía planes de tener 2 hijos antes de los 25.
Recuerdo perfectamente la pregunta que me hizo en su primer día de prácticas:
-¿Tienes novio?
- Nooo
Su cara era una mezcla entre sorpresa y pena. Exactamente como si le hubiese dicho que el mismo día se me había muerto toda mi familia y que me iban a amputar una pierna.
- ¿Por qué no? Eres guapa.
Yo no sabía si agradecerle el veredicto o preguntarle si las feas no tienen novios o cómo iba aquello… así que sólo le respondí:
- ¿Para qué?
- ¿Cómo que para qué?- me dijo con los ojos saliéndosele de las cuencas- Querrás tener hijos ¿No?
- Prefiero una aeronave, si me dejan escoger.
Como pensó que estaba de broma se rió mucho. Durante los 3 meses que estuvo con nosotros me contó todos sus proyectos, discutimos nuestras particulares visiones de la vida e hicimos los cálculos para que le diese tiempo a tener a sus retoños antes de esa fecha límite que se había marcado.
Mantuvimos el contacto y un día me llamó para decirme que estaba embarazada, pero nunca coincidimos desde que es mamá, así que el otro día, cuando la ví con el Maxi-cosi por primera vez intuí lo que se me venía encima.
- Veeeen… Ven a ver a la princesa- me gritó señalándome el bulto que se ocultaba en aquella especie de cáscara de nuez futurista.
Yo tengo ensayado un montón de frases para estos casos, porque a las madres no les suele gustar que califiques de “feo y arrugado” al fruto de 9 meses de terrible embarazo e interminables horas de parto… Como tampoco me gusta mentir, suelo decir cosas como: “¡Hay que ver qué pequeño!” o “¡qué gracioso el vestidito!”… la verdad es que la ropa de los bebeses sí me suele gustar.
Juro que en este caso no me salía nada.
Miré a la pobre niña, enrojecida, cejijunta y más peluda que un mono del Congo, y me dio tanta pena como a su madre el hecho de que yo no encuentre un novio que me embarace como toca.
Sólo acerté a balbucear:
- ¡Ah!... ¡vaya!...
La feliz mamá me miró expectante, aguardando mi valoración. En aquel momento no encontraba nada positivo que decirle salvo “ah,… pues parece que respira”.
Quería decirle lo que tengo ensayado ¡pero era enoooorme! … no me salió más que:
- ¡caray! ¡Casi al límite de tus 25!

Ella me miró con satisfacción, y enseguida pasó al ataque poniendo su mano sobre mi barriga (¿qué le pasa a la gente con eso de tocarme?):
- ¿Y tú para cuándo?
Me dio ganas de decirle que todavía no tengo ni siquiera encargada la aeronave, pero preferí no descolocarla.
- ¡Ah! No sé… quizás para cuando tenga novio.
Aquí ella prácticamente se indignó:
- ¡Bueno! ¿pero aún sigues con eso? – exactamente como si tuviese un tumor enorme y me negase a que me lo extirpen. Ella se quedó pensando, con evidente preocupación… y de pronto tuvo una idea:
- Voy a presentarte a unos amigos de mi marido. Todos abogados y procuradores- añadió en plan tentador. Yo nunca entendí eso, porque si yo escogiese un novio en función de su profesión preferiría que fuese superhéroe o algo así, para que viniese a rescatarme volando a los atascos o pudiese hacer cosas realmente sorprendentes.
- No gracias – respondí con toda la amabilidad de la que fui capaz.
- ¡Que sí, mujer! ¡que hacemos una cena y ya verás que enseguida te ves como yo!- me aseguró.
Yo la miré. La miré a ella y a su marido de incipiente calvicie y cara coloradota. Abogado, sí, pero estaba claro de quién había heredado la pobre niña aquellas cejas que parecían una.
Quise preguntarle, si de lo que se trataba era de reproducirse, qué interés podía tener yo en mezclar mis genes con las de un individuo similar a aquel gordinflón que empujaba el cochecito ¿Cómo iban mis hipotéticos hijos a perdonarme aquello?Agradecí su interés y con la excusa de que me cerraban una tienda salí de allí como el correcaminos.

