martes, 23 de febrero de 2010

Protocolo olvida el ídem

A mi me gustaría encontrarle un novio a Protocolo. Si mi madre pudiera leer esto seguro que me daba con un palo en la cabeza hasta que decidiese buscarme uno para mi misma, pero a mi eso de los novios no se me da bien. De verdad que no me sale.

Soy una buena amiga, se hacer punto de festón, puedo poner los párpados del revés y a veces hago tiramisú... pero lo de ser novia de alguien no se cuenta entre mis talentos. Es como lo de conducir: lo hago si no me queda más remedio y de bastante mala gana.

Una vez tuve uno que me duró bastante. Demasiado, pienso yo, porque en vez de ser como esos chicles que de tanto masticarlos no recuerdas ni de qué eran... El mío al final sabía raro.

Decidí centrarme en los caramelos y escupirlos rapidito.


Me acuerdo que una vez, cuando era pequeña y feliz, mi madre me compró un montón de gominolas para una excursión. Me encantaban unos corazones de fresa y melocotón y comí muchos, quizás demasiados.

Yo no tengo nada en contra del transporte público, pero yo en el autobús me mareo como un mono en una lavadora. Me pone el glamour bajo y se me va la vida. Lo peor es que ya de pequeña era igual de repelente e individualista. Es de nacimiento.

Total, que el atracón de corazones de gominola acabó sobre la moqueta del vehículo infernal. Es cierto que en general desapruebo las moquetas, y más si son de motivos florales como era el caso, pero juro que no lo hice a propósito.

La histeria infantil alcanzó cotas de delirio. La profesora me bajó del autobús y me hizo pasear para que me “diera el aire”, pero yo tiritaba como un mono del Amazonas al que le arrancan el pellejo y lo obligan a subir al Himalaya.

No guardo muy gratos recuerdos de aquella excursión, vaya, y lo peor de todo es que nunca más pude comer las gominolas de corazón, ni acercarme a nada que oliese parecido, ni comer yogur de melocotón o refrescos supuestamente tropicales...

Creo que con los novios me pasa igual. Con un empacho he tenido suficiente.


Protocolo, en cambio, tiene madera de novia. A mi me lo parece, y cuando me sobreviene una idea es necesario un comando de operaciones especiales para desalojarla de mi cerebro.

El sábado teníamos un plan. Esto es un secreto y si Protocolo se entera me fulminará con su mirada de loca peligrosa, que ya la he visto el propio sábado y da miedito.

Tito tiene un amigo que a mi me cae bien (requisito imprescindible para enmarañar a alguien con una amiga mía), me parece muy buena persona, y creo que pegan bastante. Además, ya hace meses que lo dejó con su novia eterna, y Tito y yo pensamos que ya está preparado para embarcarse en otra aventura.

Intentar este collage inmediatamente después de la ruptura habría sido un error, pero Tito y yo somos tozudos pero pacientes.

El plan era tan simple como aparentemente eficaz: Tito queda con el Kinder, nos los encontramos en el Garoa y surge el amor. Así de sencillo.

A mi, al menos, si me intentan convencer de las bondades de alguien se me disparan las alarmas de inmediato, así que me ahorré eso de “Tito tiene un amigo que es perfecto para ti” y sólo me puse más pesada que una vaca en brazos para que Protocolo se pusiese un vestido, en vez de los vaqueros con jersey que tenía en mente para combatir el frío. El confort y la seducción son como el bien y el mal: dos fuerzas opuestas que nunca podrán reunirse.

La cosa marchaba según lo previsto: Tito y yo nos pasamos la noche presuntamente enfrascados en una interesantísima conversación privada que obligaba a nuestras víctimas a relacionarse entre ellos. Cerramos un bar y después otro... y tras la última discoteca Tito me confirmó que el Kinder estaba predispuesto a entrar a matar, así que fuimos todos a desayunar para darles más margen. Yo ya me veía teniendo que fumar un puro para poder decir aquello de “me encanta que los planes salgan bien”.

El local estaba a tope de macarras comiendo pizzas, niñatos beodos y chonis con ese deplorable aspecto de pintaputa que te da el rimmel corrido. Conté 4 tangas fucsia, 5 de encaje negro, 3 de motivos infantiles y hasta una de leopardo. A este paso creo que podría escribir una tesis sobre las rajas del culo en la post-adolescencia. Conseguimos hacernos con una mesa y pedimos nuestros menús preventivos de resaca. El camarero obviamente no había estudiado alta hostelería en Lausanne, pero nos arrojó la comida sobre la mesa con bastante rapidez. La conversación fluía, y a las 7h de la mañana hace bastante hambre, así que todo se estaba desarrollando según lo previsto. De pronto, el tímido Kinder se lanza:

- Yo vivo muy cerca de aquí, así que podríamos ir a dormir a mi casa.

Yo miré preocupada a Protocolo, que pensé que se me ahogaba con la hamburguesa.

- ¿Qué me dices? - le insistía él

La pobre Protocolo masticaba a la velocidad de la luz, entre atragantada y confusa.

Nos miraba y masticaba, que ella está bien educada y lo de no hablar con la boca llena era más fuerte que la presión por salir del atolladero.

Protocolo, al fin, tragó el bocado:

- Yo también vivo muy cerca - contestó para eludir la cuestión.


Tito y yo miramos al Kinder:

-Te estoy ofreciendo sexo- apuntilló él- aunque si quieres también tengo más camas, podéis venir todos.


Tito y yo miramos a Protocolo:

- No, gracias

- Yo es que ya vengo follada de casa - añadí yo para suavizar la tensión del ambiente.


Tito se moría de risa y parecía que la cosa había acabado ahí cuando:

-Reitero mi ofrecimiento de sexo

- No

-¿Por qué no?

- Porque no

- Pues sólo dormir

- Noooo

Los ojos azules de Protocolo iban volviéndose más intensos cada vez que él insistía. Yo la miraba y juraría que ya estaban fosforitos. Tito intervino:

- Bueno... él no ha estado muy acertado...

- Más bien torpe- añadí yo

- ...Pero lo que quiere decir... - siguió Tito

- Es que estoy enamorado- intervino Kinder.


Todos le miramos

-¿Qué? - contestó él a nuestras miradas de “cállate, cállate”- ¿no ibais a decir que me había equivocado en las formas? Pues es verdad, es que hace 8 años que no le entro a una tía y he perdido la práctica. Estoy completamente fascinado y quiero hacer el amor contigo -añadió mirándola.


No hay ni que decir que la cosa no acabó como habíamos planeado, y que por primera vez en mi vida logré ver a Protocolo enfurecida y siendo bastante borde, la verdad.

A mi me da bastante pena, porque, aunque Kinder haya metido la pata, en realidad yo creo que es todo un error de forma, pero no de concepto. Espero que la Administración Protocolo le de una prórroga para subsanarlo.

viernes, 19 de febrero de 2010

La rebelión de los óvulos (¡malditos!)

Discutir con Gran Torino es una tarea vana. Si discutir en sí mismo ya es agotador... hacerlo con él es como correr un maratón con tacones... una tontería muy cansada y dolorosa.


Tengo con Gran Torino una no-relación llena de misterios. Es complicado porque cuando uno no tiene una relación ¿puede dejarla?

A mi nunca me gustaron las matemáticas, porque cuando yo nací ya había calculadoras...y todo lo demás que intentaron enseñarme me parece como lo del maratón y los tacones.

El Viejo Pachanga es un ser humano muy de ciencias que opina seriamente que los de letras somos cortos. Muy cortos. Casi borderline. Como él no quería ser padre de una discapacitada sin diagnosticar, y el aborto hasta los 18 años del feto todavía no está en consideración, me puso como condición para hacer letras que estudiase matemáticas hasta COU, uséase, el fin de los siglos.

