martes, 17 de mayo de 2011

Sobre cerezas y pájaros

Ser Querido se ha quedado ciego como un topo ¡Pobrecito mío! Parece que ni con las gafas para gatos que nadie se ha tomado la molestia de inventar lo arreglaríamos.
Como el médico de felinos dice que no conviene operarle de cataratas, estoy haciéndole unos entrenamientos paralímpicos para que cuando Mami y Viejo Pachanga vuelvan de sus vacaciones vean que podemos arreglarnos por nosotros mismos perfectamente, y, así se aplaquen sus instintos asesinos, porque eso de matar a alguien de la familia, yo creo que está bastante feo. Sobre todo si ese familiar es un pequeño ser peludo que nada sabe de que se está conspirando contra su vida y al que nadie ha podido explicar que no es que se nos haya ido la luz... sino que ya puede ir jubilándose de eso de la caza, y que como no aprenda pronto a sortear la piscina me lo veo proclamándose campeón de natación gatuna.

Como por las tardes voy hasta Villapollo para enorgullecerme de sus progresos y Princesita P. es un ser humano independiente que jamás nos hace partícipe de sus intenciones coincidimos por sorpresa en el hogar paterno. Al contrario que su hermana mayor, ella disfruta con las cosas de la naturaleza obviando que la tierra mancha, que los perros te chuperretean las piernas sin pedir permiso y que el campo, digan lo que digan, huele raro.

Mientras ella regaba las plantas, yo descubrí un montón de cerezas picadas por los pájaros que habían caído al suelo.
Ya he dicho que odio a los plumíferos, y me encantan las cerezas, así que me parece particularmente injusto que los malditos bichos picoteen la fruta ajena, y me puse a recoger todas las que estaban al alcance de mi mano.
Como soy la más bajita de la familia sin contar con el gato, sólo llego a las ramas de abajo y pedí ayuda a Princesita P para capturar un montón de cerezas coloradas y reventonas que estaban muy altas.

No podíamos con la escalera, así que mi hermana pequeña sugirió que me subiese al tejado para llegar a las ramas más altas. He de confesar que me surgieron dudas respecto a la conveniencia de la expedición, pero ella me aseguró que los antenistas pululan por los tejados con total naturalidad, y yo no iba a ser menos... así que subí, me descalcé y caminé suavecito por las tejas hacia las cerezas relucientes.
Pedí a Princesita P. que se quedara abajo, por si yo rememoraba mis años de patinaje y era necesario llamar al 112 para asistir mi irresponsabilidad aguda.
Todo iba de maravilla. Alargaba el brazo, tiraba de las ramas e iba cogiendo uno a uno los deliciosos puntitos rojos... hasta que oí un feo crujido bajo mis pies.
Yo no sé si Viejo Pachanga tendrá contadas las tejas... pero dudo que tapar los trozos rotos con unas hojas del cerezo cuele durante mucho tiempo.
Menos mal que es primavera. Confío en que no llueva demasiado... al menos mientras pienso en cómo contarles que me he subido al tejado de su casa para evitar que los pájaros se comieran las cerezas.