jueves, 13 de octubre de 2011

Embarazo en el ídem

Al Novio de Princesita P voy a darle una medalla. Seguramente él preferirá una caja de valium, pero en la tele siempre dicen que no se debe tomar medicamentos con receta a libre albedrío

Los bebeses son muy problemáticos. Siempre lo digo, nadie me hace caso y luego, pasa lo que pasa. Si ya desde embrión nos está dando tantos quebraderos de cabeza, no quiero ni pensar cuando tenga edad para drogarse, convertirse en protagonista de "embarazada a los 16" o aficionarse al tuning, que sería un drama.

Novio de Princesita de P y Viejo Pachanga están padeciendo solidariamente todos los síntomas del embarazo. Si ella tiene sueño, ellos más; si le dan náuseas ellos ya se imaginan como la niña del exorcista... Vamos, que no sé cómo vamos a explicar en el hospital el día del parto que a lo mejor necesitamos dos habitaciones más.

Yo, que aún no he decidido si voy a ser una tía consentidora o la secuela de la Señorita Rotenmeyer, vivo sumida en un mar de preocupaciones.

A pesar de que durante millones de años las mujeres han dado a luz por su cuenta, al parecer, ahora uno de los primeros al que hay que darle la buena nueva es al Señor de la Bata.  En mi familia, el departamento de asuntos sanitarios lo lleva mi Mami con mano de hierro, así que nuestro Señor de la Bata lo ha decidido ella.
También conservamos la costumbre de que la Jefa del Departamento nos acompañe en las visitas al Señor de la Bata, que para eso son amigos y así ellos charlan de sus cosas de la salud y tal.

Como somos gente de rutinas, Viejo Pachanga suele acompañar a Mami a todas partes, así que cuando Princesita P anunció su embarazo y fue a visitar al Señor de la Bata, mi Mami la acompañó. Como Viejo Pachanga acompaña a Mami, y Novio de Princesita a Princesita, para cuando se dieron cuenta estaban los cuatro cómodamente sentados en la consulta, y el Señor de la Bata haciendo preguntas bastante íntimas a la felíz, aunque avergonzada, futura madre.

Allí, delante de sus padres, el amable Señor de la Bata explicó a Princesita P y a su Novio qué tipo de prácticas sexuales eran más adecuadas durante los meses que dura tan feliz trance, y cuales no.

Mi abu ya ha advertido que ella tampoco quiere perderse ni un segundo de los progresos del proyecto de biznietito. Creo que deberíamos alquilar un palacio de congresos para la primera ecografía.

domingo, 9 de octubre de 2011

Éste va a ser el embarazo más largo de toda la historia

Dijo profética, y sabiamente, mi abu. Y es que Princesita P no nos avisó el día de la concepción porque, imagino yo, que desde que decidieron quedarse embarazados se dieron al libertinaje con tal entrega que tendrían que mandarnos cienes y cienes de "guasaps" al día para que eso hubiese sido posible.

Princesita P estaba tan concentrada en su objetivo que, de puro nerviosa, no le bajaba la regla.
¿Y qué hizo Mami?
¿Darle una tortilla de valium o golpearla con un palo en la cabeza hasta que se tranquilice? No ¿Dos bofetadas y desaflojarle el corpiño como cuando nuestras abuelas se ponían histéricas? Tampoco.
Mami le hizo entrega de un montón de predictors para que se quedase tranquila. A mi me da que a esta niña la estamos mal criando....

 Así que, antes de la primera falta ya nos estaba anunciando el embarazo a bombo y platillo. Y es que esto de los predictors ha avanzado tanto que no te dicen el sexo del bebé de milagrito, pero todo se andará.

Total, que anda toda la familia revolucionada porque también Prima Pijiipi lo está. Esto no es casualidad, sino que los incordios adorables se pusieron de acuerdo para tener los bebeses más o menos a un tiempo, para que así los bichos crezcan juntos. Esto parece una peli mala de Antena 3 después de comer, pero es la verídica verdad.

sábado, 8 de octubre de 2011

La hija de la evolución se transforma en madre

Ser hermana mayor implica muchas responsabilidades. Hermanilla y Princesita P no lo entienden, pero es porque ellas llegaron luego y se perdieron el capítulo. Por ejemplo, ahora Princesita P y su Novio han decidido ser padres. Ellos se han quedado embarazados y yo preocupada. Es lo que tiene.



Mis padres están esponjados como pollitos con eso de ser abuelos. Viejo Pachanga se ha puesto un poco rallante con que se tienen que casar, pero la verdad es que nunca le prestamos mucha atención. Y no es que mi padre sea cristiano ni nada, que en mi casa, como dice mi abu, somos animalitos sin alma. Vamos, ateos o agnósticos, según el caso. La cuestión es que Viejo Pachanga no creerá en Dios, pero sí en los papeles, y no quiere verse de abuelo soltero o algo. Además, lo que sí somos es muy de celebrar, e imagino que le dará rabia perderse su Gran Momento Padrino, ya que como Hermanilla y yo nos hemos echado a perder, no va a tener mucha más oportunidad el pobre.

