miércoles, 31 de marzo de 2010

Cada loco con su tema

No he sido bendecida con ningún tipo de fe y encima tengo unos padres progres y raros. Eso hace que me haya quedado sin vestido de primera comunión a los 9 años (muestra de una crueldad inhumana por parte de mis íntegros progenitores) y también que lo de la Semana Santa me resulte particularmente extravagante.
A mi lo de vestir a unos muñequitos de madera con encajes y terciopelos a tutiplén y pasearlos por las calles entre la multitud llorosa se me antoja peculiar.
Yo estoy a favor de que cada uno haga lo que le parezca mientras no moleste a nadie, así que salvo por el hecho de que se corta el tráfico, encuentro bien que si a mi abuela y a sus amigas mojigatillas les mola ver a la Nancy Niña del Exorcista entre velas y flores de paseíllo por ahí, que lo hagan. 

Princesita P y Prima Pijipi lloran de emoción cuando van a manifestaciones, y yo cuando veo Dos en la Carretera por millonésima vez, así que ¿Por qué no van a tener derecho ellas a moquear desconsoladas cuando ven los muñecos con los pinchos clavados en la frente y sus churretones de sangre de pega? (para ser honestos no sé si lloran de emoción o de terror).
Ahora sí, me pregunto si Iznogud me permitiría interrumpir la circulación de ASV si cojo mi colección de Barbies, las atavío para la ocasión y junto a un montón de amigos para que disfruten de mi performance. Seguro que me pone un trogollón de pegas.
Encima, si a mis amigos les diese por disfrazarse de Ku Kux Klan, fustigarse con latiguillos y andar descalzos (¡con el frío que hace!)... me apuesto algo a que alguien tendría muchas cosas que decirnos. 

Por no hablar de las reliquias... si a mi se me diera por profanar la tumba de Gabrielle Chanel y guardarme los huesecillos de su mano debajo de la almohada para que me diesen suerte y me protegiesen, seguro que después de pasar por el calabozo iba derechita al manicomio ¿no? 
Pues esto yo lo veo un  poco injusto.

A mi lo de los santos siempre me ha dado un poco de nosequé. Cuando era pequeña y acompañaba a mis abus a misa siempre les preguntaba por aquellos muñecos que daban tanto miedito.
- No son muñecos, nena, son imágenes
- ¿Y por qué los muñecos de imágenes tienen cara de malos y vienen de la guerra?
- No vienen de la guerra, ¡qué cosas tienes!
- ¿Y por qué sangran tanto entonces?
- Porque sufren por Nuestro Señor
- ¿Pero Nuestro Señor no era bueno?
- Claro que es bueno
- ¿Entonces por qué hace sufrir a los muñecos de imágenes?
... aquí mi abuela perdía un poco la paciencia y me recordaba que en misa hay que estar calladitos.

Un día fui a la librería del pueblo en el que veraneamos. Yo sólo iba a por unos rotuladores de colores, pero me llevé un susto morrocotudo.
Encima del mostrador me encontré una virgen en paños menores. Bueno, en realidad me encontré un taco de madera con una cabeza con pelo humano y cara agonizante.
En torno a ella, la librera y una amiga contemplando con pesar la ropa interior en miniatura y cuajada de puntillas de la santita en cuestión:
- Pobrecita, ¡mira cómo tenía la combinación! ¡hasta manchas de humedad le han salido!
Y la librera que le daba la razón
- Desde luego, no hay derecho.
- ¡Claro! ¡en esa iglesia tan fría la pobre!

Yo pensaba que la pobre bastante preocupación tenía que tener con aquello de no ser más que un muñón de madera con cabeza terrorífica, pero como mi abuela me había dicho que estaba feo meterse en las conversaciones de los mayores contemplé en silencio cómo aquellas señoras jugaban a las muñecas mientras yo esperaba a que alguien tuviese a bien atenderme. Tentadita estuve de ofrecerles un vestido de noche de mi Barbie Gran Gala, que el manto de terciopelo granate era un horror y seguro que pesaba un quintal... pero, claro, la pobre virgen estaba mastectomizada y no le iba a favorecer.

