lunes, 21 de febrero de 2011

La tonta de la sala de espera

El día que repartieron la paciencia, yo había faltado a clase.

Hoy tenía cita con la foniatra. El trato con los señores de las batas blancas no es mi fuerte. Lo saben hasta los monos del Amazonas que no tienen tele ni nada.

Confío en que Eme no lea esto, porque es mi mejor amiga aunque tenga el defecto de ser médico (¡nadie es perfecto!). Yo opino que los señores de las batas blancas son seres crueles por naturaleza. Algunos gustan de andar con bisturíes, otros te hurgan en los bajos fondos y, encima, te piden que te relajes... y otros disfrazan su naturaleza sádica con especialidades aparentemente inocentes.

He de reconocer que yo ya voy a las consultas esas un poco reticente. Es como si una oveja pidiese cita para que el lobo se la merendase y, encima, le pagase una minuta ¿cómo no va a entrar con desconfianza en la cueva por
muchos muebles de diseño que tenga en la sala de espera?

Pues allí me metieron, en una sala de espera diminuta sin ventilación, ni luz natural ni nada que no fuese un bonito color en las paredes y demasiada gente abrigada para ese espacio tan reducido.
Si he de reconocer otra cosa, es que soy muy de ducha diaria. Muy.
Es una manía que me metieron en mi casa de pequeña. Cosas de familia, debe de ser, pero así lo aprendí yo, y por eso soy tan sensible a los humanos que no comparten esos mismos hábitos.

Tampoco me gusta rozarme con desconocidos (bueno, con muchos conocidos tampoco), así que el hecho de estar en la sala de espera de Pin y Pon me obliga a mantener una extraña postura muy tiesa para que no se me refrote ningún ser humano que no haya sido previamente presentado.
Es muy cansado mantener una pose hierática durante 30 minutos. Más, si el espacio huele como una guarida de leones. Nunca he estado en una, pero sí fui al circo algunas veces y recuerdo perfectamente el olor de las jaulas con los pobres primos de Simba venidos a menos allí recluídos.
Aguantar la respiración todo ese rato me deja agotadilla y se me va recalentando el cerebro.

Mi cerebro recaliente piensa muchos pensamientos, y ninguno pasa por considerar que, ya que llevo allí media hora, y han tardado 3 semanas de darme cita, puedo quedarme otro ratito de mi precioso tiempo.
Lo que piensa mi cerebro recaliente es que si nos llegan a hacer esperar el mismo tiempo en la Seguridad Social montaríamos unos pollos como para hacer de las granjas avícolas la primera industria del país.
Pienso que si esa señora de la bata blanca me va a cobrar por su tiempo, también he de hacerlo yo por el mío para ser justos. Así que si me quedo más rato allí tiesecita y conteniendo la respiración aún voy a tener que pedirle daños y perjuícios, por lo que es mejor que me vaya.

HT me ha llamado impaciente y me ha preguntado si me han dado otra cita. Por un momento he dudado sobre si me habré precipitado al salir de aquella clínica como sólo Vivienne Leigh podría haber hecho.
Por un momento me he imaginado a mí misma repitiendo los estiramientos musculares y las apneas cada semana... y creo que no.
Creo que la señora de la bata blanca ha superado con creces los 5 minutos de cortesía, y ella no ha tenido ni el detalle de disculparse por hacerme perder mi valioso tiempo.

Aún estoy planteándome mandarle mi minuta.

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