martes, 30 de noviembre de 2010

Terror en el supermercado (I)

Venía apuradilla como un yonqui, pero sin chandall ni mugre, y va, y se me ocurre entrar en el súper porque se me había acabado el Nesquick, y yo, sin mi tazón de leche, no soy nadie en este mundo.
Como la sociedad de consumo es así, y los que planifican los supermercados son unos señores muy listos que llevan gafas ya desde pequeños, ya que estaba, fui llenando el carrito sin muchos quebraderos de cabeza. Cinco minutos y dos tabletas de chocolate, un bote de nocilla y unos yogures (desnatados, por supuesto) después, estaba en la cola dispuesta a pagar mis compras y venirme para casa en un volar.
Todo iba bastante bien a pesar de que, como suele suceder, me había puesto en la cola más lenta. Una cajera con carita de ratón y gafas enormes luchaba contra los códigos de barras y los botones que la intimidaban para que fuera un poco menos evidente su falta de pericia. Mientras esperaba, me entretenía viendo cómo se embarullaba con las bolsas, enrojecía cuando los clientes resoplaban y ella trataba inutilmente de remangar el enorme polar que le habían encasquetado como uniforme. Estaba yo reflexionando sobre la crueldad inhumana de quien diseña los uniformes de las pobres cajeras de supermercado (un tío feo y resentido al que ninguna mujer ha mirado jamás, por supuesto, que tanta mala baba no puede tener otra explicación), cuando oigo al ratoncillo decir:
- No sé señora, yo no sé mucho de detergentes, pero si quiere miramos en la etiqueta a ver qué pone.
Miré a su interlocutora y supe que estaba perdida: una señora con pelo-casco y perlas gigantes de mentirijillas más vieja que la mentira. Para colmo, una segunda cacatúa la agarraba "de ganchete" mientras blandía unas empanadillas a la vez que departía animadamente con el ratoncillo sobre lavados en frío.
Miré desesperada hacia las otras cajas para tratar de huir, pero sólo otra funcionaba y estaba atascada con un envío a domicilio quilométrico. La cajera lista se huele el pastel y empuña el micro para pedir auxilio:

- Señorita Maripuriiii, acuda a caja cuaaatro, por favooor.

Y la cacatua de las empanadillas de nuevo a la carga:

- Chica, ya que estás, léeme esta etiqueta, que yo aún con las gafas no veo bien.

El ratoncillo, colorado como el mismísimo fuego del infierno, cogió la caja que le tendía la cacatúa mientras miraba de reojo la cola que resoplaba como una manada de búfalos.

Oh, oh... problemas.

(tubicontinued... )