martes, 30 de marzo de 2010

Por si no soy inmortal

Esta mañana un maldito camión obeso casi me espachurra dentro del Transformer.
Me llevé un susto de la muerte, nunca mejor dicho. El señor camionero me pedía una especie de disculpas gesticulando como un psicótico y yo, con la sangre circulando a toda pastilla, lo veía ahí arriba moviendo los brazos, enmarcado por el cristal de la cabina como si fuera el recuadrito que ponen durante las retransmisiones de los debates sobre el estado de la nación para que vivan dentro los intérpretes del lenguaje de signos... pero no me hacía gracia.
El corazón me iba a cien por hora y el cuerpo me temblaba por la rabia y el miedillo, y sólo tenía ganas de trepar hasta la cabina y darle con el bolso en la cabeza hasta que se me pasara la impresión.
En esos momentos me arrepentía seriamente de haber abandonado las clases de kárate a las que mi padre me obligaba a ir cuando era pequeña... ¡ojalá hubiese estado más atenta para poder pegarle una patada voladora al camionero loco!
Cuando salí del “por los pelines” lugar del siniestro, pensé en la rabia que me hubiera dado fallecer de esa forma.
Yo tengo mucho miedo a morirme, porque como me lo paso bastante bien en esta vida, y no estoy muy fija de que vaya a tener otra, me parece que mejor aprovecho la que tengo. No me acabo de ver yo de copazos subida en una nube... y lo del infierno tampoco me parece un buen plan, aunque seguro que me encuentro allí con mucha gente conocida.
Yo confío en que algún sabio de gafas encuentre alguna fórmula para la vida eterna, y espero que sea prontito, pero, por si acaso, yo ya tengo pensado cómo quiero mi final, y desde luego, no es sangrando atravesada por los hierros de un camión, que me va a quedar el cadáver hecho una lástima.
Mi abuela no me deja que hable de esto, que dice que es una barbaridad... pero a mi me parece que es mejor ser previsora que luego una no sabe qué va a pasar, y no me apetecería tener que bajarme de mi nube para darle una colleja al que se le ocurra enterrarme en uno de esos nichos adosados en plan pisos de protección oficial. De ningún modo, que seguro que ahí se está estrecho y los vecinos no deben de oler a Guerlain precisamente.
Primero veamos cómo prefiero morirme.
Nada de marchitarme conectada a unos aparatos. Nunca me han gustado ni robocop ni los hospitales, así que, por favor, si alguien me aprecia y alguna vez me ve en ese trance, le pido que me de con un palo en la cabeza o, en su defecto, un porrillo de pastillas como Carmina Ordóñez. Casi mejor.
Eso va también por si me hago muy viejecita y me babo y esas cosas. No me importa desvariar, pero no quiero tener nada que ver con pérdidas de ningún tipo de fluido corporal. Lo dicho: palo o pastillazo.
Tampoco quiero aparecer en una cuneta, como me advierte siempre Wonderboy. En ese caso le daría un disgusto horrible a mi abuela y, además, seguro que al Difunto también se le hace un poco cuesta arriba mandar a cubrir la noticia y luego ver en su periódico la foto de mi maltrecho cadáver.
Yo lo que preferiría, si se puede escoger, es pillarme una tuberculosis de las gordas y languidecer vestida con un camisón de encaje en un apartamento de Paris. Si, como la Dama de las Camelias. Esto lo tengo claro yo desde los 9 años, que leí el libro por un error de Viejo Pachanga, y entendí las cosas regular pero quedé muy impresionada por tanto aplomo y dramatismo. Para que esto salga bien es imprescindible que el Difunto llore mucho y se quede muy afligido por no haber aprovechado mejor el tiempo conmigo. Esto es fundamental, sino mi muerte habrá sido en vano.

De mi funeral ya he hablado con mucha gente, tanta que hasta los monos del Amazonas saben que detesto los claveles y odio las coronas... me vale desde una simple rosa, a un porrillo de flores silvestres, para que luego digan que soy tiquismiquis.

