jueves, 4 de febrero de 2010

Los misterios de la mente humana (bueno, se supone que humana)

Yo ya no sé qué más puedo hacer para que la gente se apiade de mi y no me cuente historias truculentas sobre partos. He llegado a pensar que formo parte involuntaria de alguna investigación científica para averiguar los límites del miedo y la angustia enloquecida. Vamos, en plan conejillo de indias al que le meten el acojone en el cuerpecillo.

La semana pasada Shreck andaba un poco disperso porque su hermana estaba malita. A la hermana en cuestión yo no la conozco, pero he hablado un par de veces con ella por teléfono y me cae bien, así que esta historia que ya es triste de por sí me da más pena que Marco buscando a su madre por el mundo adelante. La cosa es que la hermana de Shreck hace dos años se quedó embarazada (de su marido, se entiende, que allí de donde son ellos las cosas se hacen como toca) y lo normal: que si comprarle los vestidillos, preparar una habitación, qué nombre le ponemos y ¡ay, qué ilu las pataditas!... 3 días antes de salir de cuentas (de lo que se deduce que la pobre mujer estaba ya en plan reventón, con los pies hinchados de querer morirse y todo dolorido...) pasa nosequé y el bebé se muere.

Ni que decir tiene que que se queme el Amazonas enterito no me pone ni cuarto de mitad de triste que esto, que me parece el colmo del dolor inhumano y la injusticia más despiadada. Porque, por lo visto, no le quedó a la pobre otra que dar a luz igual... así que yo no puedo imaginar qué cosa horrible ha de ser eso.

Bueno, puedo, pero se me caen los lagrimones encima del teclado y lo pongo todo perdidito.


La buena noticia es que la valiente mujer va y lo intenta de nuevo. A mi tendrían que drogarme un año entero y pegarme con un palo en la cabeza para volver a pasar por algo así. Ni ropita le compró al nuevo proyecto, para no hacerse demasiadas ilusiones, que luego se llora más. La cosa es que, por fin, nace la criatura después de un parto horrendo de miles de horas, que si no hubiese estado atareada con el esfuerzo podría haberse leído Los Pilares de la Tierra en ese tiempo.

Todo pintaba bien, salvo que la pobre mujer estaba como si le hubiese pasado un tren por encima y luego marcha atrás, y por eso tuvieron que dejarla ingresada una semana. De pronto, una noche, el bebé deja de respirar y se arma la marimorena. Como hubo suerte, y estaba ya en el hospital con su esforzada madre, los señores de las batas blancas llegaron a tiempo y lo metieron en una de esas naves espaciales para curar bebeses.

La pobre madre ahora está más asustada que un mono del Amazonas al que le agitan el árbol en el que vive pacíficamente, y, claro, no quiere irse para casa.


Pues ya estaba yo medio sensible con el tema, meditando sobre los sufrimientos de ser mujer y, voy, y me topo con mi Difunto.

Cuando una se ha pasado tanto tiempo enamoriscada de alguien, aprende a detectar sus estados de ánimo como los animalillos huelen el miedo.

Aparentemente estaba normal: rodeado de gente, con su mítica copa de balón en la mano, bufanda al cuello a pesar de que en esos locales hace más calor que en Kenia... pero estaba triste.

Yo no lo puedo remediar, quiero a mi Difunto casi tanto como a mi gato... y eso es mucho, así que fui a hablar con él a pesar de los intentos de Sargento Tous por evitarlo, que sólo le faltó amarrarme con un candado a las escaleras como si fuese una bicicleta.


Mi adorado Difunto estaba más pachucho que las azaleas que intentan sobrevivir por sus propios medios en mi balcón. No sólo estaba triste, estaba preocupado porque su hermana la SuperMujer estaba muy malita.

Hay que explicar que mi Difunto es un claro ejemplo de cómo la herencia genética es caprichosa, y a veces un poco cabrona. Todos los hermanos de mi Difunto son listos y exitosos (como él, vamos, hasta ahí todo normal)... pero es que resulta que él, aunque yo lo encuentre irresistible, es feo... y sus hermanos guapos.

Le tengo una envidia insana a SuperMujer, así, sin tapujos. Es una tipa lista, que forma parte del equipo directivo del Laboratorio Europeo de Física de Partículas.

Yo es que no tengo gafas (señal de que no he estudiado tanto), y encima soy de letras, así que eso del LHC, que al parecer es una máquina carísima que reproduce las condiciones en las que estaba el universo a menos de mil millonésimas de segundo después del Big Bang, se me antoja ciencia ficción. Hasta los monos del Amazonas saben que unas planchas de cerámica para mí son tecnología punta... así que yo admiro mucho a esta hermana del Difunto que ha sido capaz de colarse entre los listos más listos del planeta, y encima sin llevar gafas.

SuperMujer vive en Ginebra, tiene un marido holandés que también es científico, una casa en una de las zonas más exclusivas de los Alpes (a mi no me gusta esquiar, pero sí comer chocolate delante de la chimenea), una hija que habla 5 idiomas, y, encima, es guapa y casi tan ingeniosa como el orondo objeto de mis amores.

