jueves, 6 de mayo de 2010

¿Quién dijo que ser Princesa fuera fácil?

Estoy pachucha. Como una planta a la que dejas de regar un mes entero. Me falta el sol y mi garganta es de tomarse las cosas muy a la tremenda, como servidora.
Ayer tuve uno de esos días de venir al algodonal como si el Airbus me hubiese pasado por encima. Despeluchada y agonizante, vamos. Eso no me ayuda. Verme en el reflejo de los cristales del coche como si me hubiese caído en un volcán y salido a propulsión me baja el glamour y hasta me sube la fiebre.
Hoy, al despertarme, lo primero que noté fue mi garganta reclamando droga dura. Yo me hubiese tomado hasta MDMA, que así seguro que me parecían hasta más simpáticos los Golfos Apandadores, pero carezco de contactos en el Lumpen y no sé a quien recurrir para estos casos.
Está visto que necesito ampliar mi círculo social.
Como el médico -raza cruel- sólo me ha dado Ibuprofeno para este tormento, no me queda otra que seguir mis propios métodos. Esto es: hacerme la sueca.
Las bacterias nauseabundas que me inflaman la garganta no se contentan sólo con eso, y me ponen el tono de piel como el de la Novia Cadáver ¡Qué contrariedad!
Así no sienta bien ni un Oscar de la Renta.
Pues ni hablar. Para eso Clarins ha inventado los exfoliantes y los autobronceadores. Que se chinchen las bacterias, que yo me vengo al algodonal como si hubiese pasado el fin de semana en Capri.
Como es un estado de emergencia prescindo de las Pretty Ballerinas y me subo a unos tacones de Pura López que me elevan la moral y, de paso, miro por encima del hombro a Obi-Wan con más confort.
Escojo un LBD de French Connection y una diadema que compré en Spitafields. Soy una Lady y no hay nada que pueda conmigo.
Me subo al coche. No hay ni atascos. Sidonie a tope y sólo me acuerdo de mi garganta cuando trago, que es como si me hubiese comido uno de esos juegos de cuchillos que venden en la teletienda y cortan hasta las latas.
Maldita teletienda.
No importa.
Subo a la oficina y abro la puerta triunfal. Si hubiese más humo parecería Lluvia de Estrellas.
Saludo a la afición:

- ¡Muy buenos días a todos!

¿Qué es eso? ¿Dónde está mi voz? ¿Habré sido abducida por Pilar Bardem?
Mierda.

martes, 4 de mayo de 2010

La estrategia del calamar

Los Golfos Apandadores se están volviendo un poco tarumbas. Yo pensé que habíamos montado en mi trabajo el Tonticomio que siempre pide el padre de Mafalda, pero ahora estoy convencida de que es un manicomio de lo más vulgar.
¡Menuda decepción!
Yo trato de que sus planes rocambolescos y pensamientos chiflados no me afecten lo más mínimo, pero a veces navegar en el caos marea y dan ganas de vomitar.
Esos días me da por llorar bastante. Es una válvula de escape bastante buena, porque aunque el pelo se queda bastante desmejorado, y los ojos acaban como los de Massiel en un mal día, se me pasan los instintos asesinos. Me quedo tan agotada que luego duermo como una bendita, y al día siguiente ya me pasó la pena.
No me compensa estar triste mucho rato porque me consume demasiada energía y la necesito.
La naturaleza es sabia y me colocó en los ojos unos lagrimales con tendencia a la fuga y hasta diría yo que a los Tsunamis... De lo contrario seguiría mis primeros impulsos (matar y asesinar con frecuencia) y eso sería un problema.
Primero, porque yo en la cárcel es que no me veo, y a mi abuela seguro que le disgustaría eso de tener que meter la lima dentro de la empanada cuando me visite, porque echaría a perder todo el relleno de bonito y cebolla que ella prepara con tanto amor.
Segundo, y casi tan importante, porque dudo que el crimen se encuentre entre mis talentos.
Soy bastante impulsiva, así que no creo que tuviese paciencia suficiente como para planear una venganza tipo viuda negra de esas de te echo un poquito de veneno en el café hasta que mueres pensando que sólo tienes una leve indigestión.
Lo de clavar un cuchillo me da bastante grima, así que aunque me parece que apuñalar en el corazón a alguien que lo merezca sería bastante guay en teoría... después me iba a dar mucho repelús que pusiese los ojos en blanco y me manchase con su sangre asquerosa.
No tengo nada en contra de dispararle a un malo con una pistola (que me quepa en un clutch, claro, nada de armas aparatosas)... pero Gran Torino me demostró no hace ni quince días que tengo una puntería bastante lamentable humillándome en uno de esos tiros al blanco de las fiestas de los pueblos y ganando para mi dos brujitas horripilantes que me provocaron tanto espanto como ternura (por el detalle, claro, no por las brujas horrendas).
Sería genial poder ensartar a alguien con una flecha, pero volvemos a la minusvalía en cuanto a lo que puntería se refiere.
Respecto a pegar patadas voladoras mortíferas ¡la verdad es que me chiflaría! pero tendría que prescindir de las faldas y no me compensaría.

Total, que lo que mejor me vendría sería poder lanzar rayos con los ojos (o con las manos, como los Aurones)... pero ya hemos quedado en que, desgraciadamente para mi, no tengo superpoderes de momento.

Para compensar esta discapacidad criminal tengo un probado espíritu dramático. Mi madre dice que ya de pequeña era una peliculera fuera de serie, o sea, el caso típico del genio incomprendido.

