lunes, 14 de diciembre de 2009

Supervivencia extrema en el inhóspito mundo de los talleres

Tengo claro que esto de los coches no es para mí. Yo debería de tener un chofer. Eso, o limitarme a los trayectos a los que pueda ir andando, o en avión.
Me provocan ansiedad y mal vivir.
Hoy tengo una cita. Una cita secreta de esas de cosquilleo en la barriguilla y mirada de perro pachón. Como quería ir bella como una estrella, planifiqué hasta el milímetro cada uno de los milisegundos de mi tiempo libre, que ya sabemos que la belleza no cae del cielo y lleva su tiempo.
Bueno, eso lo sabemos nosotras, porque los tíos piensan que ya venimos así, suaves y exfoliadas de serie. Ellos compran revistas y ven películas… y creen que el mundo real es ése. Lo ignoran todo sobre hidrataciones, depilaciones, mascarillas, planchas de cerámica, bálsamos, maquillajes…
Piensan que los dorados glúteos de las portadas de la Man son un regalo de la naturaleza y ni se les ocurre pensar en las horas de gimnasio, bisturís, photoshop y solarium que son los verdaderos artífices del milagro.
En fin, que yo quería ponerme mona para compensar un poco la última imagen que se llevó de mí, con el pelo como el de la bruja avería con ojos de mapache resacoso… Yo no sé qué pasa, pero después de salir siempre me queda un poco de pintaputa. Juro que me desmaquillo concienzudamente con un bi-fásico de Clarins… pero al día siguiente siempre tengo ese rollo de mujer de malavida que es lo peor para ir a una comida en casa de tu abuela.
En este caso, peor, porque en esos casos a mí no me encaja eso del momento Doris Day “cariño, voy a ponerme cómoda”… para salir del cuarto de baño con un picardías y una bata de gasa de artista de los 40s venida a menos.
A veces he pensado en levantarme de madrugada y desmaquillarme y acicalarme como es debido, para al día siguiente levantarme como una princesa, y no como una vagabunda… pero luego me quedo dormida y siempre me levanto con los ojos escocidos por el rimell y un extraño parecido con Marilyn Manson en un mal día.
Total, que salí a mediodía del trabajo, con el tiempo cronometrado para comer algo, hacerme una mascarilla y dejar el modelito listo para después.
A las 14:55h estaba apagando el ordenador con los motores rugiendo como los coches de Fórmula 1 en boxes. Cojo el bolso, me pongo el abrigo, bajo las escaleras de dos en dos, subo al coche como un rayo, enciendo el motor y salgo disparada… y de pronto… “tac, tac, tac”…
Yo no presto mucha atención al coche, pero hasta el último mono del Amazonas sabe que un ruido así no puede ser cosa buena.
Pruebo a ir mas despacio…”tac…tac… tac”
¡Oh! ¡la cosa me persigue!
Acelero y… “tac,tac,tac,tac,tac” como una metralleta.
¡Uh! ¡qué mala pinta!
Me bajo a mirar si tengo una rueda pinchada, que es lo única avería que yo concibo. Nada. Subo al coche y paso al plan b: pedir auxilio.
Llamo a Viejo Pachanga:
- Oye… que el coche me hace ruido
- ¿Qué clase de ruido?
- Tac, tac
- ¿tac, tac?... ¿no puedes ser más explícita? ¿dónde lo oyes?
- Pueeees… en algún lado del coche, claro.
Viejo Pachanga suspira:
- Ya, pero ¿dentro o fuera?
- No sé. Pero mira, yo saco el móvil por la ventanilla a ver si lo oyes
Lo hago con mi mejor voluntad, pero Viejo Pachanga está empezando a perder la paciencia.
- No puedo saber qué es lo que pasa si no veo el coche. Traélo y te lo miro.
- Imposible, voy muy apurada (no voy a decirle a Viejo Pachanga que tengo que hacerme una mascarilla hidratante, claro).
- Bueno, pues llévalo al taller y que te lo miren.
Ideaza. Cuelgo el teléfono y, sin dejar de conducir, abro la guantera para coger el libro gordo negro que me dieron con el coche… Como nunca se me ocurrió leerme ese libro tan feo, tardo un poco en encontrar el Teléfono de la Esperanza y los otros coches me pitan un poco porque, al parecer, voy haciendo tantas “eses” como si fuese piripi.
Llamo al número de emergencias y les explico lo apurado de mi situación, obviando lo de la cita de esta noche e inventándome que tengo que ir al médico, que la gente suele ser insensible a los problemas de hidratación.
Consigo que me reciban en ese instante y me planto en el concesionario con cara de no haber roto un plato. En los talleres trabajan hombres, y no suelen atender a razones. Yo siempre me hago la tonta y pestañeo rapidito para que se sientan superimportantes, así me resuelven las cosas cuanto antes y se van luego a su casa pensando que han salvado a una ingenua damisela en apuros.
La damisela va hasta el mostrador de recepción, abre mucho los ojos y pone todo su encanto al servicio de la causa:
- Tengo un problema enoooorme (sonrisa) Seguro que tú me puedes ayudar (pestañeo, pestañeo)
El macho se pasa la mano por el pelo y la damisela sabe que está irremediablemente perdido. En 20 segundos el jefe de taller tenía la orden de presentarse “inmediatamente”, y el caballero andante acompañaba a la tonta damisela a ver el coche causante de tanta desdicha.
Por el camino, y a sabiendas de que la reparación podría llevar su tiempo, la chica desvalida pone la mano sobre el brazo de su salvador y refuerza su estrategia:
- Muchísimas gracias, de verdad, no sé qué haría si no fuese por ti. Es que voy tan apurada…
El macho se atusa de nuevo el pelo:
- ¿Para cuándo lo necesitas?
- Tengo la revisión médica a las 16h
El macho consulta su reloj: son las 15:20h…
- Bueno, veremos qué podemos hacer

A las 15:55h el tornillo que se había clavado en la rueda ya no estaba allí, y la damisela recibía las llaves y unas sentidas disculpas por no haber sido capaces de terminar 5 minutos antes para darle más margen. La damisela arranca el motor, y saca la mano por la ventanilla para despedirse.
Una fugaz comida, y una mascarilla después, regresa al trabajo para seguir con su planning.
… la piel me ha quedado estupenda.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Difuntos retroactivos

Aquí donde yo vivo (o sobrevivo, según se mire), a eso de Halloween se le llama Samaín. Al parecer, también viene de la manía esa de los Celtas de andar mentando a los espíritus.
Este año nos saltamos la alegre tradición de hacer una cena con posteriores copazos el día de Samaín… así que nos limitamos a los hábitos etílicos disfrazadas de diablesas. Disfrazada es mucho decir, que no había preparado nada y me apañé con un vestido rojo de esos que no dejan nada a la imaginación y unos cuernecitos que me trajo Protocolo Venezuela.
Que el arreglo de última hora tuvo el efecto deseado no hay ni que decirlo. Me hubiese venido bien uno de esos repelentes de insectos. Pero como está claro que yo me lo había buscado, toreé a los pulpos con gracia y salero y acabé la noche rendida a los encantos del honorable deporte del baloncesto.
Hasta aquí, nada nuevo. La cosa está en que, en medio de la noche de Difuntos, va, y se me aparece el mío propio. Pensé que se trataba de una simple presencia producto de la magia de Samaín y como soy más de llevar perfume en el bolso que agua bendita, no hice nada para repelerlo.
Lo que no sabía yo, es que eso de la resurrección de los muertos viene con efecto retroactivo. Como si lo encargas por Internet, pero sin necesidad de quemar más la tarjeta.
Que el Difunto es feo lo saben hasta los monos del Amazonas. Es feo y encima antipático cuando se lo propone (que es con cierta frecuencia). Además está gordo. No es que tenga algún michelín por ahí suelto… es que él es la reencarnación del dichoso muñeco de los neumáticos… pero tiene un nosequéquequéseyo de esos de volverte loca… así que cuando el otro día lo ví entrar en el local en el que estaba con mis amigas, la música se paró y todo empezó a girar a cámara lenta. No es que yo sea una mujercita victoriana precisamente… pero es que es verlo en toda su inmensidad, y se me suben los colores y me salen corazoncitos de la cabeza como a la Gata Loca cuando veía al ratón. Igual.
Me pongo tontorrona y ronroneo.