martes, 19 de enero de 2010

Tecnología y principios

Hoy he llegado un poco tarde al trabajo porque tuve una emergencia de esas que no pueden esperar ni a que abran las tiendas.
Como con lo que yo pagaba de teléfono se podría alimentar a todo un poblado del África Subsahariana, decidí empezar el año nuevo cambiando de compañía de móvil, y me pasé a Vodafone porque con los de Orange no me hablo.
El caso es que empezó mal la cosa, porque apunté mal el día en que se hacía efectiva la portabilidad, y me pasé media mañana agitando mi móvil viejo como si fuese una caja de cereales.
Yo es que aún tengo esas cosas de cuando las teles viejas se estropeaban y les dabas un golpe y volvían a funcionar… pues eso.
Para cuando me percaté de que quizás eso que ponía la pantalla de “sin servicio” pudiese deberse al dichoso tema de la portabilidad fui corriendo a abrir la caja donde tenía mi telefonito nuevo.
La verdad es que si las compañías de teléfono fuesen justas, y adjudicasen los terminales por el nivel de competencia tecnológica, a mi me darían unos vasitos de yogourt unidos por un cordel.
Pero como la cosa va por consumos, en vez de por justicia social, resultó que podía cogerme el modelo que yo quisiese. Yo no quería ninguno en concreto, me valía casi cualquiera que fuese Nokia y que tuviese videollamada (que, aunque no la uso, me hace ilusión). El mío era rosa y tenía una cadenita metálica la mar de chula. Un poco de poligonera, pero me gustaba mucho.
Como no estoy muy al tanto de las novedades en telefonía, me fui a la tienda a ver si los de Vodafone eran más simpáticos que los de Movistar, y resultó que si. Me atendió un chico de ojos azules que fue muy comprensivo con mi discapacidad tecnológica y, además, me regaló un portarretratos y unas zapatillas de semillas para calentar en el microondas. No sé para qué quiero esas cosas, que tengo unas zapatillas con un lazo la mar de molonas, pero me hace ilusión que me regalen asuntos… así que firmé todos los papeles que me puso delante.
Ya os digo que me daba igual el teléfono, pero cuando los ojos azules del chico de Vodafone me dijeron que aquel modelo que traía un tecladito era el mejor, lo necesité inmediatamente.
Esa codicia es fea. Es un impulso irrefrenable que heredo de mi padre y que me trae un montón de problemas, porque me hace perder la perspectiva sobre mis limitaciones.
El móvil nuevo está bien. Es negro, que va con todo, y tiene una de esas pantallas táctiles que son muy incómodas pero fardonas. El problema surgió cuando lo quise usar. Me llamaban y yo apretaba todos los botones y la pantalla al buen tun-tun, a ver si reaccionaba… y unas veces había suerte, y otras no… así que me fui derechita a la tienda de Vodafone a hablar con los ojos azules amables.
Debí de entrar con cara de angustia, (a mí la incomunicación nunca me ha sentado bien) porque cuando me vio llegar le pasó a un compañero los clientes que estaba atendiendo y me llevó a otro mostrador.
- ¿ya te han hecho la portabilidad?
- Pues si…
- ¿Entonces? ¿qué pasa?- me sonrió- ¿no hemos sido simpáticos contigo en Vodafone?
- Es el móvil. Manda él y no yo, y eso no está bien – le expliqué poniendo el insumiso terminal sobre el mostrador.
- ¿qué le pasa? No debería de darte problemas. Es un superteléfono
- Lo que es, es un supervillano, creo yo. No consigo desbloquearlo ni coger las llamadas.
Los ojos azules me miraron con extrañeza.
- Pues no lo entiendo. Vamos a hacer una prueba. Te llamo y vemos qué le pasa.
El chico de los ojos azules marcó mi número, y mi móvil comenzó a sonar obedientemente. Lo cogió, accionó un botón lateral y ¡sorpresa! Móvil desbloqueado.
El cielo abierto.
- ¡Ahhhh! Así que era ese botoncito. A ese no le había dado –suspiré aliviada- Una ideaza, si señor.
Los ojos azules me miraron con suspicacia
- ¿no te has leído las instrucciones?
- ¡Por supuesto que no! No me gustan los libros que no tienen dibujos.
Él cogió el manual y lo abrió. Había unos dibujos explicativos muy feos.
- Si que tiene dibujos
- Bueno, pero leer manuales de instrucciones va contra mis principios: No miento, no robo, no mato y no leo libros de instrucciones. Es un sistema de valores sencillo- sonreí para que los ojos azules dejasen de estar serios.
- Me vas a dar más trabajo que las señoras mayores
Le enseñé todos los dientes que tengo, como los monos del Amazonas que presienten el peligro. Como el otro día noté que le había gustado un poco, me atreví a abusar
- Podrías explicarme cómo funciona, para que no tenga que llamar a esas señoras sudamericanas que nunca me solucionan nada.
Aquí le sonreí tanto que por un momento temí que la cabeza se me partiera en dos.
Resultó que tengo un teléfono muy moderno, que tiene cantidad de funciones que nunca utilizaré por el bien de la humanidad. Al final me regaló otras zapatillas y un llavero y yo me fui de la tienda muy satisfecha con la amabilidad de los ojos azules de Vodafone.

