viernes, 28 de septiembre de 2012

Nunca vayas de compras con tus padres


Realmente es un fastidio no tener los superpoderes de Spiderman, porque los inconvenientes ya me vienen de serie. Mi familia es como una tela de araña: te enredan, te enganchan y sin saber cómo te quedas ahí pegado en sus bonitos y confortables hilos brillantes.

Tengo que tener mucho cuidado en dosificar mis visitas, porque si por Viejo Pachanga fuese yo viviría debajo de su alita, y no sola en plan Juan Palomo, que es lo que dicta la lógica de la buenas relaciones familiares.
Al pobre Pachanga se le junta el síndrome de Nido Vacío que debería haber tenido mi Mami de Toda la Vida, y la extendida idea de que sólo una vez que estás casado y/o tienes hijos "tienes tu vida".
Yo no me había dado cuenta de que estaba muerta,  vaya... para mi que no sólo respiro, sino que me late el corazoncillo bastante fuerte y tengo actividad suficiente como para llenarle dos veces la agenda a cualquier ministro... Pero no... Viejo Pachanga insiste en que debería volver al nido paterno "hasta que tenga mi vida". Cualquier día me da un susto la Anne Germain intentando contactar con mi espíritu.

Eso de no tener vida implica que de vez en cuando tocan recados en plan familiaunidajamásserávencida. Viejo Pachanga se aburre de tiendas más que Penélope Cruz en una biblioteca, pero se siente marginado si no lo llevamos. Hemos intentado convencerle de que es mejor para la paz mundial que no venga... pero da mucha penilla cuando nos pone esa cara de "claro, como sólo he tenido hijas, hacéis una conspiración mujeril contra mí"... y acabamos picando.
En esta ocasión estaba particularmente animado porque íbamos a comprar cosas de bebeses y él enseguida se puso los galones de abuelo para anunciar triunfal:
- Ah, muy bien. De eso yo también puedo opinar.

Ja.
Pobre.

Sólo había que comprar un regalito para el nieto de uno de sus amigos. Un puro trámite, porque de lo que se trata es de fingir que escoges algo en La Cadena del Banderín Verde para que te den un ticket de regalo y ellos puedan cambiarlo con total tranquilidad y en el más absoluto anonimato.

Pero Viejo Pachanga se emocionó tanto con su recién adquirido estatus de experto en nietos que nos tuvo infinitas horas desentrañando los misterios de los docemil tipos de antivuelcos para cunitas con sus millones de posibilidades de funciones, diseños, materiales, texturas y colores.
Cada vez que voy a una de esas tiendas me pregunto qué azar milagroso hizo que yo sobreviviera a todos los peligros que acechan a los bebeses sin que se hubiesen inventado todos esos artilugios. No sé cómo puedo desenvolverme en este mundo cruel ¡y hasta leer y escribir! sin que mi ignorante madre pusiese en práctica los actuales métodos de motivación y estimulación.
Puro churro, supongo.

Cuando, al fin, terminó una comparativa digna del Instituto de Consumo y escogimos un modelo que tenía un osito y un cachivache que graba la voz de la emocionada madre para que, presuntamente, el bebé concilie mejor el sueño... se lo enseñamos al pobre Viejo Pachanga, que estaba al borde de la catalepsia.
Él fingió opinar, y nosotras fingimos que lo teníamos en cuenta. Todos felices.

No habíamos ni abandonado el departamento de niños cuando Mami se encontró a una compañera de trabajo. Lo que pensé que era un cortés saludo se transformó en un debate sobre las ventajas e inconvenientes de la jubilación. Hay tantos argumentos a favor y en contra que tuve tiempo de subir dos plantas, probarme 3 vestidos en French Connection y volver a bajar sin que ellos dieran por terminado el simposium.

Luego se encontraron a unos amigos con los que hacen senderismo. Con ellos abordaron el apasionante tema del futuro. Ojalá fuese en plan Aramis Fuster, que al menos le miras al pelo y te echas unas risas, pero no. Ellos hablaban de lo negro que tenemos el futuro "esta generación" mientras me señalaban como si fuese de cartón piedra. Y no me extraña porque a esas alturas sentía las piernas menos que Rambo. Probé a apoyarme alternativamente sobre una y otra mientras le lanzaba miraditas a mis padres, pero ellos han debido de estudiar en el mismo sitio que los camareros de los pubs, que controlan perfectamente el arte de no cruzarse nunca la mirada contigo para evitar que puedas pedirles nada.

Cuando logré arrancarlos de ahí y me sentía como Willy cuando estaban a punto de liberarlo... nos encontramos con Natalia y su madre.
Resulta que Natalia, aquella niña de cuyo cumpleños saqué mi pollito restaurado, ahora es madre.
Natalia es madre, y su madre una recién jubilada atravesando una crisis idéntica a la de la primera señora que nos encontramos.
En los primeros compases empecé a sospechar que ya me conocía la melodía... y para cuando llegó el estribillo perdí la paciencia y la compostura.
Obligué a mi padre a comprometerse a llamarla para darle un curso personalizado sobre la vida después de la jubilación y a presentarle a la compañera de Mami para que compartiesen experiencias y ánimos mientras arrancaba a mis progenitores de aquel vórtice de vibraciones jubiletas.

Empiezo a sospechar que hay gente que va a la Cadena del Banderín Verde como otros vamos a los bares. Voy a escribirles para que pongan, al menos, una barra por planta... a ver si eso me ayuda a ejercer de hija de mis padres con incontinencia verbal .
















3 comentarios:

  1. Ja, ja! Tienes razón. Q aburrido cuando tus padres se encuentran a los conocidos x ahí. Yo tb acabo haciendo "mutis por la izquierda" oye! A ver si esta vez se me graba el comentario porque con eso de las contrasenas para poder comentar desde el IPhone, como q no me deja. n

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  2. Yuhhuuuu!!! Es q en los otros posts no pide dejar comentario. A veces el IPhone se traba con eso de las contraseñas.
    Bs.

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  3. Hay que ir de tiendas sola. Está comprobadísimo

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