Total, que los astros debieron de alinearse, y allí estábamos los dos, rememorando tiempos pretéritos mientras mis amigas me miraban con los ojos como platillos volantes.
Llegó la hora de cierre y con ella la de las decisiones. Protocolo vino a interesarse por mis intenciones y tuve la sensación de que el Difunto quería volverse a la tumba sin recordar las alegrías terrenales. Me empujó suavemente hacia mis amigas y me dijo al oído:
- Sigues siendo demasiado guapa y eso no nos conviene a ninguno de los dos.

Yo es que soy algo tonta, eso también lo saben los monos del Amazonas, pero esas cosas me gustan y hacen que me suba un calambre desde la punta de mis stilettos hasta el flequillo.
Cambié de local con el corazón bombeándome a tal velocidad que me temo que se me haya quedado la sangre centrifugada. Para distraerme dejé que un chulito de camisa blanca extendiese ante mí sus plumas de pavo real. La verdad es que la criatura estaba tan buena que se crujía… pero yo seguía anclada en el momento Poltergeist.
En eso, me llega un mensaje de la ultratumba anunciándome que una botella de champagne estaba enfriándose en la nevera. Estrellitas en mis ojos y el chulito que me dice que se va a por el coche para llevarme a otra discoteca. Más mensajitos de quinceañeros y la camisa blanca del chulito sale por la puerta a cumplir su amenaza.
Las niñas, que me quieren y por eso no aprecian demasiado al Difunto, ven la cara de heroína de Emilie Brontë que se me está poniendo y renuncian a sus opiniones sobre el orondo objeto de mis amores animándome a que recoja mi trench y salga a por un taxi.
…y el chulito en la puerta con un BMW todoterreno que, digo yo, le habrá cogido a su padre. Se baja, me abre la puerta y me invita a subir.
Protocolo ve mi duda:
- Ni se te ocurra
- Es que ir ahora a por un taxi me da pereza
Protocolo es muy amable habitualmente, pero hizo una excepción mirándome con cara de loca:
- Oye… con toda la lata que nos has dado con el Difunto, como te subas a ese coche te bajo de los pelos.
No me gusta que amenacen mi peinado y, además, Protocolo me agarró del brazo y me sacó de allí en un pispás.
Hacía exactamente un año que no iba a casa del Difunto, así que tuve que pedirle que me recordara su portal: entrada principal, el primero a la derecha.
Vale. Fácil. He estado allí millones de veces, así que llego, respiro y pulso el telefonillo.
-Piiiiii
(nada)
(me coloco el pelo)
-Piiii
(nada)
(miro el portal)
-Piiii
Cruich, cruich…(alguien descuelga)
- ¿quién es?
¡Uy! ¡qué malos modos!... por mucha ultratumba en la que estuviese el Difunto no me suena su voz. Me disculpo suave.
-Perdón. Creo que me he confundido
- ¿Perdón? ¡son las 5 de la madrugada!
- Me hago cargo, disculpe.
Como me había tomado unos cuantos bacardilimonconcola no me dio tanto corte como debería, y me quedé un poco perpleja allí parada, en medio de la noche, oyendo los gritos del señor al que desperté y sin saber a qué inframundo había volado mi Difunto.
En eso caigo ¡Derecha! … se ve que me perdí algún capítulo de Barrio Sésamo.
Rectifico la dirección y subo, al fin, a su casa. Muebles nuevos, dos copas de champagne sobre la mesa… y el Difunto abriéndome la puerta en pijama.
Yo creo que debo de tener algún desorden mental sin diagnosticar. A veces me preocupo. Encontrar atractivo a un tipo que parece un muñeco de nieve en pijama… ¡en fin!
Con felpa y todo, aquello era como un sueño maravilloso, los dos relajados, entre risas y burbujitas… él tan tierno, yo tan tonta…
Me coge de la mano y me lleva hasta su habitación. Cama nueva, pero la misma pasión de siempre… De pronto ¡Plam! Perdemos el equilibrio y acabamos en el suelo. Todo ese cuerpo serrano se me viene encima y me deja sin respiración. Al intentar incorporarse golpea la estantería que tiene delante y ¡Uahhhh! El equipo de música me cae en la cabeza. Me llevo la mano al sitio donde me ha golpeado y ¡plap! Un libro en la cocorota ¡No puede ser! Levanto la vista y veo un millón de libros que llueven sobre mi ¡plas! ¡ay! ¡plas! ¡uh!...
De pronto, la tormenta literaria cesa. Allí tirada, magullada y dolorida, pienso que es una señal del cielo. No se debe resucitar a los muertos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Castigo de Dior por cochina traidora

Vengo con los pelos pinchos y los nervios de punta. No sé para qué hago yo caso a nadie, si me conozco bien, a mí, mis limitaciones, neuras y manías.
Yo tenía un coche maravilloso. Viejito, rascado y pequeño, pero maravilloso. Aguantó con heroico estoicismo mi particular estilo de conducción, y fue fiel compañero de aventuras durante más de 10 años (tengo amigos que conozco desde hace menos).
De un tiempo a esta parte hay que reconocer que el pobre presentaba ciertos síntomas de edad. Las personas humanas que me rodean, y que pienso que me quieren, insistían al unísono en que tenía que jubilarlo y comprar algún vehículo más moderno.
Dejó de funcionarle el aire acondicionado, el MP3, y también empezó a hacer ruidillos extravagantes… pero iba bien de mi casa al trabajo, que es lo que tenía que hacer.
Como ya se acercaba el momento de pasar la ITV, y no hacía más que oír “tienes que cambiar el coche” como en una pesadilla… cedí. Compré un coche, abandoné a mi fiel Ibi en un concesionario y deposité a su brillante sustituto en el garaje.
Nunca he sido mucho de leer las instrucciones de nada. Soy mujer de acción e intuición, pero eso no siempre me da los mejores resultados.
Esta mañana, conociéndome como me conozco, me levanté una hora antes en previsión de la escenita que me esperaba en el garaje. No me equivoqué.
Más tensa que Judas en la última cena me asomé desde el ascensor para observar al enemigo. Allí estaba. Más negro que los pecados y quietecito donde lo había dejado.
Pulsé temblorosa el mando y encendió sus luces amenazantes.
“Bueno… no puede ser tan complicado”, pensé erróneamente. Como bien apuntó El Creador, se han producido muchos avances en el mundo del automóvil que yo me he perdido… así que todas esos pilotitos luminosos me hacen sentir como en un avión… ¡ojalá! Yo en los aviones me relajo muchísimo porque no soy yo la que conduzco.
Mi garaje es como yo, complicadito y con curvas, así que sacar de allí a la fiera se me hizo más difícil que hacer un MBA.
Suelto el freno de mano, pongo la marcha atrás y “la cosa” se pone a pitar como poseído ¡¡Agggh! ¿pero yo qué he hecho? Me bajo con urgencia, y veo que el sensor de aparcamiento es eso: sensible y chilludo, como Penélope Cruz.
Vuelvo a sentarme, voy hacia delante y todo va bien… marcha atrás y… ¡Pi, Pi Pipipipipiiiiii!
¡Aghhhh! Vuelvo a salir, pensando que he atropellado a una vieja en silla de ruedas como mínimo… pero no ha pasado nada.
Me siento otra vez, con el corazón palpitando como si hubiese corrido la maratón de NY.
“A ver, a ver, relájate. Miles de personas hacen esto a diario. Tú también puedes” pensé ingenua de mi.
Vuelvo a intentarlo y en esto, suena mi móvil a través del manos libres como la voz de Dios atronando en el Juicio Final. Me pongo nerviosa. Le doy a un botón para coger la llamada y… “chuiiiiccccc” el techo solar empieza a abrirse.
¡Oh no! El teléfono volviéndome loca y yo pulso botones histéricamente: el limpiaparabrisas moviéndose como un psicótico, los espejos retrovisores que se giran, y el techo que empieza a descapotarse.
¡Aghhhh! Salí allí de un salto, convencida de que todos esos caballos que no sé para qué me sirven (yo voy despacito así que me vendría mejor un poni manso) habían tomado el control de mi vida. Por un momento tengo la tentación de darle con el paraguas hasta que pare de hacer cosas… pero un viejito que vive en el edificio llega y trato de disimular.
- Buenos días- me dice perplejo ante mi cara de desasosiego.
- Mmmbleblm..grrs.drrs.. Buenos días…
- ¿has cambiado de coche al fin?
- No sé… bueno, si…
- ¡ah! ¡muy bien! Ya era hora
- Bueno… no nos entendemos muy bien, no se crea.
- ¿quieres que te ayude?
El calor me sube desde las puntas de las bailarinas hasta el extremo superior de las orejas.
- No es necesario, no se moleste
- Que no es molestia, mujer, si me encantan los coches.

