jueves, 2 de julio de 2009

El oscuro secreto


Al Hombre Tranquilo le fascinan los embarazos. Ayer estuvo con unos amigos que están esperando un bebé, y se pasó toda la tarde interrogándola sobre todos los síntomas, cambios y pequeñas vicisitudes de algo que a mi me parece más aterrador que Robert de Niro en “El Cabo del Miedo”.
Cundo me lo contó por la noche, yo me quedé perpleja y un poco avergonzada de que él tenga más sensibilidad femenina que yo para esas cosas… porque lo cierto es que tengo menos instinto maternal que un gato de escayola, y que todo lo que tenga que ver con criaturas que crecen en tu interior y salen de tus entrañas me recuerda estremecedoramente a “Allien”.
Yo, que ya voy teniendo edad para dejar los bocadillos de Nocilla, siempre albergué la esperanza de que, con el tiempo, algún resorte mágico se activara en mi, y me convirtiese en una persona normal, de esas que cuando ven a un recién nacido dicen “¡qué mono!” y dan un suspirito.
Pero no, siempre que alguna de mis maravillosas amigas normales tiene a bien contribuir a aumentar las estadísticas de natalidad se produce la misma escena:
El bichillo allí, durmiendo plácidamente tras el ajetreo, (enrojecido y arrugado por estar tanto tiempo flotando en no se qué viscosidad), en su cunita rodeado por un montón de cabezas que lo observan embelesadas sin pestañear y que celebran al unísono cada aliento… y yo, procurando pasar desapercibida zampándome los bombones que le hemos traído a la orgullosa mamá. Y digo pasar desapercibida, porque sé que si el renacuajillo se despierta, todas se pelearán por cogerle en brazos, achucharlo y colmarlo de besos como si fuese un bolso de Gucci en rebajas… hasta que a alguna de mis amigas, que me quieren, y que tienen una fe incomprensible en mi ignoto espíritu maternal, tenga la feliz idea de que yo lo coja…así que me lo depositarán en los brazos, y todas volverán a suspirar al unísono, mientras yo, que no sé si apretar o soltar, rezo a Dior para que pase pronto mientras alguna me dice “¿No es la cosa más moooona que has visto nunca?”

Y no, no me parecen tan monos, ni se me humedecen los ojillos con cada pucherito… es más ME ATERRAN, algunos me parecen horriblemente molestos y, cuando me los ponen en brazos, siento que el pánico me atenaza ¿Y si lloran? ¿y si se mueven de pronto y se me caen?... eso por no hablar de cuando me baban el vestido, o cuando me vomitan. Y es que, claro, los pobres llevan tan poco tiempo en este mundo que nadie les explicó aún que no es de muy buena educación vomitar en las chaquetas de las visitas, sobre todo si son de Carolina Herrera y tienen mangas de farol.
Porque, y esto queda fatal decirlo, menos mal que las mamás los bañan todo el rato, porque los bebeses huelen un poco raro. Ésa es la verdad. Aunque les echen cantidades industriales de Tartine et Chocolat, a mi me huelen a leche cuajada.

Esos pequeños renacuajos arrugados y calvos, cuyo quehacer diario consiste en llorar, dormir, manchar pañales y padecer extraños síndromes que mantienen a sus sonámbulas madres en vilo, se convierten en el epicentro del universo. Todas las conversaciones giran a partir de ahí en torno a pezones despellejados, estrías, noches de insomnio, barrigas flácidas, puntos dolorosos en lugares que ya no volverán a ser los mismos…

Yo, que soy muy de somatizarlo todo, asisto a estos intercambios de experiencias sobre placentas, histerectomías, partos agonizantes, epidurales que no llegan y otros episodios sangrientos paralizada por el miedo… y cuando empiezo a sentir ya los dolores del parto, alguna dice:
- “Es lo mejor que me ha pasado en la vida”
Y todas asienten al unísono y suspiran embriagadas por la todopoderosa morfina de la maternidad.

P.D Menos mal que las madres de mis sobrinillos postizos ya me conocen, y son conscientes de que los niños me dan pánico, y si son muy pequeños, algo de grima. Ellas ya saben que, a mi manera, les profeso todo mi cariño… y me quieren a pesar de mi extravagante condición de mujer desnaturalizada

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