jueves, 14 de enero de 2010

Gore Actually

Estoy un poco sensible con el tema de los bebeses, yo lo sé, pero es que las cosas que me pasan no me ayudan a desarrollar mi instinto maternal. Es más, cada vez estoy más convencida de que todo esto es una conspiración de Dodott o de cualquier marca de alimentos para esos seres diminutos. Supongo que no contra mi específicamente, pero como me resisto… pues se ceban.

He vivido la Pesadilla de Navidad de Burton, pero en vez de esqueletos yo veía cigüeñas amenazadoras y barrigotas gigantes. Al habitual desfile de primos renacuajos, hijos de mis amigas, sobrinos de mis amigas y otros seres pequeños que, como el Almendro, parecen estar hasta en la sopa por estas fiestas,se ha sumado la experiencia más terrorífica que he tenido nunca: el acoso de un embarazador vocacional.

Nunca sospeché cuando divisé al Bellísimo tomándose una copa en Garoa que pudiera pertenecer a esa secta tan cruel. El Bellísimo, además de llamativamente guapo, parecía divertido y cosmopolita. Los guapos siempre parecen un poco chulitos, pero éste se mostró encantador y aparentemente sensato… así que yo estaba esponjada como un pollito.
Al principio fue bien y, aunque yo estuve liada toda la semana, me encantó que me mandara un montón de mensajitos, me llamase por las noches y que me invitase a cenar.
Las primeras alarmas se me encendieron durante esa cena, con declaración incluída, en la que aprovechó para decirme que en un año quería formar una familia conmigo. Como él me sonreía como si fuese la cosa más normal del mundo, yo me lo tomé a broma:
- Yo es que ya tengo una familia, y ya me dan bastante lata.
Él me miró como si estuviese ofreciéndome a regalarme un millón de Euros y me cogió la mano.
- No, en serio. Me gustas mucho y serías la persona perfecta.
Se me congeló la sonrisa y me sentí como si hubiese ido en bañador a una entrevista de trabajo. Me solté de su mano y me vacié la copa de Mar de Envero de un viaje.
Necesitaba ganar tiempo ¿Sería una cámara oculta?
No, tenía que estar bromeando.
- Pues vaya ojo que tienes. No me gustan los niños… y tampoco los perros (por si acaso eso de la familia incluía un chucho y paseos en bicicleta los domingos).
- Bueno, lo del perro lo podemos hablar – dijo riendo.
Como se reía, yo también. Era una broma. Tenía que serlo… y nos fuimos de copas.

Al día siguiente me propuso ir al cine, y yo siempre estoy a favor de eso, así que me leyó la cartelera por teléfono. Navidad. Películas infantiles a tutiplén y me suelta:
- Bueno, si quieres vamos a ver una de éstas y así practicamos para cuando llevemos a nuestros niños.
Yo me reí porque estaba convencida de que era broma. Juro que pensé que era como cuando yo digo que cuando sea Princesa voy a prohibir los leggins (que me parecen de un mal gusto terrible). Nadie se puede tomar en serio eso ¿o si?
Por si acaso, fuimos a ver otra cosa y nos lo pasamos la mar de bien.