Y la pasa aquella, contemporánea de Matusalén, me coge la llave, trepa a mi coche, ajusta en un plis, plas el asiento y de un vistazo localiza todos los botones que tiene que pulsar para que todo vuelva a la calma. La pasa me dice:
-Sube, que te lo saco del garaje.
Me subo obediente y humillada y en un par de maniobras expertas sube la empinada rampa y me lo deja fuera, tranquilito y con el limpiaparabrisas balanceándose a la velocidad perfecta.
La pasa se baja de un salto y me devuelve las llaves.
- Bueno, ya está. Si a la vuelta necesitas ayuda para aparcarlo me lo dices.
- Gracias- balbuceo sumida en la deshonra.

La pasa desaparece y yo tengo unas ganas de llorar y de que me devuelvan mi Ibi que me quiero morir.

jueves, 9 de julio de 2009

Pudorosa y tonta

A veces me pregunto si seré un alienígena. Un pequeño ser de otra galaxia, educado en otras tradiciones y costumbres, e introducido en la tierra para que alguien se eche unas risas. Yo lo que sí sé es que soy pelín anacrónica, y vivo en esta época porque en el mundo tiene que haber de todo.

El Hombre Tranquilo tiene el culo moreno. Me he fijado ayer, y me he quedado algo chinchada porque Shaggy tenía, una vez más, razón. Cuando hablamos sobre ir a la playa, el Hombre Tranquilo mencionó unas que están cerca de La Lanzada, pero que yo no conozco… Shaggy, que es un tocagüevos profesional pero sabe mucho de casi todo, ya aventuró que seguramente sería nudista.
¿Nudista? ¿noooo? ¡imposible! Hombre Tranquilo es muy tímido. Inconcebible que alguien así se dedique a pasear en pelotas por el mundo… Pues resulta que sí.
En cuanto vi esos glúteos firmes y bronceados (deliciosamente firmes y bronceados, por otra parte), supe que Shaggy estaba en lo cierto… pero aún así le pregunté. Le pregunté porque me intriga cómo es posible, que diciendo de sí mismo que es tan vergonzoso, no le de corte andar por ahí desnudo. Él me dio la razón respecto a que parece un poco incoherente, pero lo achaca al baloncesto. Cree que no tiene ese tipo de pudor porque lleva toda la vida compartiendo vestuario y duchándose con otra gente.
Yo no doy crédito (dejando de lado mi opinión sobre eso de ducharse en grupo). No he hecho topless en mi vida, y me da una vergüenza horrorosa que mis amigas lo hagan estando yo con ellas, porque no sé a dónde mirarles. Ya he reconocido que soy anormalmente pudorosa y anacrónica, pero no entiendo mucho cómo en cuanto se pisa la arena empieza el Todo Vale. Vale pasear con las tetas al aire ida y vuelta 5 kilómetros de playa y encontrarte con tu jefe, vale exhibir sin recato espaldas más peludas que las del oso Yogi y ubres chuchurrías que recuerdan a las de las cabras africanas, vale parecer una especie de híbrido entre Jose María Aznar y Charlie Rivel poniéndose un porrillo de protector sobre el labio para evitar el bigote solar, o remangarse las perneras de los shorts haciendo una especie de rollito ridículo en la ingle… por no hablar de los que llevan a los perros a bañarse, los niños corriendo y levantando arena mientras una está plácidamente adormilada bajo el sol, los que juegan al fútbol y se te echan encima tratando de perseguir un balón que no alcanzarán ni en sueños…
Vamos, que me gusta la playa aunque no lo parezca. Desde luego, si me dejasen decidir a mi, habría un estricto control para impedir que se me quemasen las retinas viendo bambolearse (a la altura del ombligo) los pechos fláccidos de alguna señora que podría atárselos en plan diadema para coger algo de bronceado en la barriga, y también, de paso, retirarse el pelo de la frente. Pero como no me dejan opinar, me fastidio y trato de imaginarme que estoy viendo un documental sobre alguna tribu del Amazonas (que tampoco se caracterizan por usar sujetador y son bastante aficionados al body painting rupestre).
He quedado con el Hombre Tranquilo en que iremos a alguna playa donde no haya mucha gente desnuda con los colgajos pendulando, y donde yo pueda ir con un bikini mono, que es lo que me enseñaron en mi planeta anacrónico.