A lo que iba, que me disperso como la población rural. Yo ya he advertido a los emocionados Proyecto de Padres que no estoy preparada para ser tía. Si pudiera amarrar a Princesita P al columpio, para que dejase de crecer como una zanahoria juro que lo hacía. Pero no, ella está empeñada en hacerse mayor y matarme a disgustos.

domingo, 2 de octubre de 2011

Donde dije digo, digo ¡Oh Dior mío!

Vivo en un sitio tan lluvioso que a los indígenas en vez de pelo nos sale musgo y traemos branquias de serie. Así que, que en octubre tengamos 29 grados y sol radiante me parece un regalo de ese señor de las barbas con superpoderes. Como el señor de las barbas es de opinión variable, como la nubosidad, no hay que confiarse y hay que tomar las cosas así como vienen.
Aunque habíamos salido a malear ayer (y antes de ayer) Sargento Tous tocó diana a las 11h y me hizo levantarme para ir a la playa. Yo ya había quedado con Japileidi y con Shaggy, en que llevarían también a Comiño para que continuase con su iniciación en el necesario arte de comer arena y que así crezca como los niños de antes, todoterreno e inmunizado.

Ir a la playa con bebeses tiene más ciencia de lo que a mí me parecía, y eso que Japileidi y Shaggy, de momento, no lo recubren de neopreno, ni le llevan mini-piscinas para que el niño esté como en la bañera de casa pero rodeado de señoras gordas en bikini y parejas magreándose en las toallas.
Hay que ir a unas playas determinadas, porque las cosas de los bebeses ocupan mogollón y también es bueno que haya rampas para que las bugaboo bajen adecuadamente, y bares cerca para poder calentarle las porquerías que les hacen comer a los pobres bichos indefensos que no saben que en la vida hay cosas mejores que el pollo cocido sin sal y espachurrado con verduras.
Pero, sobre todo, llevar sombrilla... Eso si que son los primeros signos de la edad, y no las arruguitas que te salen en los ojos cuando eres una personilla feliz.

Vamos, que a mi me parece que Comiño bien podría quedarse durmiendo plácidamente en su cáscara de nuez a la sombrita, que es bastante bueno y tranquilo, mientras nosotros nos damos un baño y paseamos, que es lo que se nos da mejor... pero debe de ser verdad el primer mandamiento del Credo de los Padres Primerizos:
1. Ser padres "te cambia la vida" y "hace que te replantees las prioridades"

Si hace un año alguien me hubiese dicho que Shaggy habría renunciado a nadar en un mar transparente para quedarse junto a una sillita de bebé bajo un sol de justicia, me habrían caído los pendientes del susto. Pero la vida te da sorpresas.

Japileidy, Sargento Tous y servidora nos fuimos alegremente a la orilla para disfrutar del que, con toda probabilidad, sería nuestro último baño del año. Lo pasamos de lo lindo flotando en el agua transparente, balanceadas por las olas, mientras reíamos y hablábamos de lo que haríamos en Bora-Bora cuando me toque el Euromillón.
Felíz estaba yo, moviendo los pies despacito para mantenerme a flote sin demasiado esfuerzo y parloteando como un mono subido a una rama cuando, de pronto, lo que era una inocente olita se convirtió en una gran masa de agua que rompía sobre mi desprevenida cabeza.
La fuerza de la ola me llevó al fondo y me golpeó contra la arena, y la corriente no me dejaba levantarme.
Abrí los ojos y sólo veía espuma, burbujitas y azul, mucho azul... Y supe que iba a morir, que lo había visto en las películas.
Uno de los inconvenientes de ser una cotorra, es que, cuando te suceden estas cosas, es muy probable que te pillen con la boca abierta... y digerir medio océano Atlántico no es cosa agradable ni sencilla, por lo que me atraganté con toda aquella agua salada que yo no había pedido.
Morir en domingo, mientras tu familia y amigos disfrutan de un día soleado, resulta de muy mal gusto, así que me apoyé en la arena para poder hacer fuerza y levantarme. Y lo hice, tratando, a la vez, de sujetarme el bikini que la corriente había logrado desatar.
Con el peinado propio de los náufragos,las rodillas rasguñadas, tosiendo como una tísica y con tanta agua en los oídos como para hacer una piscina en el Congo, logré ver a mis amigas, que ya habían logrado desembarazarse de tan pesado abrazo del mar porque habían visto venir la ola y habían tenido un par de segundos más para reaccionar... o, al menos, cerrar la boca.
Mientras Sargento Tous nos explicaba que la ola le había llevado las gafas de sol, yo trataba de volver a atarme las tiras del bikini tras el cuello.