Hasta que nació Princesita P. mi madre, que era progre y unisex, fumaba Ducados a dolor. Viejo Pachanga fumó en pipa y después Winston... Vamos, que siendo yo pequeña en mi casa había un tesoro de mecheros que nos tenían superprohibido ni mirar.
Ya os dije que éramos regular de obedientes.

Un día “encontramos” uno de esos mecheros que tanto ambicionábamos. La sensación de triunfo del primer hombre de las cavernas que consiguió hacer fuego no debió de ser ni la mitad de la que Hermanilla y yo experimentamos al ver cómo se prendía la esquina de una hoja de libreta. Tumbadas sobre la alfombra de nuestro cuarto y con los ojillos brillantes de la emoción encendimos la segunda de aquellas esquinas cuadriculadas.
En cuanto la llama se hizo grande soplamos con fuerza para apagarla y el papel chamuscado voló por la habitación.
Tras las habituales deliberaciones sobre a quién le correspondía quemar la tercera, llegó la cuarta... y se acabaron las esquinas.
Le estábamos cogiendo el truco a lo de girar la ruedecilla a la vez que manteníamos el gas presionado... así que quemar el centro del papel nos pareció una idea gloriosa.
Mientras una sujetaba la hoja con sumo cuidado (y con la lengua de fuera para aplicarse más), la otra mantenía el mechero encendido debajo.
Primero se hizo un cerco negro y después... ¡la llama! La cuartilla comenzó a arder rápidamente y Hermanilla y yo soplamos con todas las fuerzas de nuestros pequeños pulmones de 4 y 5 años respectivamente.
Soplamos, pero la llama crecía y devoraba el papel ¡Nos íbamos a quemar! Lo soltamos y cayó sobre la alfombra justo cuando mi Mami Unisex y fumadora de Ducados hacía su aparición estelar en la puerta.
Nos miró a nosotras (acojonaíllas), miró la hoguera que ardía sobre la alfombra... Nos volvió a mirar (esta vez echando fuego por las pupilas) y saltó sobre la alfombra como sólo una madre leona puede hacer: apagando las llamas y poniéndonos “a salvo” sin dejar de maldecirnos a un tiempo.
Mi madre había inventado la multitarea muchos años antes de que Bill Gates lo soñara.
Nos arrebató el arma homicida y, sin meterla en ninguna de esas bolsitas transparentes en las que el FBI mete las pruebas, ni someternos a un juicio justo ni nada nos cayó un chorreo de no te menees.
¡No hacía ni dos años que se había aprobado la Constitución y mi madre ya se estaba saltando a la torera la Presunción de Inocencia!
Lloré por la injusticia materna (no nos había leído nuestros derechos, ni nos había dejado llamar por teléfono a la abu ni nada)... y un poco por el susto que aún tenía en el cuerpecillo tras ver las llamas merendarse el papel de mi libreta.
Mi madre asegura que mientras ella limpiaba la alfombra y abroncaba a Hermanilla, que siempre fue de “a lo hecho pecho”, yo recorría el pasillo llorando como una magdalena y preguntando a voz en grito:

- Señor ¿Por qué permites que mi madre fume y deje sus mecheros a nuestro alcance si somos pequeñas y nos podemos hacer daño?

Se ve que la responsabilidad subsidiaria la inventé yo.

Epílogo (para los que quieran saber cómo terminó la anécdota favorita de mi progenitora cuando quiere ejemplificar lo que a mi me va un drama).

Mi madre echaba más humo que la alfombra mientras yo seguía lamentándome por la irresponsabilidad de mi madre y la falta de sentido de Dios... porque yo por aquel entonces iba a un colegio de monjas y me habían enseñado que Dios era un superhéroe con mogollón de poderes que hacía con nosotros, los gusanos infectos que habitábamos la tierra, lo que le daba la gana. Porque además, Dios lo veía todo, entonces...
¿De quién era la culpa? De Dios, claro ¿Para qué quería los superpoderes si no para evitar tan tremendas desgracias?

Yo traté de defenderme argumentando que la cosa tampoco había sido para tanto, y que como incendio había dejado bastante que desear... lo que encendió más el cabreo de mi madre, que me advirtió que las alfombras eran unos objetos mágicos que se incendiaban “invisiblemente” y para cuando uno se daba cuenta las llamas se habían extendido por toda la casa.

Un poco decepcionada con aquel fraude de superhéroe que no estaba nada atento, y bastante asustada con la posibilidad de que el incendio secreto se adueñase de mi hogar me fui al cole.
Desde mi clase yo podía ver la ventana de nuestro salón si me levantaba un poquito de mi pupitre. El miedo a vivir debajo de un puente como los pobres de las películas era más poderoso que el terror a la Madre Apaisada (una monja más ancha que alta y con una malaleche proverbial)... así que a cada rato yo estiraba el cuello como las tortugas para ver si veía las llamas saliendo de nuestra casa que me convertirían en una Homeless infantil.
En uno de esos “estiramientos” la Madre Apaisada me llamó la atención y me hizo ir hasta su mesa para averiguar por qué una niña de habitual obediente como yo (ya os dije que tenía bastante engañadas a las monjas) estaba tan inquieta.
Llorando confesé a la Madre Apaisada mi precoz piromanía y ésta decidió tomarse la justicia por su mano (en mi infancia eso de la necesidad de pruebas se tomaba a chufla) y tenerme castigada toda la tarde junto al encerado.
La vida es dura y así lo aprendí yo.