miércoles, 8 de julio de 2009

La crisis del Nesquick


¡Pobre Hombre Tranquilo! No sabe dónde se está metiendo.
Hay un gen extravagante en mi familia que actúa por cuenta propia. Ese gen malintencionado, activa un pequeño resorte asesino en nuestro cerebro y, donde hace cinco minutos éramos gente amable y, en general maravillosa… nos convertimos en unos auténticos psicópatas.
Yo creo que deberían investigarnos, y así podrían comprender muchos de los comportamientos del mundo animal. El caso es que, como de momento los científicos no se han ocupado de nosotros, aún no sabemos cuándo y por qué el gen Jekyll & Hyde entra en acción ¡Ojalá lo supiéramos! ¡cuántos disgustos nos ahorraríamos!
Princesita P es, junto con mi padre, el ejemplar donde esos comportamientos se manifiestan con mayor frecuencia.
Ahora que vive con su novio, es él el sujeto paciente de casi todos los episodios. El que más nos gusta, y por el que hemos bautizado el síndrome, es el del Nesquik. Sucedió en plena época de exámenes, mientras ella estudiaba horas y horas, al bueno de su novio, se le ocurrió prepararle un Nesquick que la reconfortase, así que se fue a la nevera, puso leche en su taza favorita, la calentó en el microondas, le echó el Nesquik y todo su amor, y fue al estudio donde ella estaba concentrada.
Le dio un beso, y le entregó la taza… y ella comenzó a encenderse. El volcán entró en erupción: gritó, se desesperó, se enfureció y, entre lamentos, le dijo que tenían que dejar la relación.
Nada de lo que él le dijese la consolaba y, al revés, cualquier palabra que saliese de su boca podría ser (y sería) utilizada en su contra.
Ella se sentía el ser más desdichado del planeta porque el desalmado de su novio, después de 5 años de relación y convivencia ¡aún no sabía que a ella le gustaba el Nesquick clarito! Y, claro, ¿cómo iba a seguir viviendo con alguien que no la conocía lo más mínimo, ni se fijaba en ella, ni la tenía en cuenta para nada y le preparaba un Nesquick más negro que los pecados?
Se sentía la persona más incomprendida del mundo, así que rompieron, ella lloró un par de horas y después, cuando el gen había dejado de hacer su maligno efecto, muy arrepentida le pidió perdón y se reconciliaron.
Esto, que se produce de forma cíclica (pero de periodicidad incierta), puede tener su origen en una persiana que no está cerrada del todo, en un yogourt de un sabor que a ella nunca le ha gustado… ¡cualquier cosa!
En el momento que se activa el mecanismo, lo único que se puede hacer es ponerse a resguardo y esperar a que pase la tormenta porque ¡ay del que intente razonar! En cuanto cesa, y la cabeza del afectado en cuestión deja de girar como la de la niña de El Exorcista… llegan el arrepentimiento y las disculpas.
Yo padezco una de las variantes del síndrome más leves, con episodios esporádicos, y que, normalmente, tarda un tiempo en manifestarse… Lo bueno de eso es que, para cuando hace acto de presencia, la gente ya me tiene un poco de cariño y me perdona.
La última víctima había sido el Gran Torino, hace aproximadamente quince días, y pensé que tardaría en repetirse la crisis.
Una noche, Telepolvo, retomó su antigua (y reincidente) costumbre de atosigarme con mensajitos a las tantas de la madrugada. Normalmente lo toreo con elegancia, y la cosa no va a más… pero esa noche, me envió un sms que lo cambió TODO: “los buenos te queremos siempre”… sólo eso.
5 palabras que me mantuvieron en vela toda la noche, reflexionando sobre mi vida, obra y milagros, y las personas que están en ella… y me fui encendiendo. El resorte se activó y me pasé toda la santa madrugada segregando bilis y calentando el horno de la ira.
Como quise ser sensata, hice un gran esfuerzo para no despertar al Gran Torino en plena noche y mandarlo a la mierda, así que esperé dando vueltas como una fiera enjaulada y a las 8 y media de la mañana lo llamé infeliz y para comunicarle el veredicto: no podíamos vernos, ni llamarnos, ni ser amigos, ni hablar nunca más.
Así, a las 8:30h y sin café de por medio ni nada. Gran Torino, que nunca se ha caracterizado por su sensibilidad hacia los intrincados misterios de la mente femenina se desayunó la demoledora llamada que acababa con todo.
De nada sirvieron las sucesivas llamadas ni su apelación a la cordura. La crisis del Nesquick había llegado… y esta vez, ni una cena en Pedro Roca ni 3 Bacardilimónconlimón, pudieron invertir la Decisión Definitiva.
Sólo hace un par de semanas que el Hombre Tranquilo pulula por mi vida (exactamente el día después de desterrar a Gran Torino de mi rutina –aunque no de mi corazón)… así que aún no me conoce para nada, y no creo que pudiese ni sospechar que este dulce ser, habitualmente encantador, pudiera convertirse en la versión femenina de Lobezno, con las cuchillas de titanio cuidadosamente hidratadas y exfoliadas… Pero ocurrió. El domingo le monté un zipitoste de no te menees, y ya pensé que no volvería a verlo más que en mis pesadillas más tormentosas… pero no. Él reaccionó con esa serenidad que lo caracteriza, me llevó a cenar a un italiano (buena táctica: a las fieras es mejor tenerlas alimentadas)… y después hicimos unas paces memorables.
No sé si eso es bueno o malo, porque si ese gen, además de ser maligno es consentido… no sé yo lo que tardará en hacer acto de presencia para comerse otro tiramisú.

jueves, 2 de julio de 2009

El oscuro secreto


Al Hombre Tranquilo le fascinan los embarazos. Ayer estuvo con unos amigos que están esperando un bebé, y se pasó toda la tarde interrogándola sobre todos los síntomas, cambios y pequeñas vicisitudes de algo que a mi me parece más aterrador que Robert de Niro en “El Cabo del Miedo”.
Cundo me lo contó por la noche, yo me quedé perpleja y un poco avergonzada de que él tenga más sensibilidad femenina que yo para esas cosas… porque lo cierto es que tengo menos instinto maternal que un gato de escayola, y que todo lo que tenga que ver con criaturas que crecen en tu interior y salen de tus entrañas me recuerda estremecedoramente a “Allien”.
Yo, que ya voy teniendo edad para dejar los bocadillos de Nocilla, siempre albergué la esperanza de que, con el tiempo, algún resorte mágico se activara en mi, y me convirtiese en una persona normal, de esas que cuando ven a un recién nacido dicen “¡qué mono!” y dan un suspirito.
Pero no, siempre que alguna de mis maravillosas amigas normales tiene a bien contribuir a aumentar las estadísticas de natalidad se produce la misma escena:
El bichillo allí, durmiendo plácidamente tras el ajetreo, (enrojecido y arrugado por estar tanto tiempo flotando en no se qué viscosidad), en su cunita rodeado por un montón de cabezas que lo observan embelesadas sin pestañear y que celebran al unísono cada aliento… y yo, procurando pasar desapercibida zampándome los bombones que le hemos traído a la orgullosa mamá. Y digo pasar desapercibida, porque sé que si el renacuajillo se despierta, todas se pelearán por cogerle en brazos, achucharlo y colmarlo de besos como si fuese un bolso de Gucci en rebajas… hasta que a alguna de mis amigas, que me quieren, y que tienen una fe incomprensible en mi ignoto espíritu maternal, tenga la feliz idea de que yo lo coja…así que me lo depositarán en los brazos, y todas volverán a suspirar al unísono, mientras yo, que no sé si apretar o soltar, rezo a Dior para que pase pronto mientras alguna me dice “¿No es la cosa más moooona que has visto nunca?”

Y no, no me parecen tan monos, ni se me humedecen los ojillos con cada pucherito… es más ME ATERRAN, algunos me parecen horriblemente molestos y, cuando me los ponen en brazos, siento que el pánico me atenaza ¿Y si lloran? ¿y si se mueven de pronto y se me caen?... eso por no hablar de cuando me baban el vestido, o cuando me vomitan. Y es que, claro, los pobres llevan tan poco tiempo en este mundo que nadie les explicó aún que no es de muy buena educación vomitar en las chaquetas de las visitas, sobre todo si son de Carolina Herrera y tienen mangas de farol.
Porque, y esto queda fatal decirlo, menos mal que las mamás los bañan todo el rato, porque los bebeses huelen un poco raro. Ésa es la verdad. Aunque les echen cantidades industriales de Tartine et Chocolat, a mi me huelen a leche cuajada.

Esos pequeños renacuajos arrugados y calvos, cuyo quehacer diario consiste en llorar, dormir, manchar pañales y padecer extraños síndromes que mantienen a sus sonámbulas madres en vilo, se convierten en el epicentro del universo. Todas las conversaciones giran a partir de ahí en torno a pezones despellejados, estrías, noches de insomnio, barrigas flácidas, puntos dolorosos en lugares que ya no volverán a ser los mismos…

Yo, que soy muy de somatizarlo todo, asisto a estos intercambios de experiencias sobre placentas, histerectomías, partos agonizantes, epidurales que no llegan y otros episodios sangrientos paralizada por el miedo… y cuando empiezo a sentir ya los dolores del parto, alguna dice:
- “Es lo mejor que me ha pasado en la vida”
Y todas asienten al unísono y suspiran embriagadas por la todopoderosa morfina de la maternidad.

P.D Menos mal que las madres de mis sobrinillos postizos ya me conocen, y son conscientes de que los niños me dan pánico, y si son muy pequeños, algo de grima. Ellas ya saben que, a mi manera, les profeso todo mi cariño… y me quieren a pesar de mi extravagante condición de mujer desnaturalizada