- ¡Tienes un pecho fuera!- me gritó Japileidi muerta de risa.

Miré hacia abajo y vi que, mientras yo me afanaba en abrocharme el bañador, éste ya no tapaba nada. Volví todo a su sitio y até por fin el bikini mientras oía a mis dos malvadas amigas hacer leña del árbol caído.
Y es que, toda la vida despotricando contra el topless, vanagloriándome de que yo no ando enseñándole el pecho a cualquier mirón playero... para acabar dando una imagen similar a la que daría la Bruja Lola si decidiese cambiar de profesión y se pusiese a mostrar sus encantos en la Casa de Campo.

Si es que siempre tiene razón mi abu, no se puede escupir para arriba.






lunes, 13 de junio de 2011

Elegancia interior

No sé qué me pasa, pero últimamente no hago más que llegar tarde. Lu se vuelve a BCN y quedamos para tomar un café de despedida.
Iba a decir para desayunar, pero teniendo en cuenta que era a las 12h a alguien le puede parecer que me estoy burlando. Y es que este nuevo horario me va a hacer una mujer de mala vida.
Ya soy yo bastante tendente a trasnochar, como para que, encima, me lo fomenten en el trabajo.
Seguro que debe de venir algo de esto en el Estatuto de los trabajadores, o algo, porque no puede ser sano.

Bueno, que esto de la vida desordenada parece ser contagioso, y la habitación se me ha puesto a juego.
Como iba más apuradilla que un yonki a su cita con la metadona, decidí no molestarme en absoluto y arramblé de la silla del desorden la misma cazadora que me había puesto ayer para salir corriendo.

Me gusta vivir en mi barrio. Produce el mismo efecto que pasear delante de una obra para que te piropeen, pero en versión educada y mucho más familiar.
Crucé el portal con paso decidido, el bolso en la mano y la cazadora sobre el brazo porque no hacía demasiado frío, pero me quedé petrificada cuando el dueño de la tienda de muebles que hay a cincuenta metros de mi casa, que siempre tiene alguna cosa bonita que decirme, se me quedó mirando como
extrañado.
Inmediatamente me miré los pies, por si había salido de casa con zapatillas... pero no. Peep Toe de Pura López con una flor de rafia en un lateral. Una monada.
Pasé por delante del kiosco, y el dependiente levantó la mano para saludar, pero se quedó a medio camino del gesto como si Iceman lo hubiese tocado con uno de sus rayos.

Volví a mirarme los pies. Nada.
¿Una carrera en la media? Tampoco.

Sigo andando y veo que el farmacéutico entrometido me sigue con la mirada, desde detrás del mostrador, pero tampoco me da los buenos días. Acelero el paso, porque empiezo a ponerme cada vez más nerviosa y la señora de la panadería sale haciéndome señas.
La miro y no entiendo por qué señala mi bolso.
Miro el bolso, ni si quiera había pensado en la remota posibilidad de que los comerciantes de ASV fuesen a fijarse en lo adecuado o no de mis complementos... ¡Maldición!
¡No era el bolso!
Llevo colgando del brazo un sujetador de encaje blanco como si fuese una especie de bandera feminista o algo peor.
Agradezco a la panadera que haya tenido el detalle de no dejarme atravesar la ciudad luciendo la ropa interior de ese modo y me vuelvo a casa saludando uno por uno a los que han visto mi peculiar pasarela íntima.
Ya no hay nada que se pueda hacer por salvar mi orgullo y, encima, no podré explicarle a Lu por qué he llegado tarde.

viernes, 3 de junio de 2011

Regando a los indefensos

Resulta que voy a un bautizo. Shaggy y Japileidi han decidido que Comiño empiece a contar como un católico más, y no se han contentado con una celebración familiar como todo el mundo. No. Ellos han organizado un evento de esos de quedarse clavada con los tacones en el césped porque en el campo es todo muy bonito y natural. Ya.

Al principio estaba resignada a ir, y hasta medio contenta porque me había comprado un vestido muy bonito y eso siempre la anima a una... pero luego me ha ido pareciendo cada vez más absurdo y he intentado por todos los medios escaquearme sin éxito.

Yo creo que si la gente celebra el bautizo en plan íntimo será por algo. Que tampoco es una cosa de la que deban sentirse demasiado orgullosos, o eso me parece a mi. Así que mis amigos también deberían recapacitar respecto a hacerle esa faena a su hijo, que aún no ha tenido tiempo de pintarles las paredes de su casa, ni hacerse drogadicto ni nada.
El pobre, salvo eso de no dejarles dormir, llorar, oler regular y babear, no les ha hecho ninguna faena.