Lo hice, no porque sea una hija obediente, sino porque no me quedaba más remedio, que es una buena razón para que yo haga las cosas.

La verdad es que no atendía mucho en clase... pero si algo recuerdo de todo lo que nos decía el señor de las gafas con la ensaimada en la cabeza, es que dos signos negativos se convierten en positivo.

Es decir, que si NO sales con alguien... y un buen día decides que No quieres seguir la (No) relación... ¿qué significa eso?... ¿que empiezas a salir? ¿que no-no sales más?...¿que entras?

Yo no lo sé... y es muy difícil intentar descifrar esos increíbles misterios de la humanidad mientras Gran Torino está comiendo conguitos a tu lado en la cama.

Hay que reconocer que me encuentro en esos terribles días del SPM en los que hasta la cosa más nimia se convierte en una tragedia épica... pero eso es un secreto... y cuando una llora con tanto desconsuelo está incapacitada para discernir si tiene un motivo objetivo o está en uno de esos crudos días de tanta injusticia social.


Pero si es complicado discutir con alguien que está “crunchi, crunchi... ¡pues qué buenos están estos conguitos! ¿quieres unos pocos?”... bastante peor es concluir la disputa al día siguiente.

Al día siguiente te levantas con los ojos como huevos duros, y mientras te das una ducha piensas en todas las cosas que has dicho la noche anterior... y te das cuenta de que tampoco era para tanto.

Yo es que no tengo alma de culebrón, así que no me apetece nada seguir la pelea. Lo que me apetece es ir a despertarlo y decirle:

- Oye, que lo de ayer ya se me pasó ¡hala! ¡que tengas un buen día.


E irme al algodonal ya más contenta y relajada.

El problema es que ya voy conociendo un poco al Gran Torino... y si le digo eso empezará una terrible discusión con posibilidades de acabar en guerra mundial (y puede que interplanetaria).

Si le digo eso, en vez de alegrarse de que me encuentre mejor y apiadarse por las dificultades que entraña ser mujer cuando los ovarios se amotinan en tu interior y toman el control de tu cerebro, arqueará las cejas de un modo que da mucho miedo porque anuncia la inminencia de la tormenta perfecta.

Si le digo eso, abrirá las aletas de la nariz como si fuesen las orejas de un elefante, me dirá que lo quiero volver loco y se enfadará por haberlo tenido hasta las cuatro de la madrugada discutiendo y haber montado una tragedia griega en tres actos, con mocos en los intermedios.

Así que, como no quiero ver el interior del cerebro de Gran Torino a través de los agujeros de su nariz, me marcho a trabajar muy compungida y paso el día dándole tantas vueltas a la cabeza que podría licuar una caja de naranjas.

No es bueno que yo piense muchos pensamientos en estos días de SPM, porque me ofusco y empecino.

Lo único bueno que tiene que Gran Torino sea tan irritantemente desconsiderado como para comerse una bolsa de conguitos mientras una le abre su alma como un melón, llorando a moco tendido, es que así no atiende mucho y después no suele acordarse de las cosas que le dije... así que no vendrá cuatro años después con eso tan desquiciante de: “pues tú aquel día dijiste”.

... Así que hemos vuelto a quedar para hablar sobre si dejar esta (no) relación... o no.

Creo que compraré un montón de conguitos para que esté entretenido.


jueves, 11 de febrero de 2010

¡Ay, por Dior! ¡qué disgusto!

Dior te guarde, Alexander

lleno estabas de talento,

que Versace sea contigo.

Bendito tú fuiste entre todos los de Saint Martin

y bendito el fruto de tu creatividad, Mc Queen.

Gabrielle Chanel, madre del estilo y de la ruptura con lo establecido

ruega por nosotras,

las compradoras,

ahora y en la hora del cocktail,

Amén

miércoles, 10 de febrero de 2010

La increíble carrera de Jefe Wiggum

Tengo un alcalde que es un auténtico imbécil y eso no tiene mucho remedio. Como dice el padre de Mafalda: hay manicomios, pero los tonticomios harían mucha más falta.

Al principio me caía bien, porque es sonriente y se parece bastante a León, el hermano de Olvido, pero no me ha quedado más remedio que ponerlo en mi lista negra junto a mi profesor de matemáticas de primero de BUP, que es un villano de los de raza.

Sin embargo, hoy me he reído tanto gracias a uno de sus desastres habituales que aún tengo agujetas en la barriga, así que cuando me lo encuentre quemándose en el infierno ayudaré a los superdemonios a darle la vuelta en el pincho, para que se tueste bien por todos los lados.

Cuando yo era pequeña en la guardería nos daban unos libros muy chulos que se llamaban Colasín en los que aprendíamos a pegar gomets, a diferenciar el árbol grande del pequeño, a recortar con punzón (bueno, esto último le servía a algunos para iniciar su carrera delictiva clavándolo en la mano del compi de pupitre)... vamos, cosas útiles para la vida de una persona humana de 4 años.

Los colasines también traían unas fichas en las que había un pollito que tenía que ir a su casita, y la cosa consistía en dibujarle con los plastidecores un caminillo para llegar. Yo hice muchos de esos, sacaba la lengua para concentrarme mejor y les dibujaba unos caminos por los que hoy podría cobrarles peaje.

Iznogud no hizo ningún tipo de estudios. No le hacía falta porque él no quería trabajar ni nada, sólo ser alcalde. Por lo que se ve, tampoco fue a mi guarde, porque no se aprendió bien eso de que los pollitos necesitan poder volver a casa.

Él hace carreteras estrechas (hasta el punto de tener que reformarlas recién acabadas porque el día de la inauguración los autobuses se cargaban el recién estrenado mobiliario por falta de espacio para girar), y corta todas las calles que puede, porque él va en coche oficial y con eso puede llegar a todas partes, que para eso es califa.

Como tengo que comprar zapatos, he cogido la costumbre de ir a trabajar a diario. Debemos de ser muchos a los que nos gustan las Pretty Ballerinas porque, curiosamente, a algunas horas coincidimos un montón de esclavitos camino del algodonal. Justo a una de esas horas dos camiones de los gordos deciden entrar en la ciudad llevando dos columnas más grandes que las piernas de Jabba the Hut.

Como sólo hay un carril, al gusto de Iznogud, y los camiones están entraditos en toneladas, tienen que cortar la carretera para que no nos aplasten como a miserables caracoles, así que allí estaba un señor policía que al parecer se había alimentado de lo mismo que los camiones.

El hombre estaba estresado: entre los esclavitos que llegábamos tarde al algodonal y le pitábamos un poco, los camiones obesos que no cabían por ningún lado, y que el pantalón aquel debía de estar cortándole la circulación sanguínea... yo le miraba y para mi que el pelo se le iba encrespando y cada vez se parecía más a la Duquesa de Alba.

El pobre Jefe Wiggum había dejado el coche encima de la acera, porque Iznogud no quiere que le estropeemos la imagen de ASV con los coches, así que ha eliminado todas las plazas de aparcamiento.

Wiggum sudaba mientras con una mano le indicaba al camión que avanzase y con la otra intentaba levantarse el pantalón. Hizo bien, porque yo llevaba tanto rato viendo aquella hendidura que estuve tentada de meterle unas monedas para ver si así me dejaba pasar.

El camión llegó a la altura del coche del Jefe Wiggum, y como la carretera es más estrecha que la ropa de la Obregón, no había modo de que pasase... así que el pobre policía se echó a correr sudando a chorros para mover el dichoso coche.

En esto, de entre los pliegues de grasa bamboleantes veo caer una cosa negra.

Yo en general soy educada y amable... además me estaba aburriendo terriblemente, así que salí del transformer para darle a Wiggum lo que se le había caído del bolsillo.