miércoles, 24 de junio de 2009

Sobre ritos e ídolos

Hoy me he despertado repleta de optimismo y vitalidad. Ya he confesado públicamente que no he sido bendecida con ningún tipo de fe, y eso incluye también las supersticiones. Lo que sucede, es que sí creo en las fiestas, sobre todo aquellas que implican nocturnidad, música, copazos y veranito.
En eso creo a pies juntillas, y soy fervorosa practicante.
Ayer, víspera de San Juan, me levanté ya con hormigueo festivo. Aunque casi todos mis amigos parecen estar ocupados con cosas superimportantes (confío en que estén salvando a las ballenas, o arreglando el mundo, de otro modo, yo no justifico perderse una celebración)… siempre me queda Protocolo Venezuela, que a pesar de que está también muy liada este mes, es bastante de apuntarse a un bombardeo.
Total, que salí prontito de trabajar para que me diese tiempo de sacarme los tacones y cenar algo, que no soy amiga de peces con bigotes y las sardinas las dejo para los gatos.
Protocolo me obligó a ponerme unos vaqueros, pues mi intención era seguir mi tradición particular de saltar las hogueras con falda y bailarinas. Es un poco peligroso, porque este tipo de calzado, aunque bonito, no está homologado por ninguna federación deportiva, y tiene cierta tendencia a escurrirse del pie y caerse al fuego… pero soy una chica valiente y alérgica a eso de ir “de sport”.
Como el año pasado uno de mis más queridos zapatos falleció cruelmente quemado en plaza pública… hice caso a mi Pepito Grillo particular, que es la señorita Protocolo, y me calcé unos de Pura López (¿hay alguien más fiel que yo?) sujetos al tobillo la mar de monos.
Así que allí nos fuimos, triunfales, de plaza en plaza disfrutando de todos los ritos, escribiendo deseos, quemando “desapegos”, encontrándonos millones de amigos… y ligando un poquito con el guapísimo, Hombre Tranquilo, que alegra la vista y contribuye al espíritu festivo.
Todo iba la mar de bien, hasta que vi el agua que supuestamente teníamos que recoger en un frasquito para lavarnos la cara la mañana siguiente… y ahí me fue mal. A pesar de las flores y hojas que flotaban en la superficie, millones de bacterias, microbios y otros aterradores bichos microscópicos desconocidos por mí se me presentaron nítidamente en mi imaginación de neurótica escrupulosa… Como tengo un enorme respeto por mi piel, que sólo tengo una, me negué a tocar aquel agua en la que seguramente se habría meado algún pez. Ahí Protocolo me dio la razón, y las dos nos quedamos un poco chafadas por dejar una de las tradiciones sin cumplir… No habíamos sido previsoras, y a esas horas de la mañana no se nos ocurría ninguna floristería abierta… hasta que apareció La Idea.
Nosotras somos gente muy bien educada, respetuosa con los bienes públicos, y a favor de los parques y jardines en general… pero aquello era una emergencia, así que nos dirigimos con resolución a la Alameda, donde no encontramos ni una rosa, pero sí un magnolio que olía la mar de bien… y nos hicimos con unas flores que eran ideales para asegurarnos un año de suerte y radiante belleza.
Después de tanto rito purificador, llegué a mi casa ahumada como un salmón, pero feliz como perdiz ante la perspectiva de un año de fortuna y dicha…
Esta mañana me levanté pletórica y le di la bienvenida al nuevo día y a la era de plena felicidad con aquel agua con magnolias que olía de maravilla. Después, volví a mi ser, y me metí en la ducha con mis potingues, porque yo sólo le rezo a Chanel, y mi fe está comprometida con Clarins.

miércoles, 17 de junio de 2009

Las chicas de la Cruz Roja versión 09


No siento el brazo… o más bien, lo siento dolorido y anquilosado. El romanticismo está bien… pero para las películas. En la vida real deberían prohibirlo por ley. Es más, la constitución debería recoger, junto con la libertad religiosa, el derecho a ser ásperos a voluntad, y penar cualquier intento de extorsión al respecto.

Ayer, después de comer, empecé a encontrarme mal, con un montón de mocos luchando por hacerse con el control de mi cerebro. No sé quién ganó la batalla, pero tuve que llamar a Mulan para cancelar nuestras cañas y tapas de después de trabajar.
El plan era simple y eficaz: ir a casa, tomar una couldina preventiva, proveerme de dos millones de kleenex, poner Milagro en Milán y esperar pacíficamente a que mejorase el resfriado… o viniese la muerte piadosa y me llevase con ella.
Acababa de salir el bueno de Totó del orfanato cuando empezó a sonarme el móvil. Heathcliff:

- Oddaaa – le digo intentando compensar con el tono la voz de Blandiblú.
- ¿Qué te pasa?
- Do sé si es aledgia o catado. Ub boco bachucha bada bás.(moooc, flips, flips, flips…)
- ¿No habías quedado con Mulán?
- Sí, pero do aplacé
- Ay pooooobre – Heathcliff es muy cariñoso, y eso es agradable - ¿Quieres que te lleve algo?
- Do, bracias, tebgo Couldina, ub borrillo de pañuelob y ub DVD (moooc, chuic, chuic, flips, flips)
- Y tiramisú ¿no me habías hecho el tiramisú?
- Si, ebtá ed la deveda (moooc, snif, snif)- El otro día, Heathcliff me llevó a cenar a un sitio que me gusta mucho, a cambio de que le hiciese un tiramisú esta semana – Do que pasa ef que hacía mucho tiebpo que do lo hacía, ya de lo advedti (moc, snif, snif). Edta ub boco chuchurrío. Creo que eb bejor que de haga otro otro día.
Heathcliff se ríe, porque piensa que bromeo, pero lo cierto es que el otro día hice un estropicio monumental.
- Seguro que está perfecto, que eres una quisquillosa ¿Quieres que vaya a cuidarte y nos comemos ese tiramisú?
- Dooooo. Ebstoy bien, de vedad - ¡Alerta, alerta! Intruso intentando acceder al área restringida – Do te pdeocubes.
- Sí, de maravilla. Seguro que no has cenado
- Eds tdemprado aún. Duego tomo adgo – La conversación estaba empezando a tomar unos derroteros que no me gustaban nada.
- De eso nada. Me paso en un momentito por Teletortilla y cojo una con cebolla
Hethcliff sabe que tengo debilidad por la tortilla. Nunca digo que no a una tortilla de patata. Comería tortilla todos los días de mi vida. Pega con todo. Una maravilla. El mejor invento de la humanidad.
Sin embargo, aborrezco que me vean en estados calamitosos, y es un momento de auténtica indignidad personal.
- ¡Doooo! –moc, moc, fips, flips- De lo digo eb sedio… Do bebgas, pod fgavod –snif, flip, flip.
- Que no te preocupes, pequeñita. En nada estoy ahí.
¡Y tanto! Heathcliff conduce como un diablo.
-Doooo. –Moooc, Moooc- Do be apetece que vengas. – snif, snif, flip, flip- Edtoy bebfectamente.
- Que sí, voy ahora. Un beso
Y me cuelga.
¡Aghhh! ¿qué parte del No no entiende? ¡No es una palabra que se entiende fácil!
No se lo digo por no molestar, a mi no me importa molestar. Lo digo porque quiero estar sola.
Tengo la nariz roja, la mente confusa y el glamour bajo ¡necesito intimidad para este deshonroso trance!
Me sueno por vez un millón, y voy urgentemente a tirar todos los kleenex usados. Me miro al espejo: menos mal que llevo un palabra de honor de Purificación García que es muy bonito y me sienta la mar de bien… aunque parezco la hermana narizotas de Fofito. De tanto sonarme estoy empezando a pelar… voy a echarme un poco de sérum reparador de Clarins, que es mágico.
¡Maldita sea! ¡Con lo bien que estaba yo agonizando en el recogimiento de mi hogar!
Como imaginaba, Heathcliff llega a mi casa antes de que consiga decidir si me peino un poco o me quedo en plan niña salvaje. Abro la puerta, y Heathcliff me da un abrazo y un beso en el pelo. Como le quedo por debajo de la barbilla ha cogido esa costumbre que, en general, está bien, pero que en mis circunstancias actuales me obligan a tener cuidado para no moquearle la camisa.
- Te traigo tortilla de patata y unas croquetas.
- Gdacias – se lo digo sinceramente, porque la semana pasada intentó hacer la cena y por poco tienen que venir a rescatarnos los bomberos.
Heathcliff es muy atento, yo reconozco que soy un poco roñica y celosa de mi intimidad. La verdad es que cortó muy bien la tortilla, y por momentos podría decirse que hasta logré apreciar un poco el sabor y todo. Alabó mucho mi proyecto de tiramisú y preparó el café prácticamente solo. Una tontería, porque al no saber dónde tengo las cosas, tuve que levantarme ochocientas veces a supervisarlo todo… pero supongo que es un gesto muy bonito y cargado de buena voluntad.
Como no es muy de pelis antiguas, dejé que viese El Internado apaciblemente, mientras yo me limpiaba los mocos y confiaba en que Martiño Rivas se quitase la camiseta, que lo hace con frecuencia y es lo único que me gusta de esa serie.
Después volvimos a tener un tira y afloja porque yo prefería dormir sola, y él dale que se quedaba a cuidarme. Él es obstinado, y yo una floja, así que se quedó.
Yo duermo bien, pero estaba preocupada por aquello de no despertarlo en plena noche con el ruido que hago al sonarme… así que me sonaba bajito: pff, moc, moc, flip
Y vuelta: moc, pff, pff, flip, flip… cuando de pronto el rugido de un león me hizo pegar un respingo ¡menuda manera de roncar! Probé a darle un empujoncito, intenté moverlo, taparle la nariz… pero dormía como un bebé (de oso, claro). Como yo, una vez dormida, es complicado despertarme probé a cerrar los ojos y ya estaba empezando a quedarme frita cuando ¡Zas! Heathcliff me echa el brazo por encima y me atrae hacia él con fuerza … y así se quedó. Yo intenté zafarme, pero fui incapaz de moverme de allí sin despertarlo… así que esta mañana me desperté con el brazo agarrotado y el hombro derecho semi-paralizado y dolorido.
Heathcliff, que es una persona maravillosa y básicamente feliz, abrió los ojos muy contento:
- Buedos días.
- Buenos días – le respondí aún un poco aletargada- ¿qué te pasa? ¿tienes mal la voz?
- Do –snif- padece que me has pegado ed cataddo ¡qué gracia! ¿do? Edta doche me vas a tened que cuidar tú a bi.