A mi esto del bautizo me parece como si yo apunto a Ser Querido a la iglesia de la Cienciología. El pobre gato no se iba a enterar de nada ¿a que no? y no iba a poder defenderse de los señores que vendrán a darle el coñazo y a intentar quedarse con su dinero.
Seguro que si mi gato pudiese hablar, me diría que si quiero meterme en una secta, que lo haga yo, pero que no ande apuntando a los pobres seres pequeños.

Shaggy, que no ha atendido a mis razonamientos, me ha obligado a comparecer bajo amenaza de estar enfadado mil años... y creedme que lo haría. Shaggy es tan rencoroso que sería capaz de presentarse en el infierno a recordarme que no fui al bautizo de su querido hijo.

Japileidi es un pelín más comprensiva, y me ha sugerido que si tanto me molesta pasar una tarde campestre rodeada de tanta gente celebrando que Comiño ha ingresado en la secta, que me beba unos vinos antes, para hacerlo más llevadero.

Más llevadero no sé, pero juro por Dior que estoy tentada de cogerme una cogorza de no te menees para avergonzarlos delante de su piadosa familia. Creo que voy a dejar el vestido en el armario y pedir prestado un chandall con sus buenos dorados para ponérmelo con tacones. Así, mascando chicle y apestando a vino, puedo ir a darle mi opinión sobre la iglesia con mayúscula al señor cura y, si hay suerte, quizás tenga a mi disposición el micrófono de la iglesia durante las lecturas.
Seguro que no me vuelven a invitar a ninguno.

Ojalá me atreva.
Quizás empiece a fumar para la ocasión, que lo de hablar con el pitillo en la boca también resulta muy trash.

martes, 17 de mayo de 2011

Sobre cerezas y pájaros

Ser Querido se ha quedado ciego como un topo ¡Pobrecito mío! Parece que ni con las gafas para gatos que nadie se ha tomado la molestia de inventar lo arreglaríamos.
Como el médico de felinos dice que no conviene operarle de cataratas, estoy haciéndole unos entrenamientos paralímpicos para que cuando Mami y Viejo Pachanga vuelvan de sus vacaciones vean que podemos arreglarnos por nosotros mismos perfectamente, y, así se aplaquen sus instintos asesinos, porque eso de matar a alguien de la familia, yo creo que está bastante feo. Sobre todo si ese familiar es un pequeño ser peludo que nada sabe de que se está conspirando contra su vida y al que nadie ha podido explicar que no es que se nos haya ido la luz... sino que ya puede ir jubilándose de eso de la caza, y que como no aprenda pronto a sortear la piscina me lo veo proclamándose campeón de natación gatuna.

Como por las tardes voy hasta Villapollo para enorgullecerme de sus progresos y Princesita P. es un ser humano independiente que jamás nos hace partícipe de sus intenciones coincidimos por sorpresa en el hogar paterno. Al contrario que su hermana mayor, ella disfruta con las cosas de la naturaleza obviando que la tierra mancha, que los perros te chuperretean las piernas sin pedir permiso y que el campo, digan lo que digan, huele raro.

Mientras ella regaba las plantas, yo descubrí un montón de cerezas picadas por los pájaros que habían caído al suelo.
Ya he dicho que odio a los plumíferos, y me encantan las cerezas, así que me parece particularmente injusto que los malditos bichos picoteen la fruta ajena, y me puse a recoger todas las que estaban al alcance de mi mano.
Como soy la más bajita de la familia sin contar con el gato, sólo llego a las ramas de abajo y pedí ayuda a Princesita P para capturar un montón de cerezas coloradas y reventonas que estaban muy altas.

No podíamos con la escalera, así que mi hermana pequeña sugirió que me subiese al tejado para llegar a las ramas más altas. He de confesar que me surgieron dudas respecto a la conveniencia de la expedición, pero ella me aseguró que los antenistas pululan por los tejados con total naturalidad, y yo no iba a ser menos... así que subí, me descalcé y caminé suavecito por las tejas hacia las cerezas relucientes.
Pedí a Princesita P. que se quedara abajo, por si yo rememoraba mis años de patinaje y era necesario llamar al 112 para asistir mi irresponsabilidad aguda.
Todo iba de maravilla. Alargaba el brazo, tiraba de las ramas e iba cogiendo uno a uno los deliciosos puntitos rojos... hasta que oí un feo crujido bajo mis pies.
Yo no sé si Viejo Pachanga tendrá contadas las tejas... pero dudo que tapar los trozos rotos con unas hojas del cerezo cuele durante mucho tiempo.
Menos mal que es primavera. Confío en que no llueva demasiado... al menos mientras pienso en cómo contarles que me he subido al tejado de su casa para evitar que los pájaros se comieran las cerezas.

lunes, 14 de marzo de 2011

La vida disipada

Creo que el mejor de todos los superpoderes es poder parar el tiempo. Yo de eso tempo poco, y necesitaría mucho... y seguro que aún me vendría mejor un poco más.
Tengo una capacidad infinita para llenar mis horas, y sólo me aburro viendo fútbol, por eso no lo veo.