- ¡Oiga! ¡disculpe!- le grito mientras corro por la carretera tiqui-tiqui-tiqui... (soy increíblemente veloz con los tacones)... - ¡Se le ha caído una cosa!

Wiggum se gira justo cuando estoy ya en medio de la carretera a punto de agacharme para recoger lo que se le había caído.

Como a cámara lenta lo oigo:

-¡Noooooo!

Pero yo ya estaba doblando las rodillas y alargando la mano...

-¡No toques esooooo!


De pronto, me fijo ¡¡una pistola!!

La cosa aquella era una pistola genial para coger a los malos. Además negra, que va con todo.

Sólo iba a cogerla un momentito para devolvérsela, lo juro, pero la imagen de Wiggum galopando hacia mí como un elefante asustado me paralizó. Más que nada por miedo a que me aplastara en su alocada carrera.

Wiggum se paró en seco, y al intentar adelantárseme para coger la pistola se cayó de bruces sobre las rodillas.

Yo no sé qué extraño mecanismo entra en funcionamiento en estos casos, pero, aunque me dio mucha pena postrado delante de mi, todo descamisado y, a buen seguro con las rodillas hechas trizas... yo me eché a reír. Me eché a reír y no podía parar.

Wiggum me miraba con tal mezcla de odio y vergüenza que creí que me iba a llevar detenida, pero sólo se levantó y guardó el arma que había provocado todo aquel jaleo.

-Regrese al vehículo, señorita - me dijo resentido mientras se limpiaba el uniforme y se frotaba las doloridas manos.

En la carrera había perdido la gorra de plato esa tan genial, que estaba tirada en medio de la carretera. Pensé en ir a recogérsela, pero me pareció que el pobre podría psicopatizarse más:

- Se le ha caído la gorra allí- le indiqué.

Wiggum me miró mal. Muy mal. Yo lo decía por ayudar, pero lo cierto es que no podía dejar de reírme y quizás me haya malinterpretado.

-¡Vuelva al coche! - me gritó poniéndose colorado.

-Voy, voy - me di la vuelta para regresar al transformer intententado contener las carcajadas... pero no podía. Ni yo ni los de los coches que estaban en aquel atasco fenomenal.

Pobre Jefe Wiggum. Si supiese cómo se llama le mandaría a la comisaría chocolate para que se le pase pronto el disgustillo.

lunes, 8 de febrero de 2010

Violencia doméstica

Vivir sola por lo general es guay. Es más, cuando me haga vieja y tenga que irme a un asilo voy a acabar arreándole con el bastón a los otros ancianos porque no me gusta compartir mis cosas con nadie.

Lo único es que, a veces, tratar de apañártelas por ti misma en este mundo hostil es complicado. Soy como un equilibrista chino tratando de que todos los platillos giren a la vez y no se caigan.

Este mediodía salí tarde de trabajar. Lamentándome por no tener una aeronave (o un URO para arrollar a los vehículos que entorpecían mi circulación), como la vieja de la fabada (que hay prisa, que hay prisa) atravesé la ciudad con el transformer.


Hice la comida rapidito, dejé todo en su sitio y, cuando estaba a punto de coger la puerta para hacer el camino de vuelta me acordé de las azaleas que sobreviven por sus medios en mi balcón.

Fui a echarles un vistazo y tuve que proceder al levantamiento de los cadáveres porque en aquellas macetas sólo quedaban unos palitos escuálidos que otrora fueron hermosas plantas (bueno, sólo la semana posterior a que me las regalaron, después empezaron a verse desmejoradas).

A la que sí puedo apuntar con Bear Grylls a vivir aventuras en el África subsahariana es a la hortensia del Difunto, que contra todo pronóstico se agarra a la vida como yo a la hidratante.

Decidí que ya había habido demasiadas muertes para un espacio tan reducido y, como no se preveen lluvias, me dispuse a regarla.

Iba apurada, así que para ahorrar tiempo levanté la enorme de maceta que compré para consolarme por el disgusto con el Difunto.

Puuuf. Mejor arrastrar

Crich, crich (mierda, ¡cómo pesa la muy...) crich, crich (cagoeneldifunto, no me da más que problemas él y su gffps..s planta...)

Llegué con ella hasta el baño, que es la cosa con agua que más cerca queda de mi habitación.

Ponerla debajo del grifo imposible, así que la acerqué hasta la ducha para regarla en plan manual.

Agarro el teléfono ese extraño y abro el grifo.

Fisssss...

¡Uah! Un frío intenso me recorre el cuerpo y una serpiente enloquecida empieza a volar por mi baño.

¡No es una serpiente! Tengo el dichoso teléfono en la mano y el tubo del agua como el gusano loco de las atracciones en pleno ataque epiléptico.

¡Aghhhh! quiero cerrar el grifo y el gusano se viene contra mi empapándome. Tropiezo con la maceta y noto que la tierra se desparrama sobre mis bailarinas (mierda, mierda, me están entrando piedrecitas). Quiero limpiarme el pie, pero la ducha sigue echando agua y se está haciendo barro (mierda, grsfighhl...). Al fin, alcanzo el grifo y el ruido para.

El ruido para y empieza el frío.

Veo las raíces de la hortensia y mis pies llenos de barro entre los trozos de la maceta.

Me alegro de vivir sola porque la blusa está empapada y se me transparentan hasta las ideas (que en esos momentos pasan porque venga la muerte piadosa y se me lleve). El pelo se me ha quedado pegado en churretones a la cara, como cuando el mastín de mi madre decidió meterse a mi gato en la boca, y no lo masticó pero lo escupió todo chupado.

Lloro un poquito de pura rabia.

A ver ahora quién me arregla el grifo.


P.D Hortensia busca hogar. No necesita grandes cuidados y en primavera saca ella sola unas flores fucsias muy bonitas.

Si alguien sabe de algún balcón en donde pueda ser feliz que avise, porque en el mío le aguarda una muerte segura.


La perra del Hortelano

Mala como la tiña. Así soy.

Me voy a ir al infierno derechita, y aunque soy muy de vivir en sitios cálidos, lo que me fastidiaría es que la gente que conozco se vaya al cielo, y a mi me hagan el feo de pararme en la puerta. Eso no.

El Bellísimo se está poniendo bastante plasta y me da tanta rabia encontrármelo que me encantaría tener superpoderes para fulminarlo con un par de rayos, zas, zas, como en la serie de los Aurones.

No creo que sea amor ni nada, sino obsesión y puritito orgullo, que la criatura no está acostumbrada y parece que no asume. Hace ya más de un mes desde que tuve que recurrir a los grandes clásicos de la humanidad: “No eres tú, soy yo”, “eres demasiado bueno para mí” y “prefiero tenerte como amigo”.

Yo no miento, eso lo saben los monos del Amazonas, pero a veces la verdad es innecesariamente cruel... y esas frases a mí no me parecen mentiras, sino códigos comunes pre-programados para que el receptor lo traduzca como: “me agobias tanto que cada vez que te veo me da un bajón de glamour que se me caen los pendientes y me entran peores náuseas que las de una resaca de pacharán”. Así lo veo yo.

“No eres tú, soy yo”, en ningún caso se debe de interpretar como: insísteme mogollón hasta que me entren ganas de arrancarme las venas con el corta-uñas.

En este tiempo el Bellísimo ha recurrido desde a los mensajitos de móvil venenosos, hasta a llamar a alguna de mis amigas, pasando por el eterno clásico del “seamos amigos”, tontear con doscientas fulanillas delante de mi, y arrastrarse hasta hacerse sangre. Un amplio abanico de técnicas que han hecho que le coja más manía que a Pe, que hasta los monos del Congo Belga saben que es el ser que más me saca de mis casillas de todo el planeta.