Ya me dejó un poco más perpleja cuando, hablando de viajes, de los sitios que queríamos conocer y las cosas que nos quedaban pendientes me espetó:
- ¡Ah! ¿sabes que quiero que hagamos?
- ¿Ir a ver un partido de la NBA en Nueva York? – esto me hace ilusión, francamente, pero él se rió.
- No, ¡qué tonta!, cuando estés embarazada quiero hacerte unas fotos…
¡Aghhhh! ¿Embara quéee?
Juro que la sangre dejó de circularme por el cuerpo. Se paró y se congeló.
- Bromeas ¿no?
- No, claro que no. Tengo un amigo que es fotógrafo y van a quedar preciosas. Me hace mucha ilusión ¿te da vergüenza?
- No… vergüenza no. Miedo y un poco de grima sí. Al embarazo me refiero, no a las fotos.
Él se quedó preocupado
- ¿Es por lo de perder la figura?
Yo pestañeé, perpleja
- ¿Qué figura? Es por la sangre y los líquidos viscosos, por el dolor inhumano y por tener que dilatar como para poder expulsar una cabeza del tamaño de un melón de mi cuerpo.
Él se rió:
- ¡Qué graciosa eres! ¡Un melón!
Siguió riéndose. Me cogió del hombro y se echó a andar medioarrastrándome porque yo seguía como paralizada. Se volvió a parar y me dijo:
- Pues tenemos gemelos y así te ahorras pasar por eso más veces.
Caminó contento como si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo, pero ahí yo empecé tener miedito. Si no fuera porque una tiene su dignidad, me hubiese meado allí mismo.
La cosa empeoró cuando empezó a mencionarles de pasada a mis amigas aquella cosa de nuestros hijos imaginarios, pero cuando me contó que se había comprado una cometa me caí de culo.
-¿Una cometa? ¿Para qué?
- Quiero enseñarle a volar la cometa a nuestro hijo. Mi abuelo me enseño a mí y se me da muy bien.
El Bellísimo es muy guapo, dolorosamente guapo. Además, es inteligente y buena persona, pero aquello estaba dejando de ser divertido.
La víspera de Fin de Año, hablando del ajetreo de las navidades y de que aún no tenía comprado los regalos de Reyes, me miró como un niño de Etiopía miraría a un chuletón, me puso una mano la barriga y me dijo:
- Voy a plantar aquí mi semilla.
¡Mátame camión! ¡Atropéllame automóvil! Aquello no podía ser cierto. Me puse seria:
- Oye, que no soy una maceta.
Él se quedó como si le dicen a Paris Hilton que se ha arruinado.
- ¿Por qué te enfadas? Es muy romántico esto que nos está pasando
Yo no sé a qué se referiría con lo que nos estaba pasando. Lo único que sé es que a mí, en vez de romántico, me parece gore.
No dije nada, porque ya teníamos las entradas de Fin de Año y sería un poco desconsiderado por mi parte, pero el día uno lo dejé. No había otro remedio.

miércoles, 13 de enero de 2010

El pollito maquinero

La Hermanilla nació cuando yo sólo tenía un año y tres meses, así que mi historia como hija única es más bien corta. No sólo eso, sino que tuve que aprender a sobrevivir con mis ojos y pelo insulsamente marrones junto a una hermanilla de llamativos ojos azules y dorados rizos.
Según mi madre, cada vez que algún adulto desconsiderado se acercaba a mi insolidariamente guapa hermana y decía con admiración algo del tipo <<¡qué ojos tan azules!>>, yo hinchaba pecho y les decía: <<¡¡y yo “negos”!!>>
Así aprendí yo que la vida es dura.

A pesar de ello, y como los Incordios Adorables tardaron bastantes años en nacer, Hermanilla y yo vivimos una infancia bastante feliz y protagonista. Yo era canija y castaña, así que no me quedó otra que ser simpática. Un poco repipi, en opinión de mi madre, pero es que mi madre se creía jipi, y lo peor que le puede pasar a una jipi es que le salga una hija con ínfulas de princesa.
La cosa es que cuando llegué a cole me fue bien, porque ya tenía práctica de la guardería en ser adorable. Es feo que lo diga, pero es la pura verdad: Hermanilla era rebelde y mona, y yo encantadora.

En el cole había un montón de niñas, y las monjas daban bastante más miedo que las profes de mi guarde… pero yo ya sabía que ni una monja gorda con incipiente bigote se resiste a una sonrisa profesional de las buenas.
Así que, a los cinco años, yo pensaba que el mundo era eso: que toda la gente te quería porque sí, y punto.

En ese primero de EGB tenía yo 4 amigas del alma, y fue en el cumpleaños de una de ellas donde descubrí que el amor humano es efímero y traicionero. Mis actos sociales de entonces se limitaban a las fiestas de cumpleaños. Nada era más importante que eso. Que el propio John Galliano me suplicara de rodillas hoy en día que asistiese a uno de sus desfiles sería insignificante comparado con el hecho de ser convocada para toooodos los cumples de la clase. Aquello sí que era relevancia social.

En aquellos cumples solían estar otras compañeras del cole, y, salvo algún primo o vecino, la VIP List se circunscribía a los pupitres cercanos. Rompiendo todos mis esquemas de protocolo infantil, en aquel cumpleaños sólo estaban del colegio las otras dos Mejores Amigas. El resto eran pequeños seres desconocidos, también reyes y princesas cada uno de su casa.

Sobrecogidas por la impactante noticia de no ser sus únicas amigas favoritas, asistimos con estupefacción y algo de rencor a aquella fiesta de la que no éramos protagonistas indiscutibles. Por si todas aquellas inesperadas alteraciones en nuestros esquemas no hubieran sido suficientemente dolorosas, llegó el momento en el que supimos que, definitivamente, Natalia nos había mentido cuando nos decía que éramos sus superpreferidas.