No tengo que ir a trabajar en unos días y lo estoy disfrutando como un mono del Amazonas al que hayan dejado por descuido en un almacén de plátanos. Vamos, que me he sentado en mi montaña de horas como el tío Gilito y estoy rebozándome en mi tiempo libre muertecita de placer. Tanto, que hasta me he levantado a las 8h para tener más, un poco en modo avariciosa de las horas.

Tenía uno de esos planes que a mi me gustan: sencillo y eficaz. Quedar con la gente para la que no tengo tiempo habitualmente... y hacía tiempo que no veía a Mulan.

Quedamos a las 8h para tomar un café y hemos acabado tomando unos copazos a golpe de lunes. Como sólo íbamos a tomar café... y no a cenar... me he venido haciendo unas eses como las vacas del anuncio de "ahora yogourt, ahora postres".

De camino a mi hogar me di cuenta de que, a pesar de mi montón de tiempo libre, no había hecho la compra... así que tuve que parar en Opencor a coger algo para desayunar. Leche... o algo.
Hacer la compra en el Opencor con Bacardilimonconcola en sangre creo que no es la típica cosa que recomiendan en la asociación de consumidores. Cuando me di cuenta, en vez del brick de leche que necesitaba, me vi haciendo equilibrios por la calle con un montón de pesadas (incluída una bolsa de naranjas de 5 kilos) que me parecía a mi que estaban de oferta.

Al llegar a mi portal me vi reflejada en el cristal, con los ojos chispeantes y tratando de encontrar las llaves en lo más profundo de mi bolso... porque yo no tendré superpoderes... pero mi bolso por las noches se transforma en el de Mary Poppins y tiene el fondo más profundo que los océanos más oscuros.
Me vi cargada de bolsas repletas de cosas tan útiles para la vida como una caja de gallegas de HelloKitty y un montón de gomas del pelo de colorines... y me hice la pregunta del millón:
¿Cuándo tomar unas copas entre semana deja de ser mogollón de molón para empezar a ser lastimoso en plan Masiel?...
Confío en que me manden una carta certificada a casa o algo para avisarme.

martes, 22 de febrero de 2011

La abusadora

Tengo debilidad por la gente mayor. No sé si es por mis abus, que son la cosa más mona que hay bajo las estrellas, pero los viejecillos me parecen, en general, unas pasas adorables.

Ésta fue una de esas mañanas de correcorrequetepillo, saltando de una cosa a otra como los monos en las ramas.
José Castro presentaba su colección para El Corte Inglés y, como suele ocurrir en estos casos, todo el mundo parecía desearlo, así que lo que habitualmente soluciono en un par de horas, me llevó una mañana de ceño fruncido y suspirillos desesperados.

Tantas interrupciones no podían traer nada bueno, y acabamos mareados como si hubiésemos tragado suavizante en un viaje en lavadora.
Salimos prácticamente a las tres, con un hambre que ni la ex-cantante de la Oreja de Vangogh.
Cuando ya estaba yo sentadita en el coche, salivando de impaciencia como el pobre perro de Pávlov, el cámara se dio cuenta de que se había dejado la funda del trípode sobre la pasarela.
Para ahorrar tiempo, subí por el laberinto de escaleras mecánicas del Corte Inglés con un plan tan sencillo como aparentemente eficaz: recojo la funda mientras el cámara mete los focos y bártulos variopintos en el maletero, y regresamos pitando a ASV.
La primera parte fue bien, localicé a la jefa de prensa, encontré la dichosa funda... y volví hacia el garaje deprisilla como un yonki sin chandall y sin roña... Hasta que una mano arrugadilla me detuvo aferrándose a mi abrigo de pelexo.

- Oiga señorita - me increpó- ¿Trabaja usted aquí?
- No - le respondí de la forma más amable que pude mientras trataba de librarme de su manita ganchuda- lo siento.

Los enormes anillos dorados de la pasa habían enganchado con fuerza el pelo de conejo y no parecían tener intención ninguna de soltarlo.

- No importa- se sinceró mientras me agitaba delante de la cara un trapo- Dime qué pone aquí, que yo con estas gafas no veo nada.

Ya, ya, seguro que es cosa de las gafas.
A pesar de que llevaba prisa, y tenía tanta hambre que si la pasa no hubiese tenido una pinta tan rancia el mordería una pata, cerré los ojos y pensé en mi abu.
No creo que ella sea de asaltar a nadie en los comercios, pero tampoco pondría la mano en el fuego por ella cuando anda por ahí suelta, que es muy de confraternizar con todo hijo de vecino.
... Así que cedo. Cojo el trapo que inquieta a la pasa y miro la etiqueta.

- Cuesta 60 euros, está rebajado en un 30%. No está mal.
- Ya, ya... ¿pero qué talla es?

