lunes, 8 de febrero de 2010

La perra del Hortelano

Mala como la tiña. Así soy.

Me voy a ir al infierno derechita, y aunque soy muy de vivir en sitios cálidos, lo que me fastidiaría es que la gente que conozco se vaya al cielo, y a mi me hagan el feo de pararme en la puerta. Eso no.

El Bellísimo se está poniendo bastante plasta y me da tanta rabia encontrármelo que me encantaría tener superpoderes para fulminarlo con un par de rayos, zas, zas, como en la serie de los Aurones.

No creo que sea amor ni nada, sino obsesión y puritito orgullo, que la criatura no está acostumbrada y parece que no asume. Hace ya más de un mes desde que tuve que recurrir a los grandes clásicos de la humanidad: “No eres tú, soy yo”, “eres demasiado bueno para mí” y “prefiero tenerte como amigo”.

Yo no miento, eso lo saben los monos del Amazonas, pero a veces la verdad es innecesariamente cruel... y esas frases a mí no me parecen mentiras, sino códigos comunes pre-programados para que el receptor lo traduzca como: “me agobias tanto que cada vez que te veo me da un bajón de glamour que se me caen los pendientes y me entran peores náuseas que las de una resaca de pacharán”. Así lo veo yo.

“No eres tú, soy yo”, en ningún caso se debe de interpretar como: insísteme mogollón hasta que me entren ganas de arrancarme las venas con el corta-uñas.

En este tiempo el Bellísimo ha recurrido desde a los mensajitos de móvil venenosos, hasta a llamar a alguna de mis amigas, pasando por el eterno clásico del “seamos amigos”, tontear con doscientas fulanillas delante de mi, y arrastrarse hasta hacerse sangre. Un amplio abanico de técnicas que han hecho que le coja más manía que a Pe, que hasta los monos del Congo Belga saben que es el ser que más me saca de mis casillas de todo el planeta.

Desde el uno de enero lleva reproduciendo el mismo esquema de un modo tan cansino que tengo la sensación de estar atrapada en un bucle espacio-temporal como en las pelis de ciencia-ficción. Entre semana me llamaba para decirme que teníamos que hacer las paces y sacar la lista de reproches, pero el sábado, como no le hago ni caso, recurría al recurso cutre de ponerse a tontear con tripicientas tipas estratégicamente situado dentro de mi campo de visión. Como no funcionaba, invariablemente me enviaba algún mensajito cargado de odio... y, como soy de mecha corta, pico. Me enciendo, y le respondo, y, si me llama... se arma la marimorena. Entro en combustión y salen de mi boca rayos y centellas... y vuelta a empezar.

Lo de que llamase a mis amigas por teléfono agotó mi escasa paciencia. Quise contratar a una banda de malhechores para que le diesen una paliza, pero como no tengo muchos contactos en el hampa y esas empresas no aparecen en las páginas amarillas, al final opté por ignorarlo, que es lo que tendría que haber hecho desde el principio.

No respondí a sus mensajes ni le cogí el teléfono. Cuando el sábado pasado se acercó para hablarme me escabullí como una anguila y utilicé a Protocolo Venezuela como escudo protector.

Esta semana otra vez lo mismo y el sábado, al fin, funcionó. Vino a saludarme y yo fingí no verlo. Lo intentó de nuevo y conseguí escaquearme... hasta que al fin desistió.

Ni me envió sms rencorosos, ni insistió en los acercamientos... regresó hasta donde lo esperaba su fan ansiosa... y se fue con ella.

Supongo que debería de haber sentido más alivio que la Campos cuando se suelta la faja... pero reconozco que la Alexis Carrington que hay en mí hizo que, por un segundo, estuviese tentada de ir a buscarlo.

Hace años que tuve que darle la razón a Melocotón de Agua Salada, que estaba todo cabreado porque la chica a la que llevaba años (sí, años) ignorando se había puesto a salir con otro. Nosotros, que la chica nos caía bien, no entendíamos por qué, si no quería nada con ella, estaba tan resentido. Fue entonces cuando Melocotón de Agua Salada expuso la gran verdad: en el fondo más oscuro de nuestra alma deseamos ser tan especiales que nadie sea capaz de olvidarnos nunca jamás en la vida. Es un sentimiento mezquino y egoísta, lo sé, pero tengo que darle la razón.

No sé qué es lo que hizo que me saltara ese resorte maléfico, puede que el hecho de que la fan en cuestión sea una tipa que conozco y que siempre anda comiendo mis migas. Puede que sea tan mala que tendría que enviar mi currículum a Mordor... pero tener la certeza de que si me acercaba a él la dejaría a ella en ridículo hizo que, por un segundo, me poseyese Linda Fiorentino en plan “La última seducción” y quisiese barrer las migas del mantel para tirarlas al suelo delante de la hambrienta desesperada.

Me cae mal esa tía, y no es por el hecho de que ignore que las cejas pobladas sólo le quedan bien a Brooke Shields en El Lago Azul y que, en general, no tienen sentido después de la revolución industrial... Me cae mal porque, a pesar de que (salvo la cuestión de la pelambre que le adorna la mirada) no es fea y me consta que es lista... tiene un permanente gesto de amargura que me dan ganas de ayudarle a acabar con el sufrimiento que parece que es su vida.

La gente malencarada me exaspera, ésa es la verdad, y por una fracción de segundo estuve tentada de darle motivos para añadir otra arruga a su código de barras... pero no lo hice.

No sé si fue la imagen de todos mis amigos subidos a una nube en el cielo, y yo sudorosa en el infierno la que me hizo reprimirme o si, simplemente, temí volver a entrar en el bucle del Bellísimo rompiéndome la cabeza... Cerré los ojos y pensé en lo suave que tiene el pelo el Hombre Tranquilo, que además huele como a bebé limpito. Así, me calmé y me pedí un bacardilimonconcola para celebrar la paz.

1 comentario:

  1. Neni, tengo algo que contarte sobre el Bellísimo...¡y a ver si te doy el libro de una pugnetera vez!

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