Cuando yo era pequeña no había tartas de gominola, ni con Winnies de Pooh dibujados con azúcar de colores. Cuando yo era pequeña la máxima sofisticación en términos de pastelería infantil consistía en decorar las tartas con unas casitas de chocolate y unos pollitos amarillos desproporcionadamente grandes para aquellos hogares diminutos.

Ver aquellos tres pollitos orgullosamente plantados frente a la urbanización de chocolate nos iluminó a todos los ojos. Como pequeños Gollum codiciosos, ansiamos poseer una de aquellas tres maravillas. Todos queríamos uno, pero a mi me parecía, que para que la justicia reinara en esta vida, nos correspondían a mis amigas y a mí, que para eso Natalia nos había dicho que éramos sus amigas más queridas del universo conocido… Pero la justicia a veces es escurridiza, y Natalia nos descubrió el amargo sabor de la traición entregando los deseados muñequitos a sus primas y a una vecina a la que, al parecer, le profesaba mayor cantidad de afecto infantil.

El fin del mundo conocido me sobrecogió con violencia ¿pero cómo era posible que pudieran querer a otra persona más que a mí? ¿Desde cuándo yo había dejado de ser la favorita? Y, sobre todo, ¿cómo es que yo me había quedado sin pollito?

Como en todas las grandes historias, en esa fiesta llena de imprevistos tuvo un importante papel el que años después sería el causante del castigo más largo jamás contado (en realidad, aún no me lo han levantado y mucho me temo que todavía sigo castigada)… pero ésa es otra historia. El hermano pequeño de Natalia era el ser más molesto y caprichoso que haya visto el mundo después de la ex – cantante de la Oreja de Van Gogh. Un ser irritante y consentido que, al ver que los pollitos iban a parar a otras manos que no eran las suyas montó un zipitoste de no te menees, se echó encima de la tarta, agarró a uno de aquellos inocentes muñequitos… ¡y lo destrozó!

Creo que la cámara lenta aún no se había inventado, pero yo lo vi todo como cuando a los “walkman” se le acababan las pilas… la mano del Molesto Ser cayendo sobre la tarta, apoderándose del sufrido pollo, arrancándole las patas, la cabeza, tirándolo al suelo y pisoteándolo.

Todos gritábamos compungidos… pero para cuando la madre de Natalia actuó, el pollito ya era un triste amasijo de algodón amarillo. Como Tamara cuando se le acabó lo del “no cambié” y ya no la querían en Crónicas Marcianas.

Se montó un lío tremendo, Natalia lloraba, hubo peleas por ver cuál de las agraciadas se quedaba sin pollito… y yo aproveché la confusión para meterme en el bolsillo del vestido el cuerpo del delito.

Cuando llegué a casa, me apresuré a ir a mi habitación para salvar la vida a aquel desdichado. Puse el cuerpecito desmembrado sobre mi cama, y supe que aquello no había Pritt que lo arreglara, así que tuve que deslizarme hasta el cajón donde mi madre guardaba todas sus armas secretas. La Madre Imelda, una monja apaisada que nos daba manualidades, nos tenía prohibido usar el pegamento Imedio sin su supervisión, pero yo nunca fui muy obediente, y aquello era una cuestión de vida o muerte. Sin mucha pericia, y con los dedos todos pegoteados, conseguí unir el cuerpo y las patitas, aunque estaba claro que después de aquella operación su carrera deportiva había terminado.

Aún faltaba lo más importante: el Molesto Ser le había desfigurado la cara… y eso sí que no.
No disponía de modernas prótesis, ni siquiera de cartulina roja, así que tuve el pollito tuvo que conformarse con el pico que le pinté sobre papel cuadriculado, y que coloreé con un plastidecor.
Vivienne Westwood se hubiera sentido orgullosa de mi inconsciente inspiración tartán.
Volví al cajón de mi madre para hurtar la más secreta de las armas prohibidas: el edding permanente. Con la mano temblorosa, y la lengua un poco de fuera para esforzarme más, pinté dos puntos negros para que le sirvieran de ojos.

Miré mi obra satisfecha. Al pobre se le había quedado una pinta un poco maltrecha, como si se hubiese pasado con las pastillas… pero yo entonces no sabía nada de psicotrópicos, y pensé que se habría quedado impactado por el ataque del Molesto Ser.

El pollito aún vivió muchos años, hasta que el perro de mi hermana decidió probarlo como chicle y ahí ya no hubo remedio.