Suspiro y escudriño de nuevo la etiqueta.

- Es una M. La mediana.

La pasa me quita el trapo y se lo pone delante.

- ¿Pero será la mía?

Suspiro. La miro.
- No lo sé. Pruébesela y así,además de saber si es su talla, verá si le queda bien.

Los ojillos de la pasa se iluminan. Y sus anillotes dorados se aferran a mi brazo y empiezan a tirar de ellos hacia el probador.

- ¡Ah! ¡si! Así ya me dices si me queda bien en el vientre.

¿El vientre? ¡Puagh! ¿Se la va a comer?

- No puedo, lo siento- La pasa tiene una fuerza increíble para tener mil años y medir metro y medio justito - De verdad que tengo mucha prisa.
- Pero si tardo un minuto. - imploraron los ojillos tras los cristales de las gafas.
- Oiga, me están esperando - agobiada, trato de soltar la manita apergaminada de mi brazo, pero la pasa no cede - Pídaselo a una de las dependientas, seguro que ella sabrá mejor que yo qué talla le va bien.
- Noooo, que ellas seguro que me quieren vender algo.

¡Ohhhh! ¡qué raroooo! una dependienta que quiere venderte algo en una tienda ¡qué desfachatez! - pienso yo sin dejar de forcejear para liberarme de la mano opresora.

- ¡Pero si tú seguro que no tienes prisa! -insiste

Aquí la pasa acaba con mi paciencia ¿por qué los viejos siempre piensan que no tenemos prisa? ¡si son ellos los que están jubilados!
Agarro la mano de la mujer e intento zafarme de ese gancho más propio de un campeón de lucha libre que de una contemporánea de Tutankamon.

-¿Algún problema?

Levanto la vista en dirección a la voz y mis ojos se topan con la mirada reprobadora del segurata del Corte Inglés.

¡Maldita pasa! Creo que el segurata no me ha creído y aún seguirá pensando que estaba abusando a de una vieja para robarle una camiseta de rebajas.

lunes, 21 de febrero de 2011

La tonta de la sala de espera

El día que repartieron la paciencia, yo había faltado a clase.

Hoy tenía cita con la foniatra. El trato con los señores de las batas blancas no es mi fuerte. Lo saben hasta los monos del Amazonas que no tienen tele ni nada.

Confío en que Eme no lea esto, porque es mi mejor amiga aunque tenga el defecto de ser médico (¡nadie es perfecto!). Yo opino que los señores de las batas blancas son seres crueles por naturaleza. Algunos gustan de andar con bisturíes, otros te hurgan en los bajos fondos y, encima, te piden que te relajes... y otros disfrazan su naturaleza sádica con especialidades aparentemente inocentes.

He de reconocer que yo ya voy a las consultas esas un poco reticente. Es como si una oveja pidiese cita para que el lobo se la merendase y, encima, le pagase una minuta ¿cómo no va a entrar con desconfianza en la cueva por
muchos muebles de diseño que tenga en la sala de espera?

Pues allí me metieron, en una sala de espera diminuta sin ventilación, ni luz natural ni nada que no fuese un bonito color en las paredes y demasiada gente abrigada para ese espacio tan reducido.
Si he de reconocer otra cosa, es que soy muy de ducha diaria. Muy.
Es una manía que me metieron en mi casa de pequeña. Cosas de familia, debe de ser, pero así lo aprendí yo, y por eso soy tan sensible a los humanos que no comparten esos mismos hábitos.

Tampoco me gusta rozarme con desconocidos (bueno, con muchos conocidos tampoco), así que el hecho de estar en la sala de espera de Pin y Pon me obliga a mantener una extraña postura muy tiesa para que no se me refrote ningún ser humano que no haya sido previamente presentado.
Es muy cansado mantener una pose hierática durante 30 minutos. Más, si el espacio huele como una guarida de leones. Nunca he estado en una, pero sí fui al circo algunas veces y recuerdo perfectamente el olor de las jaulas con los pobres primos de Simba venidos a menos allí recluídos.
Aguantar la respiración todo ese rato me deja agotadilla y se me va recalentando el cerebro.

Mi cerebro recaliente piensa muchos pensamientos, y ninguno pasa por considerar que, ya que llevo allí media hora, y han tardado 3 semanas de darme cita, puedo quedarme otro ratito de mi precioso tiempo.
Lo que piensa mi cerebro recaliente es que si nos llegan a hacer esperar el mismo tiempo en la Seguridad Social montaríamos unos pollos como para hacer de las granjas avícolas la primera industria del país.
Pienso que si esa señora de la bata blanca me va a cobrar por su tiempo, también he de hacerlo yo por el mío para ser justos. Así que si me quedo más rato allí tiesecita y conteniendo la respiración aún voy a tener que pedirle daños y perjuícios, por lo que es mejor que me vaya.