Desde el uno de enero lleva reproduciendo el mismo esquema de un modo tan cansino que tengo la sensación de estar atrapada en un bucle espacio-temporal como en las pelis de ciencia-ficción. Entre semana me llamaba para decirme que teníamos que hacer las paces y sacar la lista de reproches, pero el sábado, como no le hago ni caso, recurría al recurso cutre de ponerse a tontear con tripicientas tipas estratégicamente situado dentro de mi campo de visión. Como no funcionaba, invariablemente me enviaba algún mensajito cargado de odio... y, como soy de mecha corta, pico. Me enciendo, y le respondo, y, si me llama... se arma la marimorena. Entro en combustión y salen de mi boca rayos y centellas... y vuelta a empezar.

Lo de que llamase a mis amigas por teléfono agotó mi escasa paciencia. Quise contratar a una banda de malhechores para que le diesen una paliza, pero como no tengo muchos contactos en el hampa y esas empresas no aparecen en las páginas amarillas, al final opté por ignorarlo, que es lo que tendría que haber hecho desde el principio.

No respondí a sus mensajes ni le cogí el teléfono. Cuando el sábado pasado se acercó para hablarme me escabullí como una anguila y utilicé a Protocolo Venezuela como escudo protector.

Esta semana otra vez lo mismo y el sábado, al fin, funcionó. Vino a saludarme y yo fingí no verlo. Lo intentó de nuevo y conseguí escaquearme... hasta que al fin desistió.

Ni me envió sms rencorosos, ni insistió en los acercamientos... regresó hasta donde lo esperaba su fan ansiosa... y se fue con ella.

Supongo que debería de haber sentido más alivio que la Campos cuando se suelta la faja... pero reconozco que la Alexis Carrington que hay en mí hizo que, por un segundo, estuviese tentada de ir a buscarlo.

Hace años que tuve que darle la razón a Melocotón de Agua Salada, que estaba todo cabreado porque la chica a la que llevaba años (sí, años) ignorando se había puesto a salir con otro. Nosotros, que la chica nos caía bien, no entendíamos por qué, si no quería nada con ella, estaba tan resentido. Fue entonces cuando Melocotón de Agua Salada expuso la gran verdad: en el fondo más oscuro de nuestra alma deseamos ser tan especiales que nadie sea capaz de olvidarnos nunca jamás en la vida. Es un sentimiento mezquino y egoísta, lo sé, pero tengo que darle la razón.

No sé qué es lo que hizo que me saltara ese resorte maléfico, puede que el hecho de que la fan en cuestión sea una tipa que conozco y que siempre anda comiendo mis migas. Puede que sea tan mala que tendría que enviar mi currículum a Mordor... pero tener la certeza de que si me acercaba a él la dejaría a ella en ridículo hizo que, por un segundo, me poseyese Linda Fiorentino en plan “La última seducción” y quisiese barrer las migas del mantel para tirarlas al suelo delante de la hambrienta desesperada.

Me cae mal esa tía, y no es por el hecho de que ignore que las cejas pobladas sólo le quedan bien a Brooke Shields en El Lago Azul y que, en general, no tienen sentido después de la revolución industrial... Me cae mal porque, a pesar de que (salvo la cuestión de la pelambre que le adorna la mirada) no es fea y me consta que es lista... tiene un permanente gesto de amargura que me dan ganas de ayudarle a acabar con el sufrimiento que parece que es su vida.

La gente malencarada me exaspera, ésa es la verdad, y por una fracción de segundo estuve tentada de darle motivos para añadir otra arruga a su código de barras... pero no lo hice.

No sé si fue la imagen de todos mis amigos subidos a una nube en el cielo, y yo sudorosa en el infierno la que me hizo reprimirme o si, simplemente, temí volver a entrar en el bucle del Bellísimo rompiéndome la cabeza... Cerré los ojos y pensé en lo suave que tiene el pelo el Hombre Tranquilo, que además huele como a bebé limpito. Así, me calmé y me pedí un bacardilimonconcola para celebrar la paz.

jueves, 4 de febrero de 2010

Los misterios de la mente humana (bueno, se supone que humana)

Yo ya no sé qué más puedo hacer para que la gente se apiade de mi y no me cuente historias truculentas sobre partos. He llegado a pensar que formo parte involuntaria de alguna investigación científica para averiguar los límites del miedo y la angustia enloquecida. Vamos, en plan conejillo de indias al que le meten el acojone en el cuerpecillo.

La semana pasada Shreck andaba un poco disperso porque su hermana estaba malita. A la hermana en cuestión yo no la conozco, pero he hablado un par de veces con ella por teléfono y me cae bien, así que esta historia que ya es triste de por sí me da más pena que Marco buscando a su madre por el mundo adelante. La cosa es que la hermana de Shreck hace dos años se quedó embarazada (de su marido, se entiende, que allí de donde son ellos las cosas se hacen como toca) y lo normal: que si comprarle los vestidillos, preparar una habitación, qué nombre le ponemos y ¡ay, qué ilu las pataditas!... 3 días antes de salir de cuentas (de lo que se deduce que la pobre mujer estaba ya en plan reventón, con los pies hinchados de querer morirse y todo dolorido...) pasa nosequé y el bebé se muere.

Ni que decir tiene que que se queme el Amazonas enterito no me pone ni cuarto de mitad de triste que esto, que me parece el colmo del dolor inhumano y la injusticia más despiadada. Porque, por lo visto, no le quedó a la pobre otra que dar a luz igual... así que yo no puedo imaginar qué cosa horrible ha de ser eso.

Bueno, puedo, pero se me caen los lagrimones encima del teclado y lo pongo todo perdidito.


La buena noticia es que la valiente mujer va y lo intenta de nuevo. A mi tendrían que drogarme un año entero y pegarme con un palo en la cabeza para volver a pasar por algo así. Ni ropita le compró al nuevo proyecto, para no hacerse demasiadas ilusiones, que luego se llora más. La cosa es que, por fin, nace la criatura después de un parto horrendo de miles de horas, que si no hubiese estado atareada con el esfuerzo podría haberse leído Los Pilares de la Tierra en ese tiempo.

Todo pintaba bien, salvo que la pobre mujer estaba como si le hubiese pasado un tren por encima y luego marcha atrás, y por eso tuvieron que dejarla ingresada una semana. De pronto, una noche, el bebé deja de respirar y se arma la marimorena. Como hubo suerte, y estaba ya en el hospital con su esforzada madre, los señores de las batas blancas llegaron a tiempo y lo metieron en una de esas naves espaciales para curar bebeses.

La pobre madre ahora está más asustada que un mono del Amazonas al que le agitan el árbol en el que vive pacíficamente, y, claro, no quiere irse para casa.


Pues ya estaba yo medio sensible con el tema, meditando sobre los sufrimientos de ser mujer y, voy, y me topo con mi Difunto.

Cuando una se ha pasado tanto tiempo enamoriscada de alguien, aprende a detectar sus estados de ánimo como los animalillos huelen el miedo.

Aparentemente estaba normal: rodeado de gente, con su mítica copa de balón en la mano, bufanda al cuello a pesar de que en esos locales hace más calor que en Kenia... pero estaba triste.

Yo no lo puedo remediar, quiero a mi Difunto casi tanto como a mi gato... y eso es mucho, así que fui a hablar con él a pesar de los intentos de Sargento Tous por evitarlo, que sólo le faltó amarrarme con un candado a las escaleras como si fuese una bicicleta.


Mi adorado Difunto estaba más pachucho que las azaleas que intentan sobrevivir por sus propios medios en mi balcón. No sólo estaba triste, estaba preocupado porque su hermana la SuperMujer estaba muy malita.

Hay que explicar que mi Difunto es un claro ejemplo de cómo la herencia genética es caprichosa, y a veces un poco cabrona. Todos los hermanos de mi Difunto son listos y exitosos (como él, vamos, hasta ahí todo normal)... pero es que resulta que él, aunque yo lo encuentre irresistible, es feo... y sus hermanos guapos.