También sabe todo el mundo que quiero que con mis cenizas hagan un brillante, que eso de dejar las cenizas en una urna hortera sobre la chimenea de Villapollo tampoco me parece de buen tono. Japileidi ya se ha pedido quedarse con el pedrusco, pero eso tendrá que debatirlo con mi madre que no se muestra muy favorable a que mis restos queden en manos de alguien que no es de la familia.

martes, 23 de marzo de 2010

Descapotada

Yo soy una de esas personillas humanas que cuando se suben a un coche en verano, mientras los demás chillan “pon el climaaaa y bajad las ventanilllas, me asoooo”... me esponjo de gustillo. Mucho rato no, que si no transpiro, y eso no.
Habitualmente paso más frío que un pobre mono del Amazonas al que su desaprensivo jefe ha destinado a Alaska.
Vamos, que soy rara y friolera y eso lo sabe todo el mundo. Entonces ¿Cómo se me ocurre comprar un descapotable?
Creo que soy algo coquetuela e insensata.
Lo que no entiendo es que entre los docemilquinientostreintaycinco argumentos que tuve que escuchar pacientemente para que no me comprase el transformer a nadie se le ocurriese darme el definitivo, el único al que (quizás) hubiese atendido:
Vas a pasar más frío que un mono.
Así es. Empieza la primaverilla y estoy toda contenta porque puedo darle a un botón y despelotar el coche (Nota: ya he aprendido a mi manera, dándole a lo loco a todo lo que encuentro y viendo qué pasa... como las ratas de laboratorio)... así hasta me apetece más ir al algodonal.
Saco el coche del garaje (también he aprendido esto después del rascazo del tercer día) y lo descapoto plena de satisfacción canturreando como una posesa “Noches reversibles” de Love of Lesbian. Gafas de sol y los rayos brillando sobre el capó reluciente. Perfecto. Allá vamos.
Arranco despacito porque yo conduzco así, hace buen día... y hay atasco, que es otra buena razón. Canto y soy bastante feliz bajo el sol de la primavera incipiente. Miro a los otros esclavitos que también van a sus algodonales y van ceñifruncidos... yo no. Es primavera y canto bajo el sol.
Atravieso la rotonda y puedo pisar el acelerador. Mola. Subo la música y canto más alto.
De pronto me doy cuenta de que tengo que subir mucho la música porque hay un ruido infernal: el viento (culebras, rayos y centellas)
Jo.
Un escalofrío me estremece ¡maldición! Sólo llevo una camisa. Mierda, mierda. Tengo el abrigo en los asientos de atrás. Intento cazarlo con una mano y un coche me pita porque, al parecer, estoy invadiendo un poco todos los carriles.
¡Qué desconsiderados! ¿No ven que estoy pelándome de frío?

Desisto de ponerme el abrigo en marcha y decido subir la temperatura del clima. 29 grados. Buena idea.
El sistema funciona... salvo por el pequeño detalle de que tengo la nuca como para fabricar helados.
Llego a la ofi con la nariz como una berenjena y un estilismo similar al de Alaska en los 80.
Tengo que perfeccionar el sistema o comprarme unos calentadores y unas mallas.

lunes, 22 de marzo de 2010

En la salud y en la enfermedad

Pasar la mañana del domingo con la cabeza dentro del váter es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Más, si uno tiene ya casi 35 años y una larga trayectoria nocturna a sus espaldas, porque, además de encontrarte terriblemente mal y desear que venga la muerte piadosa y se te lleve... tienes remordimientos por no haber aprendido algo de la vida.

Fueron sólo 3 bacardilimonconcola, lo juro por Dior, pero es que habíamos ido a cenar al restaurante de unos amigos de Gran Torino y nos invitaron a unos dulces que a mi me pierden.

Me lo pasé bomba, eso está claro... pero me desperté poseída por la niña del Exorcista. Horas antes, Gran Torino se había cogido un taxi porque también estaba pachucho y él también prefiere pasar los trances dolorosos recogido en su cueva y sin testigos... así que quedamos en llamarnos por la mañana para hacer algo.

Yo que habitualmente soy un ser humano preocupado por sus semejantes (aunque sean como Gran Torino y no se semejen nada a una)... en vez de llamarlo a los 5 minutos para ver si había llegado bien e iba a vivir, o qué... me quedé dormida como un tronco en plan “perdonen que no me levante” y sólo me acordé de él y de si seguiría con vida en mi alocada carrera en camisón hacia el cuarto de baño.