HT me ha llamado impaciente y me ha preguntado si me han dado otra cita. Por un momento he dudado sobre si me habré precipitado al salir de aquella clínica como sólo Vivienne Leigh podría haber hecho.
Por un momento me he imaginado a mí misma repitiendo los estiramientos musculares y las apneas cada semana... y creo que no.
Creo que la señora de la bata blanca ha superado con creces los 5 minutos de cortesía, y ella no ha tenido ni el detalle de disculparse por hacerme perder mi valioso tiempo.

Aún estoy planteándome mandarle mi minuta.

miércoles, 16 de febrero de 2011

La demoledora realidad

Estoy más triste que si se me hubiese muerto Jauma Sanllorente en los brazos sin poder hacer nada por remediarlo.
Me he quedado sin objetivos en la vida. Como una vaca sin cencerro, que diría Chus Lampreave.

Hasta los monos del Amazonas saben que lo que me hace más ilusión en el mundo es acabar viviendo en mi lo que fue mi guardería. Una preciosa casa de dos plantas, con un mini-jardín en pleno centro de Aldea Sin Vacas.
Mis amigos me han visto perder la dignidad humana agarrada a su verja como un perrillo de esos a los que atan frente a las puertas de un supermercado mientras el dueño hace las compras.
Supongo que hay casas más bonitas, pero por su recia escalera de madera merecería en la pena entregar el hígado. La escalera en la que Hermanilla hacía sus huelgas hasta que consiguió que la "ascendieran" a la clase de 3 años conmigo.
Aún la recuerdo entrando triunfal, con la cara roja como un tomate después de haber montado un zipitostedenotemeneees para que la dejasen subir los escalones castaños.
Sonriente, y aún con los restos de los lagrimones en los mofletes, vino a sentarse a mi lado y se puso a colorear como si no hubiese ganado una de sus primeras y muchas batallas.
Porque Hermanilla siempre se salía con la suya, que para eso era rebelde, mona... y terriblemente cabezota.

La guarde tenía un jardín de piedrecitas blancas con una casita de tejado inclinado, un tobogán, columpios y un gallinero. Había faisanes, gallinas y pavos, y todos nos entreteníamos metiendo piedrecitas entre la rejilla para "darles de comer". Yo recogía la gravilla, se la daba a Hermanilla y ella, a las gallinas... hasta que la profe se dio cuenta de que Hermanilla aplicaba eficientemente eso de "quien parte y reparte, se lleva la mejor parte" para comerse ella misma las piedrecitas destinadas a los plumíferos.
Y no fue lo único a lo que Hermanilla echó el diente. También al culo de un niño abusón que se había instalado en lo alto del tobogán y no dejaba bajar al resto. Hermanilla siempre fue muy de tomarse la justicia por su mano.

Hace años que nos hicimos demasiado mayores para aquellos pupitres diminutos, y también hace tiempo que La guarde se quedó vacía. Yo pensaba que estaba esperándome. Que aguantaría hasta que me tocase el Euromillón y pudiese comprarla para vivir allí y ser felíz para siempre con mi Gato.

Hoy he pasado por allí y la habían demolido. No han dejado ni las escaleras de piedra, ni el ventanal con el banquito, ni el recibidor donde nos dejaba Mami cada mañana.
Parece que van a hacer un "hotelito con encanto". Creo que el encanto se lo han cargado en cuanto el bulldozer atravesó la verja blanca.

lunes, 14 de febrero de 2011

Sábado sangriento

Iba yo puntual como un relojito suízo en mis preparativos de sábado. Estaba ya vestida y arreglada frente al espejo en el momento control de calidad, cuando descubrí un pelillo milimétrico y traidor en una axila.
Era tan ridículo como los platos de un restaurante de Nouvelle Cuisine, pero hasta los monos del Amazonas son sabedores de mi neurosis... así que me apresuré a coger una maquinilla que tengo para este tipo de emergencias.

La cosa presumía sencilla.
Ya.
Cojo la maquinilla, retiro la tapa y... ¡Uich!
Una gota de sangre se precipita desde mi dedo gordo hasta mis zapatos.
Miro con disgusto la gota entrometida sobre la punta de mis Pura López...
¡Qué disgusto! era granate, lo juro... y yo que pensaba que sería azul... ¡rosa como mínimo!... y veo caer otra, y otra...
¡Horror! Le había sacado un buen filete a mi pulgar y allí había más sangre que en una peli de Tarantino.