¡Pues sí que estamos bien! A ver cómo le digo que hoy tengo que quedar con Mulán sin falta.

lunes, 8 de junio de 2009

Usa tus alas

Crecí con series como Galáctica o V, así que no es de extrañar que lo hiciese convencida de que en el 2000 todos pulularíamos con pijamas brillantes y viviríamos como los Supersónicos. De ahí que mis mayores anhelos se resumiesen en 3 cosas: tener teléfonos móviles, poder hacer video-llamadas y pilotar una aeronave.
Podría decirse que dos tercios de mis sueños se han cumplido (aunque lo de la video-llamada ha resultado una profunda decepción), pero me queda pendiente cambiar al Ibi por una coqueta aeronave que pueda dejar suspendida sobre las plazas de aparcamiento para motos que Iznogud me ha plantado por toda la ciudad. Y es que siempre me ha gustado volar. Reconozco que ni los agobiantes viajes por trabajo han hecho desaparecer del todo esa punzadita de emoción que me provoca el rugir de las turbinas.
Por un instante vuelvo a tener 6 años y estoy sentada junto a mis hermanas y mis padres rumbo a algún lugar fascinante y extraño, donde la gente habla distinto y hay manga ancha para los helados.
Añoro aquellos días en que mi madre nos despertaba de madrugada y, en vez de ir al cole como creíamos, cogíamos las maletas que ella había preparado en secreto (truco infalible para evitar que nos subiésemos por las paredes como monos chilludos la noche anterior) y nos íbamos en el 131 a Lavacolla atosigando a mi madre con preguntas.¿Habría piscina en el hotel de ese sitio al que íbamos? Eso, y poder desayunar cacaolat, en vez de colacao era el tope de gama de mi felicidad infantil.
2 zumos de naranja y 3 paquetes de cacahuetes de Iberia (también hubo galletas, pero había pocas cosas mejores que chuparse la sal de los dedos y limpiárselos después en la chaqueta de La Hermanilla) después de oir eso de “abróchense los cinturones” aparecíamos en algún lugar que se nos antojaba maravilloso. No hacía falta que fuese muy lejos, el Santiago de aquel entonces era una aldea venida a más en la que no existían los Mc Donalds que yo veía en la tele, ni pizzerías ni, por supuesto, guacamayos de colores y playas a las que podías ir todo el año.
Estas semanas en las que es raro el día en que vea un informativo y no emitan alguna noticia en la que pongan a Iberia a caer de un burro me acuerdo mucho de los años en los que viajar en avión era un acontecimiento festivo, y no un trayecto en un autobús con alas. Exigimos el mismo trato, pero pagando mucho menos que por un billete de tren. Asumimos que Iberia ha de bajar sus precios para competir con compañías que no ofrecen, ni el mismo servicio, ni las mismas frecuencias de vuelo, ni las mismas garantías, y nos enfadamos cuando los efectos de la entrada de las compañías de Low Cost en el mercado estropean nuestros viajes a precios de saldo.
Hasta El Maligno, que le tiene un odio cerril desde que una de sus hijas perdió un vuelo y les hizo pasar un susto de muerte (siempre es más fácil culpar a los ajenos, que asumir que la niña te ha salido un pelín problemática) acaba volando siempre con Iberia, que es la única que le permite saltar de un punto a otro del mapa ajustando a tope los horarios.
Han pasado muchos años desde que La Hermanilla y yo jugábamos con los gorritos de azafata que nos regaló mi padre. Ahora compramos el billete a través de Internet y nos hacemos el auto-check in sin salir de casa. Ya no dejan fumar en los aviones y echamos de menos la comida de plástico que antes aborrecíamos, porque ahora pagamos 10€ por un sándwich de Sergi Arola que nos deja con hambre y cabreados.
Hace ya tiempo que perdí los “Frees” que nos daban por ser Hijas de Iberia (y que yo no aproveché porque soy una sosa sin remedio), pero sigo teniendo esa sensación de “casa” cuando veo el logotipo amarillo y rojo sobre los mostradores de facturación en un aeropuerto internacional.
Esa IB pintada en la cola para mi estará siempre asociada a la imagen del sol abriéndose paso entre las montañas de nubes, a los coches-hormiga y al maravilloso espectáculo de las luces de una ciudad al aterrizar. Aterrizajes en los que siempre había una pizca de decepción porque no habíamos podido utilizar los toboganes amarillos que anunciaban en esos folletos de seguridad que habremos releído un millón de veces.
Como el perro de Paulov sigo sintiendo un hormigueo de excitación cuando veo los aviones surcar el cielo. Me pregunto qué mágico destino llevarán y se me viene a la cabeza un slogan de los 80 que estaba impreso en uno de los puzles que nos regalaron: “Usa tus alas”.