Le tengo una envidia insana a SuperMujer, así, sin tapujos. Es una tipa lista, que forma parte del equipo directivo del Laboratorio Europeo de Física de Partículas.

Yo es que no tengo gafas (señal de que no he estudiado tanto), y encima soy de letras, así que eso del LHC, que al parecer es una máquina carísima que reproduce las condiciones en las que estaba el universo a menos de mil millonésimas de segundo después del Big Bang, se me antoja ciencia ficción. Hasta los monos del Amazonas saben que unas planchas de cerámica para mí son tecnología punta... así que yo admiro mucho a esta hermana del Difunto que ha sido capaz de colarse entre los listos más listos del planeta, y encima sin llevar gafas.

SuperMujer vive en Ginebra, tiene un marido holandés que también es científico, una casa en una de las zonas más exclusivas de los Alpes (a mi no me gusta esquiar, pero sí comer chocolate delante de la chimenea), una hija que habla 5 idiomas, y, encima, es guapa y casi tan ingeniosa como el orondo objeto de mis amores.

Nunca he admirado a ningún actor, ni modelo (a algunos famosos no les tengo ni respeto, ¡para qué engañarnos!) pero sí a la gente que es capaz de hacer cosas buenas por la humanidad... y no me refiero precisamente a la Teresa de Calcuta ni a quien dedica su vida a decirle a los demás cómo han de vivir la suya.

Yo no sabré usar muy bien mi teléfono móvil, pero aunque pago unas facturas terroríficas, agradezco que alguien se haya tomado la molestia de inventárselo (estoy esperando por mi aeronave y mi secador de cuerpo, por si alguien muy listo lee esto).

La SuperMujer también acaba de tener otro bebé, y la cosa se complicó bastante. Al habitual rosario de torturas y sufrimientos varios, se le sumaron otros follones y la pobre acabó desangrándose en plan Brave Heart. Como no estamos en la Edad Media y los Suizos no son muy amigos de que algo altere sus planes, le hicieron una transfusión y la estabilizaron dentro de lo posible.

El caso es que la madre de SuperMujer, por muy súper heroína que sea su hija, es una típica madre española, y sin hablar francés, alemán, ni otra cosa que no sea castellano y el universal lenguaje de una progenitora defendiendo a sus crías, cogió a su marido y se plantó en Ginebra.

Hay ocasiones en que la buena voluntad no es suficiente, y uno puede acabar montando más lío que el que ya hay. En mi casa ocurre lo mismo: las escasas veces que mi madre ha estado enferma, el problema no era ella (que es sufrida y fuerte como un Tank de Cartier), sino que había que montar un comando especial para apaciguar a Viejo Pachanga, que se pone nervioso y lo embarulla todo.


Difunto estaba realmente preocupado por su hermana desangrada:

-El problema es que ella es como tú- me dijo circunspecto- una mujer práctica que no ve nada de romanticismo en eso del embarazo, y preferiría que los niños viniesen en frascos.

Yo aquí tuve que darle la razón, porque además de la aeronave y del secador de cuerpo, siempre quise que los bebeses se pudiesen adquirir en unos botes de cristal, para poder ver cómo son de grandes y eso. Total, ya luego se les coge cariño y no creo que haya que llevarlos nueve meses dentro de la tripa para quererles.

-Además, odia estar enferma- ¡Hay que ver lo que nos parecemos!... bueno, yo sin ser científica ni nada de eso - Y mis padres no están siendo de mucha ayuda porque no hablan el idioma, ni nada... Tendría que haber ido yo y obligarles a quedarse.

Yo ya sé que tengo debilidad por mi Difunto, pero es que verlo así me pone más blanda que un muffin recién horneado. Le di un abrazo, pero apretando poco que no es bueno para la salud de mi corazón, que es tontito... y me fui.

Me divertí un rato con mis amigas, que, como me conocen, no me dejan hablar ni pensar en cosas de Poltergeist, y me retiré tempranito.


El domingo dormí como un lirón calentito en la madriguera. No había partido, ni nada urgente que hacer salvo disfrutar de uno de esos días de dolce far niente. Dormí como una princesa, pero me levanté pensando en la SuperMujer y en la Hermana de Shreck. En cómo dos mujeres tan distintas padecían un sufrimiento similar (la hermana de Shreck gana, eso es verdad) en la misma semana, y cómo a pesar de que se pueden reproducir en el laboratorio las condiciones del universo en el momento del Big Bang... eso sigue siendo un martirio peor que el de San Lorenzo en su parrilla.


Suelo levantarme de muy buen humor, y más si es domingo y he dormido hasta mediodía, así que hasta Gran Torino, que no es muy de fijarse en las cosas, se dio cuenta de que estaba pensativa.

Le conté mi conversación con el Difunto, el susto que habían pasado con su hermana en le matadero de la maternidad, y le conté lo del bebé malito de la Hermana de Shreck.

Le hablé sobre los casos que me aterrorizaban en los que no había llegado a tiempo la epidural, y eso de que te rajan como si fueses una sandía... le dije que no podía imaginar lo que debía de ser tener que pasar por eso después de que el primero de los cachorros te nace muerto... Hablé y hablé mientras él me miraba atento.


De pronto, Gran Torino se incorpora y me dice muy serio:

-Habrá que comer algo ¿no?- hace una pausa para meditar y añade- Podemos hacer los ravioli rellenos de chocolate que compré el otro día.

Yo, que por mucho que lo trato no acabo de comprender al Gran Torino, ignoro si la cosa de los fetos es lo que le generó el apetito, aunque prefiero pensar que, sencillamente, no me hace ni caso cuando hablo.


miércoles, 3 de febrero de 2010

El alterne

A pesar de ser deliciosamente sofisticado, Cary Grant es capaz de tirar la puerta del baño de un garito si una amiga lo necesita. Doy fe. Cuando atravesábamos nuestra divertidísima época “todo va mal” tuvo que rescatar a la generalmente apocada administrativa de Niñatos Jugando a Trabajar, que se había cogido una cogorza de impresión y se había quedado dormida agarrada a la taza del váter de un local de ambiente al que íbamos a enloquecer y a jugar a los puntos y minipuntos.

Al ver que la borrachina no respondía, y que había pasado el cerrojo, Cary Grant hizo acopio de todos sus recursos dramáticos para pedirnos que nos retirásemos un poco y abrir de una patada la puerta.

Creo que se debió de esguinzar el tobillo, porque tampoco es que tuviésemos por costumbre andar por ahí como Bruce Lee, y además yo me tragué una bronca del dueño del pub que ni te cuento, pero la embriagada rubia estaba a salvo, y Cary Grant orgulloso de su heroica intervención... así que todos contentos (menos el propietario del local y el novio de Señorita Butter, que tuvo que hacerse cargo del cadáver mientras nos gritaba que no volvería a dejarla salir con nosotros).

Creo que somos amigos desde que se vino a vivir a Aldea Sin Vacas Con Pretensiones de Capital y podría decir sin temor a equivocarme que ha sido testigo (y a veces cómplice) de alguno de mis más hilarantes momentos, y de otros realmente vergonzosos... pero como yo no los confesaré ni bajo amenaza de que me quemen el armario, y él es un buen amigo, nunca se sabrán (o sí, porque yo con dos Mar de Envero me pongo en modo confesión y empiezo a largar mis trapos sucios como en una lavandería).

El caso es que Cary Grant y Magnolia de Acero superaron el “Todo va Mal” y, como es lógico, maduraron. Yo seguí poniéndome morada de puntos y minipuntos, y continuando el concurso por mi cuenta mientras ellos recuperaban la sensatez y se enamoraban de sendas personas maravillosas.