¡Maldición! ¡Iba a morir sin haber ganado la lotería ni nada! ¡ni siquiera he escrito un libro, ni comprado un Oscar de la Renta, ni ido a Bora-Bora!
Corro por todo el pasillo con el dedo chorreante intentando pensar.
No podía morir sin haber hecho nada importante por la humanidad. Tenía que salvar mi vida.
Marco el teléfono de las emergencias gordas:
- Mamiiiii
- ¿Qué te pasa?- Oigo ruído de fondo y a mi padre preguntando quién llama. Mi madre está en un bar ¿Cómo es que mis padres salen más que yo... y ya es decir?-
- Mami. No te asustes. Me he cortado un dedo y sangro mucho. Muchísimo. Esto no para de chorrear. No quiero morir.
- No me asusto- (¿Por qué no? Tu hijita está herida de muerte
¡Finge un poco de preocupación al menos!)- Aprieta fuerte con una gasa, aplícale hielo y levanta el dedo por encima de la cabeza para que pare de sangrar. Después le pones un apósito de los finitos.

Mi madre tiene un aplomo impresionante. Yo al borde de la muerte y ella tranquilamente de vinos.
Tomo nota. Si esto deriva en un trauma de los graves que no se venga quejando.

Me voy corriendo al congelador y sigo paso a paso las instrucciones maternas. Lloro un poco de pura angustia y llamo a Alegre Kitty para advertirle que llegaré tarde.
Me quedo un buen rato con el dedo en alto y apretando contra un hielo y me alegro de vivir sola porque debo de tener una pinta un poco ridícula.
Estoy cansada de jugar a la estatua de la libertad y pruebo a poner un apósito para poder irme a cenar.
¡Maldición! ¡Más sangre!
Vuelvo a coger otro hielo y recupero la postura de alumna sabionda mirando de reojo al móvil.
Soy impaciente por naturaleza, así que cojo otro apósito, se lo pego muy apretadillo para que pare de sangrar... y me voy a cenar.

Ceno con las niñas sin quitarle el ojo de encima al dedo amortajado. Sólo por un momento descubro que la sangre baja de la uña, y vuelvo a ponerle un parche.

Con una capiroska de fresa de La Cavita, todo se ve mucho mejor. Me alegro un montón de no ir a morir.
Después del bacardilimónconcola me olvido del asunto.
Nos lo pasamos bomba con todos los espontáneos que van entrando en escena. Las niñas se van, y yo me quedo cerrando bares con Peterpan.

Al llegar a casa se me ocurre ser una buena anfitriona para variar, y pongo musiquita buena y enciendo velas.
Peterpan está encantado. Yo canturreando satisfecha.

Me descalzo y alejo de mí los zapatos.
Mi pie desnudo topa en el suelo con algo raro.
Miro abajo.
El apósito hecho un gurruño y en el suelo hay gotas de sangre.
Miro el dedo, desde el que baja un chorretón por todo el brazo.
¡Maldición! ¡Sangre en mi vestido!
... y en la camiseta de Peterpan.
Jo.

miércoles, 12 de enero de 2011

Un desliz

Llevo un día de esos que lo único que me falta es que me atropelle una diligencia, que creo que ya no existen.
Tras una tarde de tormenta emocional, vencí la desdicha, me lavé los ojos que se me habían puesto como huevos duros de tanto lloriquear, y quedé con las amiguillas, que son bálsamo para las heridas.
Un poco de compras, que siempre es mejor ir a comprar vestidos bonitos que atracar una pastelería, y después tocaba tomar un alguito en la vinoteca a la que vamos siempre.
Entró Lu, y la siguió Sargento Tous con paso decicido. Yo, detrás, encaramada a mis Pura López nuevecitos de rebajas, y cargadita con las bolsas de mis hallazgos.
Lluvia y zapatos nuevos de suela, mala combinación.
ziiiiip (ups, patinaje sobre suelo de tarima ¡mierda!) trato de reequilibrarme pero me resbala el otro pie
ziiiiiiiiip, plas, ¡pan! (¡mierda el espejo que acabo de comprar!) ¡pum! (ésas eran mis rótulas).

Dos guacamayas que estaban tomándose un café en la mesa contigua me ven aletear primero, y aterrizar de morros después.

- ¡Ay! El chillido de las viejas hace girarse a Sargento Tous, que me ve a cuatro patas y con las bolsas desparramadas:
-¿Qué haces?
- ¿Qué voy a hacer? Besar el suelo por donde caminas ¿A ti qué te parece?

Las guacamayas fingen preocupación (sin levantar el culo de la silla, claro)
-¿Te duelen las rodillas?
- No, el espejo -contesto hurgando en las bolsas para ver si mi espejo superbonitonuevecitodeltrinque ha sobrevivido al traspiés.
Sargento Tous parece que también reacciona:
- ¿Te has hecho daño?
¿Daño?... veamos: creo que me he torcido un tobillo, me he chafado las rodillas y he hecho un espantoso ridículo en el bar al que vamos siempre...
No sé si me duele más el golpe o el orgullo.
Podría ser peor. Podría haber sido fin de semana y con algún "ex" delante.
Siempre he tenido tendencia a la precipitación...