jueves, 4 de junio de 2009

Gracita se compra un DVD

Las cosas más sencillas pueden complicarse hasta el infinito. No sé si Murphy habrá dicho algo al respecto, pero es la historia de mi vida.Confieso que mi fuerte no es la tecnología (eso no es ninguna novedad, lo saben hasta los monos que están subidos a los árboles del Amazonas), pero nunca pensé que comprar un DVD fuese más difícil que acabar la carrera curso por año.
Gran Torino me está achuchando para que le grabe de inmediato todas las fotos de Londres. Es como un niño pequeño a veces, así que no va a parar hasta que las tenga. Como hicimos un porrillo, no me caben en un CD y necesito comprar un DVD. Parece fácil ¿no? Así que, como hay una tienda de informática cerca de mi casa, me acerco hasta allí antes de ir a trabajar. Total, sólo va a ser un momentito ¿no?Entro sonriente, sin saber la que me espera.- Hola buenas – y, sin intuir, lo que la siguiente frase va a desencadenar, añado: Necesito un DVD.El chico, muy amable, aún no sabe con quién se las está viendo:- ¿Cómo lo quieres?Y yo, que pienso que bromea, le digo:- De colorines – le sonrío enseñándole todos los dientes que tengo, como un mono del Amazonas- Rosa, mejor.La cara del gurú de la informática y las nuevas tecnologías se ensombrece.- Es broma – Reculo yo- Normal. Lo quiero normal. Sólo es para grabar unas fotos.Él suspira y me señala un montón de tipos distintos ¡Caray! ¡Cuántos!- Me refiero a si los quieres + R o –RAhora la que se pone pálida soy yo:- Lo quiero normal ¿no lo hay normal?Laaargo suspiro: - Mujer, normales son todos –otro suspiro- El DCD+ R es un disco óptico grabable solo una vez, lo mismo que el DVD-R pero creado por otra alianza de fabricantes.- Ahhh… y yo viviendo en este mundo sin saberlo…Más suspiros de él: - A ver ¿qué grabadora tienes?Y yo: Pues una que graba DVDs, no sé.(suspiro aún más largo)- ¿Y cuántos años tiene? ¿es nueva?- Pues noooo… nueva nooo… no tengo ni idea.Él intenta ayudar, lo sé, pero para mi es como si intentase explicarme los orígenes del universo para venderme un huevo. En este momento me gustaría retroceder en el tiempo hasta la linotipia. Me aventuro:- ¿Y no tienes uno que sirva para todo?Él se viene abajo:- Las grabadoras actuales leen +R y –R. Lo pone en el exterior, pero si dices que no es reciente…De pronto tengo La Idea: los niños ya están en la ofi, así que, si lo pone por fuera, me lo podrán averiguar en un segundito.- Espera un momento- le digo triunfal sacando el móvil (imagino que cuando Bell inventó el teléfono se encontraba igual de satisfecho que yo en esos instantes).Llamo a Peibol.- ¿Me puedes hacer un favor?- ¡Claro! Dime- Ve a mi mesa, y comprueba en la CPU…- Cepe ¿queeé??- La caja del ordenador- Ahhhh… pues dime la caja(miro de reojo al dependiente, que empieza a pensar que es víctima de una cámara oculta. Como El Creador es un auténtico bestia de la tecnología, el resto nos abandonamos un poco, la verdad).- Vale, ya estoy delante de la caja- Tiene 2 unidades de CD y DVD… mírame en la de abajo si pone + R o –RLo oigo gruñir al otro lado… y luego un alarido:-Obiiiii. Ven un momento, que no veo una mierdaEl dependiente empieza a desesperarse. Menos mal que no hay otros clientes. Con los nervios, le espeto:- Es que es daltónico- ¿Por qué habré dicho eso?, y añado torpemente: … y un poco miope.Obi se pone al móvil:- A ver, que tienes a Peibol de rodillas en el suelo y me parece que hasta le estoy viendo un poco el culo ¿qué ocurre?- Nada –ahora ya empiezan a arderme las orejas de vergüenza- que quiero un DVD- le digo tímidamente- ¿Y?- Que necesito saber si el mío es +R o –R- Ni idea de qué es eso- Está claro que no nos van a contratar en Silicon Valley.- Mira la bandeja de DVDs de abajo. Tiene que ponerlo- insisto- Aquí no pone nada. Pone RW, pone LG, pone DVD…Cuelgo el teléfono deseando que venga la muerte piadosa y se me lleve.- Oye… que no pone nada de más o menos R… sólo RW- ¡Ahhh! Pues entonces es +R – lo dice como si fuese algo obvio, como de qué color es el caballo blanco del apóstol Santiago…Pone sobre el mostrador 4 cajitas y una pregunta:- ¿De cuánta capacidad lo quieres?Ahora suspiro yo:- Me da igual… sólo quiero grabar unas fotos- Pues con éste te llega- me tiende una cajita.Iba a decirle que si no tienen otra un poco más bonita, que no me gusta que tenga la parte de atrás negra… pero me muerdo la lengua y le pido 10. Sólo necesito uno, pero antes de repetir una escena como ésta me corto las venas y me hago trenzas.

miércoles, 3 de junio de 2009

Hija Prodigio llamando al Planeta Paterno

De vez en cuando, hay que portarse como la buena hija que soy, e ir a comer a Villapollo con mis padres. Tengo dos, uno de cada, y eso, hoy en día, es un bien escaso. Cumplo con mi cometido de Hija Prodigio, y, de paso, les llevo lo que les traje de Londres.Las trufas de Montezuma’s son ya un clásico en mi casa. Mi madre las recibe con los ojillos brillantes y un “Uy, uy, que esto engorda mucho y me está saliendo una barriga…” Mi madre está estupenda, no os llevéis a engaño, pero debe de ser parte de la condición femenina.A Viejo Pachanga, que le gustan los trastos antiguos, le traje uno de esos artefactos que son a la vez brújula y reloj solar. Un acierto. La caja de madera, de lo más sencilla que uno se pueda imaginar, lo fascinó al instante: “¡qué bien hacen estas cosas los ingleses!” decía todo el rato mientras intentaba abrirla.Seamos justos, no es que yo tenga manos de virtuosa del piano, pero afortunadamente no heredé de él esas zarpas.Mi padre es enorme. De pequeña yo estaba segura de quera un gigante de esos que salían en los cuentos. Por suerte –pensaba yo- nos había tocado bueno y no se comía ni a los niños ni al gato con botas.El caso es que no es precisamente mañoso, y yo ya empezaba a temer que la historia de la brújula estuviese tocando fin mientras lo veía mover las diminutas piezas con esos dedos que a veces parecen un manojo de chorizos.“¡Mira! tiene un nivel ¡qué bueno!” y un segundo después “y tres patitas para ajustar la altura ¡ah! Muy bien, muy bien” rumiaba con satisfacción. Yo ya me lo puedo imaginar los próximos días, paseando de un sitio al otro con el juguete nuevo, volviendo loca a mi madre:“Oooooliiiii” Y ella desde el otro lado de la casa “¿Qué quieres?”Y él “Ven rápido” Y ella, que ya lo conoce “Estoy ocupada ¿Es urgente?” y él, insiste “Si, si, corre”Total, que mi santa madre deja lo que está haciendo y va a buscarlo a donde quiera que esté jugando con la brújula.- “Mira, mira. Es una maravilla. Pone que son las 6”Y mi madre resignada: “¿Y????” Y él, arrebatado de ilusión “¡Pues que son las 6!!! Una maravilla ¡Menudo invento”En esos momentos, es inútil pretender hacerle ver que ya existen GPS y relojes digitales, así que mi madre se va, y Viejo Pachanga se queda meditando sobre la ilimitada capacidad del ingenio humano.Como es de esas personas que no saben estar solas, la escena se repetirá cada 20 minutos durante dos semanas… o el tiempo que tarden esas zarpas de oso polar suyas en quebrar algún mecanismo.Entonces, a buen seguro, meterá la brújula en la cajita de madera y la esconderá en alguna parte para evitar que nos enteremos de que ha vuelto a estropear los juguetes.

martes, 2 de junio de 2009

Mamá, quiero ser moderna

Vengo relajada y desenmohecida de Londres y lo más importante: he resistido a la tentación y no he comprado nada que al llegar aquí vaya directo al armario de los disfraces. Siempre me pasa igual. Cada vez que pongo un pie en Brick Lane, me siento más sosa que un plato de verdura al vapor en un banquete medieval ¿Qué demonios hago sin tutú? Mi vestidito negro de French Connection se me antoja el colmo de lo aburrido y daría mi vida por unos calentadores fucsia (aunque rocemos los 30 grados) y unas gafas con forma de corazón.
Toooodo el mundo lleva gafas con pasta de colores, lazos extravagantes, puntillas, diademas, gorros… así que miro con ojillos deseosos un bolero de plumas y un sombrerito con forma de chistera en miniatura y un pequeño velo de tul.
Gran Torino, que a esas alturas del fin de semana está contagiado ya del espíritu “en vacaciones todo vale” me sorprende con un: “Pruébatelo”.
Lo que pasa, es que, en realidad, los mercadillos me dan un poco de repelús (aunque sean mega trendy como éste), y la sola imagen de la chisterita, por mona que sea, de cabeza en cabeza me pone los pelos pinchos… así que mi pulsión de compradora obsesiva-compulsiva se ve bloqueada por la de neurótica de la higiene.
Y, sin atreverme a probármelo, me alejo del puesto con la sensación de estar abandonando al hijo que nunca tuve.
Hay que reconocer que yo soy más de tiendas, así que me voy a la de Montezuma’s a comprar deliciosas trufas y chocolatinas increíbles para mis amigos. No sé si es el mejor chocolate de Inglaterra, no lo he probado todo (estoy en ello)… pero da mucha alegría de vivir.
El único problema, claro, fue que ese montón de chocolatinas no pasó la prueba de la báscula de los repelentes del aeropuerto de Stansted. Gran Torino, a pesar de facturar, tuvo que dejar allí el vino, el champú… sacar de la maleta un jersey y una cazadora… y apelar a la compasión de la señora del mostrador de facturación de Ryanair. Lo dicho: raza cruel.
A mi micromaleta le colgaron una etiqueta de sobrepeso (a este paso me va a coger un trauma) y me pintarrajearon el billete para que no hubiese escapatoria posible.
Al final, la triquiñuela de colocar el bolso debajo de la chaqueta doblada de GT sirvió, y subimos deprisita al avión, no fuera a ser que nos tocase ir sentaditos sobre un ala.