Voy a saltarme la escena de las baldosas frías, que no es nada decorosa... y paso directamente a cuando vuelvo a la cama agonizante y veo que tengo un mensaje de Gran Torino que se encuentra despierto y tan divino. Cojo el móvil e intento incorporarme pero todo me da vueltas como un tiovivo poseído por el demonio.
Con una voz de cazallera tipo Pilar Bardem llamo a Gran Torino, que está fresco como una lechuga. Descartado lo de comer nada, le pido que me de un margen y quedamos a las tres.

Duermo un rato y me levanto haciendo eses para darme una ducha. Error. El agua caliente que habitualmente es bálsamo para mis heridas me provoca un bajón de tensión que me obliga a envolverme rápidamente en el albornoz y, así tal cual, tumbarme de nuevo en la cama.
Sólo pienso en que me he salvado por los pelos de una muerte deshonrosa.
Llamo a Gran Torino, le explico que me encuentro discapacitada para coger el coche, y que si puede venir él.
- No- me dice- mejor descansas
Yo pienso que bromea e insisto
- No voy a ir ahí si estás mal, a ver si me vas a pegar un virus
- ¿Pero qué virus? ¡Me duele la barriga por culpa de los vinos dulces que tomé ayer!
- Nada, nada... Duermes un rato y así descansas
- Y dale... Que no quiero dormir más, pero no puedo coger el coche ¿no puedes venir tú y hacemos algo tranquilo como ver una peli?
- Que no, que tengo cosas que hacer
- ¿Cómo cosas que hacer? ¡pero si hablamos hace un rato e íbamos a quedar!
- Pero si estás mal no quedo contigo
- ¿Por qué no?
- Por si vomitas
- ¡Pero bueno! ¿estás de broma?
- No
- ¿y si tuvieses que cuidarme?
- No tengo que cuidarte, no te pasa nada
- Pues ven
- Que no

No creáis que cambió de opinión. Sólo quedamos un ratito por la noche cuando yo ya me encontraba definitivamente mejor y había pasado la prueba de la comida sin que el estómago se me pusiera del revés.
Definitivamente, los detalles no son su fuerte.

jueves, 18 de marzo de 2010

El Detalle

Gran Torino no es una persona detallista, eso está claro. Alguien que se olvida de tu cumpleaños justo el día después de volver de un viaje juntos no es que esté muy atento a las cosas... sobre todo si te has pasado los 10 días recibiendo llamadas internacionales que te preguntan los detalles de la celebración.
No, detallista no es.
Si decide ir a ver un espectáculo, nunca se le ocurre que tú puedas querer ir... se busca la vida y punto.
Cuando planifica el fin de semana tampoco piensa demasiado en que los demás podamos tener nuestras cosas... él a su aire.
Tampoco es de hacer regalos, ni de llamarte sólo para ver cómo estás.

Un día me dice:
- ¡Oye! He comprado unos ravioli rellenos de chocolate que tienen una pinta exquisita. De hecho, creo que los voy a preparar ahora mismo, que ya es hora de comer y tengo hambre.
(Nota aclaratoria: Gran Torino siempre tiene hambre)
- ¡Qué apetecible!
- Sí, la verdad es que sí- añade- ¿Tú los has probado?
- No - confieso esperanzada
- Bueno... ¡Pues ya te contaré cómo están!

Así. Lo juro

Bueno, pues como para toda norma siempre ha de haber una excepción, he de reconocer que Gran Torino tiene UN detalle. Sólo uno, pero me encanta.
Gran Torino hace zumo natural por las mañanas.
Se levanta, exprime las naranjas y me lo trae en unos vasos enormes en los que podría nadar unos largos. Hasta ahí, todo bien.
Yo más felíz que un cuco porque me gusta el zumo, y porque ha tenido un detalle.
El problema es que la criatura es maniática:
- Bébetelo ahora - me dice cuando me entrega el “caldero”
- Gracias - le sonrío encantada enseñándole todos mis dientecillos y le doy un sorbo.
- Todo -insiste - es que si no se pierden las vitaminas.
- Ya... pero es que me iba a duchar. De hecho, si te fijas, estoy en el cuarto de baño con un vaso de zumo ¿no se te hace raro?
Pues te lo bebes de un tirón - Errequeerrre
- ¡¡Pero si es enorme!! - replico- además, a mi me gusta bebérmelo con calma, si no parece como si tomara una medicina.
- Es que si no te lo bebes ahora, se oxida y pierde las vitaminas - ¡Dale con las vitaminas!