Nunca he admirado a ningún actor, ni modelo (a algunos famosos no les tengo ni respeto, ¡para qué engañarnos!) pero sí a la gente que es capaz de hacer cosas buenas por la humanidad... y no me refiero precisamente a la Teresa de Calcuta ni a quien dedica su vida a decirle a los demás cómo han de vivir la suya.

Yo no sabré usar muy bien mi teléfono móvil, pero aunque pago unas facturas terroríficas, agradezco que alguien se haya tomado la molestia de inventárselo (estoy esperando por mi aeronave y mi secador de cuerpo, por si alguien muy listo lee esto).

La SuperMujer también acaba de tener otro bebé, y la cosa se complicó bastante. Al habitual rosario de torturas y sufrimientos varios, se le sumaron otros follones y la pobre acabó desangrándose en plan Brave Heart. Como no estamos en la Edad Media y los Suizos no son muy amigos de que algo altere sus planes, le hicieron una transfusión y la estabilizaron dentro de lo posible.

El caso es que la madre de SuperMujer, por muy súper heroína que sea su hija, es una típica madre española, y sin hablar francés, alemán, ni otra cosa que no sea castellano y el universal lenguaje de una progenitora defendiendo a sus crías, cogió a su marido y se plantó en Ginebra.

Hay ocasiones en que la buena voluntad no es suficiente, y uno puede acabar montando más lío que el que ya hay. En mi casa ocurre lo mismo: las escasas veces que mi madre ha estado enferma, el problema no era ella (que es sufrida y fuerte como un Tank de Cartier), sino que había que montar un comando especial para apaciguar a Viejo Pachanga, que se pone nervioso y lo embarulla todo.


Difunto estaba realmente preocupado por su hermana desangrada:

-El problema es que ella es como tú- me dijo circunspecto- una mujer práctica que no ve nada de romanticismo en eso del embarazo, y preferiría que los niños viniesen en frascos.

Yo aquí tuve que darle la razón, porque además de la aeronave y del secador de cuerpo, siempre quise que los bebeses se pudiesen adquirir en unos botes de cristal, para poder ver cómo son de grandes y eso. Total, ya luego se les coge cariño y no creo que haya que llevarlos nueve meses dentro de la tripa para quererles.

-Además, odia estar enferma- ¡Hay que ver lo que nos parecemos!... bueno, yo sin ser científica ni nada de eso - Y mis padres no están siendo de mucha ayuda porque no hablan el idioma, ni nada... Tendría que haber ido yo y obligarles a quedarse.

Yo ya sé que tengo debilidad por mi Difunto, pero es que verlo así me pone más blanda que un muffin recién horneado. Le di un abrazo, pero apretando poco que no es bueno para la salud de mi corazón, que es tontito... y me fui.

Me divertí un rato con mis amigas, que, como me conocen, no me dejan hablar ni pensar en cosas de Poltergeist, y me retiré tempranito.


El domingo dormí como un lirón calentito en la madriguera. No había partido, ni nada urgente que hacer salvo disfrutar de uno de esos días de dolce far niente. Dormí como una princesa, pero me levanté pensando en la SuperMujer y en la Hermana de Shreck. En cómo dos mujeres tan distintas padecían un sufrimiento similar (la hermana de Shreck gana, eso es verdad) en la misma semana, y cómo a pesar de que se pueden reproducir en el laboratorio las condiciones del universo en el momento del Big Bang... eso sigue siendo un martirio peor que el de San Lorenzo en su parrilla.


Suelo levantarme de muy buen humor, y más si es domingo y he dormido hasta mediodía, así que hasta Gran Torino, que no es muy de fijarse en las cosas, se dio cuenta de que estaba pensativa.

Le conté mi conversación con el Difunto, el susto que habían pasado con su hermana en le matadero de la maternidad, y le conté lo del bebé malito de la Hermana de Shreck.

Le hablé sobre los casos que me aterrorizaban en los que no había llegado a tiempo la epidural, y eso de que te rajan como si fueses una sandía... le dije que no podía imaginar lo que debía de ser tener que pasar por eso después de que el primero de los cachorros te nace muerto... Hablé y hablé mientras él me miraba atento.


De pronto, Gran Torino se incorpora y me dice muy serio:

-Habrá que comer algo ¿no?- hace una pausa para meditar y añade- Podemos hacer los ravioli rellenos de chocolate que compré el otro día.

Yo, que por mucho que lo trato no acabo de comprender al Gran Torino, ignoro si la cosa de los fetos es lo que le generó el apetito, aunque prefiero pensar que, sencillamente, no me hace ni caso cuando hablo.


1 comentario:

  1. Ay, tú siempre tan negativa. Era una excusa para cambiar de tema y aliviarte la angustia vital... Que lo de los partos y demás da mucho yuyu si van malamente

    ResponderEliminar