P.D. El Andaz es maravilloso. Se escapa por completo del concepto de hotel convencional, con sus obras de arte, sus productos ecológicos, su recepción abierta y esa decoración "casual luxury" desenfadada pero impactante. Impresionante el Salón Masónico. Me hubiese gustado quedarme a vivir en esa suite increíble de diseño y techos altos… pero no pudo ser

miércoles, 27 de mayo de 2009

Ibuprofeno y chocolate para el SPM

Me he peleado con Obi-Wan. Un comentario inoportuno ha desatado a la fiera rabiosa que llevo dentro. Ha sido una frase, sólo una, y el volcán de ira se ha apoderado de mi.
Creo que, por un momento, lo sentí temblar al otro lado del teléfono y, como ya me va conociendo, ha soltado rápidamente un “es broma” que ha sido como intentar apagar un incendio con un spray para regar las plantas.

No sé ni cómo se atrevió a venir a la oficina. Un observador imparcial detectaría el olor a azufre desde el portal… pero él subió y, como es un tío, optó por utilizar el humor para enfrentarse a la hidra, en vez de agachar las orejas y esquivarla. Craso error. Gasolina en el infierno.
Lo peor es que yo tenía razón, con lo que me faltó un pelo para encaramarme a la mesa y darle una patada voladora (esto último hubiera sido complicado con la falda que llevaba, pero cosas más raras se han visto).
Los otros asistieron a la batalla final desde el almacén, fumando en silencio por si era el último cigarro de su vida, y regresaron nerviosos cuando dejaron de oír los tambores de guerra.
El Creador se acercó y, en vez de dibujar una estrella de cinco puntas alrededor de mi sitio, como en El Día de la Bestia, sólo me preguntó: “¿Te hablo?”
Poco a poco vamos estableciendo el Protocolo de crisis, y ya todos saben que hay que esperar a que la cabeza pare de darme vueltas.
Hasta que dejo de oír el “glub, glub” de mi sangre hirviendo me quedo en trance como un zombie… pero aún así pude ver la cabecita de Obi-Wan asomando de cuando en vez de detrás del ordenador para ver si yo había dejado de echar humo.
¡Y es que hay días que debería de estar prohibido que fuésemos a trabajar y nos relacionásemos con otros seres humanos!
La Semana de la Ira la policía debería de venir a precintar mi casa dejando sólo una pequeña ranura para hacerme llegar chocolate de emergencia. Ni móvil, ni libros, ni tele. Sólo chocolate e ibuprofeno.
Porque después de la ira viene el llanto, y si enciendo la tele y veo las noticias me deshago en lágrimas por lo mal que va el mundo. Cambio de canal y están poniendo anuncios… y, de repente, ¡zas!, ése de Movistar en el que un tipo pierde el trabajo y los amigos le ayudan a encontrar otro… y, claro, lloro por la solidaridad humana. Cuando ya tengo los ojos como huevos duros y la nariz enrojecida ¡El de Coca-Cola!... así que lloro de emoción, y me lamento por lo poco que se valoran las cosas importantes de la vida.
Cuando creo que el sufrimiento por el mundo mundial no puede ir a más, ponen el anuncio del una ONG en le que salen unos niños flaquitos de ojos grandes, y me acuerdo de que el padre de la niña protagonista de “Slumdog Millionaire” ha intentado vendérsela a un jeque árabe y mi desconsuelo toca techo.
Para entonces, los kleenex se han acabado y estoy empezando a moquear de un modo bastante indigno. Me levanto para coger más pañuelos, y me veo de refilón en el espejo de la entrada: la nariz y los ojos hinchados como un Muppet, la cara roja y el pelo pegoteado a las mejillas por las lágrimas… Aúllo como Colmillo Blanco por lo difícil que es ser mujer en los terribles del día del SPM, y me voy a la cama a esperar a que pase.

martes, 26 de mayo de 2009

El lowcost no es para mi

Me agobio. Tengo que reconocer que me achucho y me vuelvo loca. Esto de volar con Ryanair no va conmigo, y daría mi reino ahora mismo (todo menos al gato, eso no) por volver atrás en el tiempo y contratar con Iberia. Porque Iberia es casa, y esto del Lowcost me supera (sobre todo cuando de Low no tiene nada, y pagas 200 euros por un billete).
Llevo dos días delante de una maleta vacía. Es una sensación de examen. La misma que cuando no había estudiado nada, me ponía delante das preguntas, y le daba vueltas a los folios en blanco a ver si mágicamente me venía la inspiración. Nunca venía y había que ejercitar la literatura creativa.
Esto es igual ¿Cómo va a caber en esa cajita minúscula con "medidas de cabina" lo mínimo imprescindible para que una mujer de mundo pase 4 días en Londres? ¡eso atenta contra los derechos humanos!
¿Cómo voy a escoger entre un par de zapatos de tacón negros de Pura López, y los rosa palo de Blay? ¡pero si los dos son comodísimos y megaponibles! ¿A quién quieres más a mamá o a papá? Imposible y fatídico.
Lo del neceser es simplemente trágico. Hacernos desfilar con los cosméticos metidos en una bolsa de plástico como de congelados es la crueldad más inhumana desde los tiempos de la crucifixión. Prefiero que me hagan pasearme en bragas por la gran vía.
El que fijó las dimensiones de la bolsa era, por supuesto, un tío. Un tío feo, resentido con las mujeres del mundo. De otro modo no se explica.
Los "porsis" y los "isis" me tienen desquiciada: ¿Y si llueve? ¿y si vamos a un club mega cool? ¿¡¡y si cambio de opinión y quiero ponerme otra cosa??? Nadie puede saber con tanta precisión de qué humor se levantará durante cuatro días ¡en cuatro días pasan muchas cosas! Una fatalidad.
Total, y por si la nueva normativa de seguridad del tráfico aéreo no fuera lo suficientemente denigrante... a Ryanair se le ocurre que mi bolso tiene que caber dentro de la minúscula maleta ¡Pero si ya es microscópica! Hasta los pitufos tenían equipajes más grandes ¿se pensarán que soy David el Gnomo?
No contentos con tenerme dos días sollozando de rodillas delante de mi maleta imposible, los señores de Ryanair (raza malvada), me bombardean el e-mail con mensajes aterradores en los que, y siempre bajo la amenaza de dejarme en tierra, me piden un montón de datos sobre los viajeros, me recuerdan el tamaño del equipaje de mano y me insisten en que puedo incluír (pagando, claro) bolsas deportivas, una bicicleta...
¿para qué quiero yo llevar una bicicleta? ¡lo que quiero es ropa!
Cada vez que abro el correo, y veo un mail de Ryanair me tiemblan hasta las uñas. Tengo que enterarme de si los puedo denunciar por acoso.
Por si todo esto no fuese suficientemente espeluznante, me he enterado (demasiado tarde como para poder cambiar los billetes) de que al hacer el pre- checkin no puedes reservar el asiento... así que todo el mundo entra en el avión al estilo borrego, corriendo y empujando para coger sitio.
Tampoco me ha parecido especialmente apetecible que me vendan rifas durante todo el vuelo ¡Añoro los tiempos del zumo de naranja y los cacahuetes de Iberia!

Me está dando un bajón de glamour. A ver si aprendo papiroflexia para poder doblar los vestidos bien apretaditos y me cabe alguno más.