Yo también soy terca como una mula y me niego a beberme medio litro de zumo (por muy natural, recién exprimido y supervitaminado que sea) de un tirón mientras él me contempla como un padre orgulloso... así que Gran Torino ha encontrado la fórmula para salirse él también con la suya: No me prepara el zumo hasta que me he duchado y estoy sentadita y dispuesta a disfrutar de El Detalle con todas sus vitaminas.

lunes, 1 de marzo de 2010

Acoso al intimidad

Estar enferma es una calamidad. Además de que te encuentras horrible, tu vida se vuelve una serie de catastróficas desdichas.
Lo que más odio es ir al médico y lo evito como la peste. Reconozco, sin sonrojarme ni un poquito, que me automedico a dolor. Carmina Ordóñez estaría orgullosa de mis talentos.
La cuestión es que a veces no me queda más remedio que ir, así que me he buscado un doctor honoris causa en paciencia para esos casos límite.
Cada vez que voy, tengo que asumir que me va a llevar un buen rato... y no porque me haga esperar, que me pasa de primera. El problema es que habla muchísimo, tanto como Protocolo, si es que eso es posible. Yo creo que debería de haberse hecho predicador, en vez de médico... pero ahora ya no hay remedio.
El otro día tuve que ir a hacerle una visita. Me encontraba bastante pachucha, con un bajón de glamour terrible y una fiebre considerable.
Me senté en el confidente como pude, y lo miré con cara de perrito pachón. Él estaba contento de verme por allí, a pesar de lo lamentable de mi estado. Los médicos son una raza cruel.
Después de los oportunos saludos, recuerdos a mi familia y otras preguntas que le habría podido responder por e-mail perfectamente en vez de estar allí agonizando me dice:
- Bueno ¿qué te pasa?
- Me encuentro mal ¿no me ves?- respondí blandiendo un puñado de kleenex usados que llevaba en el bolsillo.
Él, que vive en un estado beatífico, salvo cuando le sacan el tema de la Seguridad Social (que se transforma en plan Jekyll & Hyde), encuentra muy graciosa mi intolerancia a la enfermedad.
- ¿Tienes fiebre?
- Si
- ¿Cuánta fiebre?
- 39 casi
- ¿Y mocos?
Saco otra vez los pañuelos del bolsillo y se los agito por toda respuesta
- Vale, vale... ¿de qué color?
¡Uyy! ¡ya empezamos con las preguntas indiscretas!
- Rosa
- En serio, es importante ¿de qué color?
Aquí comencé a impacientarme.
- Pues un suave amarillo canario con vetas en tonos melón.
- Bien ¿y expectoraciones?
- ¡Uuuuuyyy!
- Tengo que hacerte estas preguntas, ya lo sabes
- ¿Y por qué la hija de Belén Esteban tiene derecho a la intimidad y yo no?
- Seguro que ella también tiene que responder a las preguntas que le hace su médico
- Seguro que no, que le ponen un borrón delante para que no se la reconozca ¿no podríais hacer eso aquí?
- No, necesito verte la cara, ya lo hemos hablado
- Pues me pongo detrás del biombo ése, enchufamos una lámpara y te respondo a las preguntas en contraluz, como los clientes misteriosos de las pelis de detectives.
- Noooo
- ¿Y no puedes enchufarme a una máquina que te diga lo que tengo? con los coches lo hacen. Avanza más la ingeniería del automóvil que la medicina. Esto es una injusticia social.

Mi médico me conoce. Son muchos años peleando. Entornó los ojos de forma amenazadora y se inclinó hacia adelante.
- Puedo pedirte una endoscopia, si lo prefieres
- ¡Ni hablar! Eso de ninguna manera. Además, mi estómago está perfectamente.
- Pues responde a mis preguntas.

Y no me quedó otra. Lo dicho. Los médicos son raza cruel y cotilla.