El único defecto de ambos, si es que es un defecto, es que cuando hay amor no hay dolor... y me cuesta más quedar con ellos que conseguir un Front Row en Zac Posen. Pero yo les quiero igual y hemos ido encontrando el modo de vernos. Con Magnolia de Acero voy al basket, y con Cary Grant de alterne.

Vivir en Aldea Sin Vacas me encanta, para qué nos vamos a engañar. Lo hice un tiempo en la City y me lo pasé como una enana... pero Aldea Sin Vacas es la capital de mi propio reino, y yo soy así de sentimental.

Es verdad que a veces una se pierde los fiestones y glitter eventos... pero también es cierto que no necesito eso para ser rabiosamente feliz.

El alterne es un fenómeno curioso que se da en todas partes (creo yo, que nunca he estado en Laponia y no se debe de hablar de lo que una no sabe). Aquí en ASV alguien organiza un evento o inaugura algo y, como por arte de magia aparecen los Lemmings.

A parecer, eso de que los lemmings se suicidan en grupo para regular su población es una leyenda urbana similar a la de Ricky Martin... Parece ser que estos animalillos peludos migran en grupo y tienen un sentido de la orientación un poquito regular... por eso a veces se despeñan en masa.

Los lemmings de ASV también llevan frondosos abrigos de piel, actúan en grupo, y no gozan de mucho criterio a la hora de decidir dónde tomarán los pinchos. Esto hace que una a veces se encuentre 20 lemmings flipando en una performance preguntándose cuándo empezará el cocktail, que es en realidad a lo que vienen.

Yo no sé quién las convoca, debe de ser algún instinto, pero allí están ellas siempre dispuestas a besuquear a todo el mundo y hacer pintorescas observaciones tanto sobre sesudos estudios literarios como sobre los flujos demográficos en el África Negra. Lo que les echen.


Hay otro fenómeno del alterne que nos produce bastante inquietud: la democratización del photocall (Cary Grant dixit). No hace tanto que uno llegaba a ese tipo de sitios y, sencillamente, daba su nombre en la puerta y entraba. Los fotógrafos venían y hacían su trabajo: en unos casos localizar a la gente verdaderamente interesante (y habitualmente escurridiza) y en otros evitar al típico que se coloca oportunamente cada vez que salta un flash.

Ahora en todas partes ponen esas bambalinas pintarrajeadas y te obligan a pararte allí para dejarte medio cegata con los fogonazos ¡y mira que yo soy de posar!... pero no encuentro muy apropiado salir en la prensa dominical con cara de “te voy comer tó lo negro” junto a lemming bien abrigadillo y sonriente.

Estoy temiéndome que la próxima vez que vaya al súper me obliguen a inmortalizar el momento antes de coger el cesto de la compra.


La verdad es que a nosotros nos da un montón de pereza lo del alterne. No sé muy bien por qué, porque para ser sinceros pasamos bastante de alternar y nos dedicamos a hablar de nuestras cosas obviando todo lo que nos rodea excepto a los lemmings, que son muy rápidas con los ibéricos.

Nos sumimos de tal modo en nuestras charlas que, en una ocasión en que asistimos a una macro celebración del aniversario de un museo, se acercó una amiga de Cary Grant para presentarle al director de la famosa pinacoteca. Él lo saludó con amabilidad y le estrechó la mano para, acto seguido, darle la espalda y continuar nuestra conversación. El hombrecillo de las gafas se quedó un buen rato esperando, allí plantado como un ficus. Yo, que lo estaba viendo, empecé a sentirme un poco violenta, pero Cary Grant estaba tan entusiasmado contándome aquello que, hasta que el hombrecillo de las gafas entendió que allí no pintaba nada y se fue, no conseguí decirle ni pío, y para entonces ya no había remedio.

Pero el súmmum del alterne, el que yo recordaré cuando sea una viejecilla como la de Titanic y vea desde un submarino los restos de ASC, fue un jueves que se nos juntó la inauguración de una tienda de Hugo Boss y de una galería de arte. Primero fuimos a acompañar a los lemmings a aquel acto donde había un porrillo de famosos y nos encontramos con Una Vez Leí un Libro. Si hay alguien de quien Cary Grant sea fan, ésa es Ana Torrent... y allí estaba ella, más aburrida que en una sesión de la Real Academia Española...

Yo, por un amigo, como la Esteban: “ma-to”. Entre eso, y que me había bebido un par de vinitos y los lemmings se habían apoderado de todas las tempuras, agarré a Cary Grant de la mano y lo llevé hacia su mito. A mi ella me parece más sosa que un plato de brécol cocido y sin sal, si no fuera porque no le he visto bigote diría que se parece a una anchoa, flaquita y tristona. Me dio ganas de darle algo para que se comprara un bocadillo, por mucho vestido de Hugo Boss que llevara... pero pensé que le podría sentar mal, y decidí portarme lo mejor que sé.

Me planté delante de ella, le sonreí muchísimo en plan mono del Amazonas y le espeté:

- ¡Hola! Ya sé que esto parece un poco raro, pero es muy importante para mi amigo.

Cary Grant se situó delante de ella, se puso todo serio y le dijo:

-Hola, me llamo Ángela y me van a matar.


La anchoa sin bigote se quedó muertecita. Aprovechando la confusión, saqué la Sony de mi clutch y nos hicimos una foto con ella para la posteridad, en plan japo (y para acordarnos al día siguiente, que albariño va albariño viene, y con los lemmings exterminando todo lo comestible ...).


Después, y con el botín en la mano (lo bueno del alterne es que te suelen regalar cosas, te invitan a vino y encima te hacen regalos... ahora que lo pienso, no sé por qué no nos prodigamos más) nos dirigimos a nuestro segundo evento de la velada. Tratamos de ponernos un poco serios porque la gente de la galería nos caía muy bien, y no queríamos quedar como dos cretinos alcoholizados.

Entramos en la galería y vimos la primera de las instalaciones: un montón de cajas de cartón apiñadas que ponían en inglés “esta caja contiene arte”.

Yo es que nunca he llevado gafas, y debe de ser por eso que no acabo de captar esos conceptos tan elevados.

Se oía la música y la gente al fondo en la galería y no había señores de esos serios de Securitas Direct a la vista. Nos miramos y de repente tuvimos una inspiración cinéfila:


- Siempre quise robar arte - le dije - me parece muy elegante.

- Como en “Atrapa un ladrón” -apuntó él comprensivo.


Cogimos cada uno una caja y salimos de allí corriendo.

Siempre pienso que tengo que enmarcar esa foto como se merece.


martes, 2 de febrero de 2010

La polémica boda de Yoda

Discutí un poco con Protocolo. Esto tiene su mérito, porque ella es muy de paz y amor, y es realmente complicado alterar ese beatífico estado en el que vive.

Hace años que la conozco, pero ella siempre cuenta que empezamos a salir juntas desde un día en que me encontró en una esquina. Le he pedido que no diga eso, que hace feo, pero ella erre que erre diseminando por el mundo la dichosa anécdota.

El caso es que tenemos amigas en común, pero hay otras chicas de su pandilla a las que he ido conociendo con el paso de los años.

Protocolo sustituyó su habitual semblante angelical por uno más propio de Belcebú cuando el otro día se me ocurrió emitir una de esas opiniones que nadie me pide. Yo podría haberme estado calladita, pero no, tengo la fea costumbre de andar pensando pensamientos de lo más políticamente incorrectos que se despachan.

Cuando todavía no las conocía a todas, organizaron una tarde de chicas en un balneario con posterior cena. A mi eso de las piscinas públicas (por muy spa que sean) me da un montón de yuyu, y me hace soñar una semana seguida con un trogollón de gérmenes y viruses tal cual un anuncio de PatoWC, así que me salté el momento burbujas y bajada de tensión para apuntarme directamente a los placeres gastronómicos y a zumbarme unas copitas de Mar de Envero, que a eso siempre digo que si.

Sentadas en torno a la mesa estaban varias de sus amigas desconocidas por mi. A pesar del omnipresente rollo madre, he de decir que son gente encantadora. Yo tenía un poco la sensación de ser una niña pequeña a la que por error la han sentado en una mesa de mayores, porque los temas de cortinas y sofritos nunca han sido mi fuerte y enseguida se me acaba el repertorio.

El caso es que, en mitad de la cena, una de ellas saca un tremendo álbum de fotos y empiezan a pasárselo. Aunque para muchas yo era entonces una extraña, como son simpáticas y deliciosamente educadas, me hicieron llegar muy amablemente el celebrado compendio gráfico.

Al principio pensé que era una broma de mal gusto.

Tardé unos segundos en darme cuenta de que aquello no eran unas fotos de carnaval, sino de la boda del pequeño ser que las exhibía con tanto orgullo. Ellas alababan el vestido y reiteraban sin cesar lo guapa que estaba, y yo miraba aquel reportaje con Yoda vestida de novia como protagonista y no me lo podía creer.

La cuestión es que el sábado tuve la bendita ocurrencia de decirle a Protocolo que, sin conocerlas todavía, e ignorando que son seres naturalmente bondadosos (y creo que algo miopes), ese día pensé que me encontraba en medio de una caterva de hipocritillas.


Protocolo es una buena persona, eso lo saben hasta los monos del Amazonas. Es un increíble ser de otra galaxia que ha sido dotado de un amor por el prójimo sobrehumano, pero también de un considerable desapego por la realidad, que suele ser cruda.

A mi me gustaría ser tan bondadosa como Protocolo y sus santas amigas, pero debo de tener unos niveles exagerados de HLC*, y por eso soy cruel y despiadada. Es la única explicación.


Si le tiro una copa en la cara a Protocolo no le parecería ni la mitad de mal que mi opinión sobre la evidente privación de armonía en los rasgos de Yoda. Ella, que ya digo que es buena, asegura que es guapa pero un poco bajita.

Si con “un poco bajita” se refiere a que la susodicha recuerde inevitablemente a un mono tití al que le haya roído el pelo una cabra, entonces sí.

Yoda tiene unos ojos azules tan grandes e intensos que, en vez de molar, dan mucho miedo. Si alguien ha visto a Gollum en el Señor de los Anillos ya sabe a qué me refiero.

Por si eso fuera poco, tiene una de esas estructuras tipo cerilla, con un cabezón tan grande que podríamos haberlo usado como mesa en la cena.

Lo que sí hay que decir a su favor es que se depila, porque he tenido el infortunio de verla en bañador en otra ocasión, y doy fe de que al menos tiene el detalle de no dejarse las melenas al viento.


La cosa no acaba ahí, porque lo de la ceremonia a mi me dio ganas de llorar. Decidió celebrarlo de manera íntima y sólo invitaron a padres y hermanos. Eso sí, como le hacía ilusión, se puso un vestido de novia y contrató un fotógrafo para inmortalizar tan magnífico evento.

Imaginad a Yoda descolorido y con los ojos claros vestido de primera comunión en el salón de la casa de sus padres. Pues así, hasta 500 instantáneas que me tragué mientras las oía a ellas “ay, ¡qué guapa!”, “¡qué linda estás en ésta!” y otros atentados contra la verdad similares.

Yo ya digo que entonces no las conocía muy bien, y no podía ni imaginar que aquello lo estuvieran diciendo en serio. Pensé que eran unas cínicas cuando en realidad son seres puros de alma compasiva que deben de poder ver la belleza interior y todo eso.

Yo admito que, una vez que conoces a alguien, dejas de verlo de un modo muy objetivo, y los que te caen bien los ves más guapos, y a los capullos feos como demonios fritos... pero aún así, eres capaz de saber si tus amigas queridas son como las mellizas feas de Susto y Disgusto.


Esto parece un comentario frívolo y malévolo, pero no lo es.

Yoda tiene mucho mérito porque, siendo más fea que el Fary comiéndose un limón, y sin ser especialmente simpática (es agradable y buena... pero tampoco es la alegría de la huerta, no vayáis a pensar) ha logrado que la gente se concentre en su interior, e ignore (superando los límites de lo razonable) su intrincado exterior sólo apto para ya iniciados.

Yo ya sé que estas cosas no debería de pensarlas, pero no lo puedo evitar: La gente muy fea debería de tener ciertos beneficios sociales, como plazas de aparcamiento específicas o trabajos en la administración pública... digo para compensarles un poco la putada. Porque esto es una lotería y hay herencias genéticas que no hay Clarins ni Chanel que las arreglen. Que por mucho que Yoda se tunee (lo del corte de pelo, si a Protocolo no le pareciera mal yo se lo hubiese solucionado llevándosela a mi peluquero), lo del cabezón sólo lo arregla metiéndolo en un bolso de Prada y no sacándolo ni para comer. Esa es la verdad.

A lo mejor estoy yo muy confundida, pero a mi me da que el mundo está más lleno de gente como yo que de personas como Protocolo y sus Santas Inocentes. Leí en una ocasión que, según un estudio (¿quién encargará esos estudios, digo yo?) los bebeses reconocían la belleza física. La cosa consistía en que les enseñaban fotos de gente a un porrillo de bebeses y ellos sonreían más a los que tenían facciones armónicas, y lloraban o hacían pucheros ante los feos.

Vaya, que nacemos siendo cruelmente superficiales, porque a esos bebeses lloricas no los consolaba el hecho de que los feos fuesen buenas personas... eso imagino que se aprende después. Así que está muy bien que nos engañen diciéndonos que lo importante es el interior y todo eso, pero yo os aseguro que la vida es dura y así lo aprendí yo.


P.D Protocolo querida: Tú que eres inconmensurablemente buena sabrás perdonar a tu amiga por ser más mala que un demonio con máster.


*La hormona liberadora de la corticotropina está asociada, según los especialistas, con las respuestas del organismo al miedo y a la ansiedad. Los estudios sugieren que las hembras con menores niveles de la hormona HLC tienden a proteger más a sus crías que aquellas con niveles altos. Esto también lo debí de leer en alguna parte, digo yo, que yo sola no pienso tanto.


lunes, 1 de febrero de 2010

El potro de torturas del sargento genealógico

Aunque mi pobre madre ya está habituada a que los pacientes le pidan que “le eche una diagnosis” o le digan que se olvidaron de ponerse la “ursulina” tardó un buen rato en entender a la buena de la señora que necesitaba de urgencia una cita con el “psicólogo de abajo”.

Pensó que se refería a la asistente social, que está en la planta baja… y hasta que la mujer echó mano de una grosería para indicarle que tenía una infección “genealógica” morrocotuda, mi progenitora no se dio cuenta de que se refería al ginecólogo, y no a que toda su familia necesitase antibióticos a puntapala.

Ando con los pelos pinchos porque yo también tengo que ir al psicólogo ése… y prefiero que me quemen el armario a pasar por ese mal trago. Me da un bajón de glamour de esos de necesitar un ingreso en un Six Senses Spa.

Mi anterior médico era un amable caballero de pelo blanco, exquisitos modales y manos de seda. Yo he llegado a pensar que no es humano, sino un elfo venido a este mundo para evitar que fulanos cargados de testosterona hurgasen en mis entrañas sin ningún tipo de consideración a mi naturaleza pudorosa.

Un buen día, y por razones que no revelaré ni aunque secuestren a mi peluquero, necesité una segunda “diagnosis”… así que, haciendo caso a los que me aseguraban que era “la mejor”, tuve que pedir una recomendación para que me viese una médico que trabaja en la Seguridad Social (yo diría que formada en los marines, o algo) y que es más bruta que unas bragas de esparto.

Llego puntual y me oriento a través de los doce millones de folios impresos y pegados con celo que hay por todo el centro. Veo que eso de la sinaléctica corporativa por aquí no ha triunfado. Al fin, localizo una puerta que tiene una placa con su nombre y un cartel enooorme que pone: “Avisad a la enfermera al llegar. Esperad a que os llamen”.

Vale. Alto y claro. Así me gusta.

Sigo las instrucciones del sargento genealógico y me acerco a la puerta de la enfermera.

Llamo. Nada. Vuelvo a llamar. Nada

Me siento en uno de los asientos de la sala de espera, justo entre una señora con un mostacho más poblado que China, y una poligonera de esas que tiene el detalle de enseñarme toda la rajilla del culo cada vez que se echa hacia adelante para cambiar la canción que suena en el móvil que tiene entre las manos.

Yo ya sé que esto no está bien, pero me aburro más que en un concierto de Alex Ubago, así que le echo un vistacillo inocente a lo que está escribiendo en la pantalla del artilugio (tan tuneado como ella, por cierto):

“k kñz chrr, aber si akb prnto d tokarm el kñ y ns bmos, g, g, g”

Entre que no entiendo nada, y que adivino unas faltas de ortografía de esas de doler los ojos, me doy cuenta que mi abuela tiene razón en eso de meterse en las cosas de uno.

Entra y sale la gente de la consulta sin parar, y allí nadie me llama. De pronto, la hermana gorda del muñeco de Michelin entra como un huracán en la sala de espera y abre sin contemplaciones la puerta a la que yo he llamado minutos antes sin éxito.

Calculo que es mi oportunidad para anunciar mi presencia en tan extraño lugar y me acerco a la puerta que ha quedado entreabierta.

Con unos sudokus encima de la mesa, la señora enfermera mantiene una animada conversación telefónica con alguien a quien llama “bonita” todo el rato y a quien está explicando que va a salir antes de trabajar porque se quiere acercar a las rebajas y por la tarde hay mucha gente.

Como me da la sensación de que me ha visto, pero no me mira, toco suavemente la puerta.

Ella levanta la vista y le dice a “bonita”:

- Espera un momento, aquí hay alguien que no sabe leer los carteles- Me mira con impaciencia y me dice: “Qué quieres?"

-Es que en la puerta pone que avisemos al llegar y...

Suspira con resignación y vuelve a dirigirse a bonita por teléfono:

- Un segundo, ¿eh?- coge un bolígrafo y me pregunta fastidiada por mi nombre.

Revisa la lista y me dice indignada:

-¡Tenías que haber entrado hace 5 minutos!

-Lo sé, pero llamé a la puerta y nadie me contestó.

Pensé que iba a arrojarme el teléfono a la cabeza:

-¡Claro! ¿No ves que estaba teniendo una conversación privada?

Por un segundo pensé en golpearla con una de mis Pretty Ballerinas hasta hacerle sangre, pero era un modelo muy bonito y no me apetecía tener que tirarlas.

Discutir tampoco me iba a ser de utilidad, así que apreté los labios fuerte y pensé en la terraza del Café del Mar, que me da mucha paz interior.

-Ah.... Pues tendrás que esperar al final, porque como no avisaste te hemos saltado.

-Mbfgrfislgsh.... - puesta de sol en Ibiza, puesta de sol en Ibiza- de acuerdo, gracias.


Vuelvo a mi sitio y espero. Espero hasta que tengo la sensación de que me estoy haciendo más vieja que Sara Montiel en aquella silla de plástico incómoda.

Al fin, la enfermera asoma la cabeza desde su guarida y grita mi nombre.

Atravieso la misteriosa puerta con el mismo ánimo que si me fuesen a ajusticiar y me encuentro al Sargento Genealógico rodeada de papeles.

-¡Siéntate! - me ordena sin mirarme- Estoy revisando tu historia.

Me pregunto cómo en la sociedad de la información todavía tienen esas carpetas descoloridas y trillones de papelotes, pero me doy cuenta que me conviene más estar callada y responder obediente a las cuestiones que me va planteando sin levantar la vista de la carpeta.

-Bien, vamos a explorarte. - Se levanta, abre una de las puertas que comunican con otra de las salas misteriosas y pide a quien se oculte tras esa pared llena de incógnitas que me preparen.

Me siento como el objeto de algún sacrificio ritual. Allí hay dos mujeres vestidas de verde, que ignoro si son enfermeras o jardineras del ayuntamiento, que me tienden un pañito y me señalan la puerta de un baño a la orden de “desnúdate”.

-¿Y mi bata? -pregunto más inocente que Heidi.

Los guisantes con croks se ríen tanto que hasta me dan miedo:

-Aquí no hay batas - dice uno de los guisantes- ¡no te preocupes, que todas somos mujeres y ya sabemos todas lo que tenemos!

¿Queeeeeee? ¡yo no sé lo que tiene nadie ni lo quiero saber! ¿Pero qué tendrá que ver ser mujer con despelotarse delante de otras?

Café del Mar, Café del Mar. Brisa marina y los cubitos de hielo tintineando en mi copa.

Entro en el baño y haciendo equilibrios para no tocar muchas cosas, meto toda mi ropa (excepto el tanga y las medias de blonda que me las dejo puestas por mucho que digan los guisantes) en mi bolso, para evitar colgarla allí donde la marsopa bigotuda habrá puesto la suya.

Estirando todo lo que puedo el ridículo trapito verde salgo dando saltitos del baño y, veloz, me subo a la camilla.

Los guisantes se mueren de la risa:

-¡Pero si estamos más que acostumbradas a ver a mujeres desnudas!

-Pero yo no trabajo en un Peep Show, así que me quedo así - terqueo.


En esto, el Sargento Genealógico entra en escena como una se espera de una mujer de semejante carácter: abriendo la puerta como lo haría Napoleon.

Yo, que vengo entrenada de mi anterior “psicólogo de abajo”, al verla llegar con ese ímpetu, subo las piernas y las coloco en “el espatarrador” de inmediato.

Ella me mira. Yo, que no tengo por costumbre presentarme ante la gente de esa guisa, la observo con un poco de desconfianza.

-Qué haces con esas medias puestas?

-Yo le dije que se quitara todo - interviene uno de los guisantes

-Hace frío y no te molestan para nada - replico yo (lo del frío no es verdad, pero aquella gente no parecía avenirse a razones emocionales)

-No hace frío, pero es verdad que no me molestan -concede el Sargento, que vuelve a mirarme con dureza- ¿Y qué haces con las piernas ahí subidas? ¿trabajas en un Circo?

¿Que quéee? aquella tipa me estaba vacilando

-¿No tengo que poner las piernas ahí?

-¡Sólo cuando yo te lo diga!

Las bajo con gran esfuerzo para no destaparme, porque, como saben hasta los monos del Amazonas, soy pudorosa pero no contorsionista.

Me siento con las piernas muy juntas. Aquello estaba siendo una contrariedad. Es extremadamente difícil mantener la elegancia si sólo te dan una servilleta de un horrible tono verde para cubrirte.

El Sargento me hace un par de preguntas y después me dice que vuelva a espatarrarme. Los médicos son una raza cruel. Ni siquiera pienso que sean humanos.

Lo hago mientras la veo colocarse unos guantes, venir hacia la camilla. e introducir su mano como lo haría Winnie de Pooh en una colmena de miel. Yo, que no estoy habituada a esas tomas de contacto tan bruscas me contraigo.

Ella me riñe:

-¿Quieres relajarte?

Sé que estoy cavando mi propia tumba, pero no puedo reprimirme:

-Es que si no me invitas antes a unas copas y me dices algo bonito...


Será muy buen médico, yo no lo dudo, pero creo que la Inquisición ha perdido un gran talento.