martes, 22 de febrero de 2011

La abusadora

Tengo debilidad por la gente mayor. No sé si es por mis abus, que son la cosa más mona que hay bajo las estrellas, pero los viejecillos me parecen, en general, unas pasas adorables.

Ésta fue una de esas mañanas de correcorrequetepillo, saltando de una cosa a otra como los monos en las ramas.
José Castro presentaba su colección para El Corte Inglés y, como suele ocurrir en estos casos, todo el mundo parecía desearlo, así que lo que habitualmente soluciono en un par de horas, me llevó una mañana de ceño fruncido y suspirillos desesperados.

Tantas interrupciones no podían traer nada bueno, y acabamos mareados como si hubiésemos tragado suavizante en un viaje en lavadora.
Salimos prácticamente a las tres, con un hambre que ni la ex-cantante de la Oreja de Vangogh.
Cuando ya estaba yo sentadita en el coche, salivando de impaciencia como el pobre perro de Pávlov, el cámara se dio cuenta de que se había dejado la funda del trípode sobre la pasarela.
Para ahorrar tiempo, subí por el laberinto de escaleras mecánicas del Corte Inglés con un plan tan sencillo como aparentemente eficaz: recojo la funda mientras el cámara mete los focos y bártulos variopintos en el maletero, y regresamos pitando a ASV.
La primera parte fue bien, localicé a la jefa de prensa, encontré la dichosa funda... y volví hacia el garaje deprisilla como un yonki sin chandall y sin roña... Hasta que una mano arrugadilla me detuvo aferrándose a mi abrigo de pelexo.

- Oiga señorita - me increpó- ¿Trabaja usted aquí?
- No - le respondí de la forma más amable que pude mientras trataba de librarme de su manita ganchuda- lo siento.

Los enormes anillos dorados de la pasa habían enganchado con fuerza el pelo de conejo y no parecían tener intención ninguna de soltarlo.

- No importa- se sinceró mientras me agitaba delante de la cara un trapo- Dime qué pone aquí, que yo con estas gafas no veo nada.

Ya, ya, seguro que es cosa de las gafas.
A pesar de que llevaba prisa, y tenía tanta hambre que si la pasa no hubiese tenido una pinta tan rancia el mordería una pata, cerré los ojos y pensé en mi abu.
No creo que ella sea de asaltar a nadie en los comercios, pero tampoco pondría la mano en el fuego por ella cuando anda por ahí suelta, que es muy de confraternizar con todo hijo de vecino.
... Así que cedo. Cojo el trapo que inquieta a la pasa y miro la etiqueta.

- Cuesta 60 euros, está rebajado en un 30%. No está mal.
- Ya, ya... ¿pero qué talla es?

Suspiro y escudriño de nuevo la etiqueta.

- Es una M. La mediana.

La pasa me quita el trapo y se lo pone delante.

- ¿Pero será la mía?

Suspiro. La miro.
- No lo sé. Pruébesela y así,además de saber si es su talla, verá si le queda bien.

Los ojillos de la pasa se iluminan. Y sus anillotes dorados se aferran a mi brazo y empiezan a tirar de ellos hacia el probador.

- ¡Ah! ¡si! Así ya me dices si me queda bien en el vientre.

¿El vientre? ¡Puagh! ¿Se la va a comer?

- No puedo, lo siento- La pasa tiene una fuerza increíble para tener mil años y medir metro y medio justito - De verdad que tengo mucha prisa.
- Pero si tardo un minuto. - imploraron los ojillos tras los cristales de las gafas.
- Oiga, me están esperando - agobiada, trato de soltar la manita apergaminada de mi brazo, pero la pasa no cede - Pídaselo a una de las dependientas, seguro que ella sabrá mejor que yo qué talla le va bien.
- Noooo, que ellas seguro que me quieren vender algo.

¡Ohhhh! ¡qué raroooo! una dependienta que quiere venderte algo en una tienda ¡qué desfachatez! - pienso yo sin dejar de forcejear para liberarme de la mano opresora.

- ¡Pero si tú seguro que no tienes prisa! -insiste

Aquí la pasa acaba con mi paciencia ¿por qué los viejos siempre piensan que no tenemos prisa? ¡si son ellos los que están jubilados!
Agarro la mano de la mujer e intento zafarme de ese gancho más propio de un campeón de lucha libre que de una contemporánea de Tutankamon.

-¿Algún problema?

Levanto la vista en dirección a la voz y mis ojos se topan con la mirada reprobadora del segurata del Corte Inglés.

¡Maldita pasa! Creo que el segurata no me ha creído y aún seguirá pensando que estaba abusando a de una vieja para robarle una camiseta de rebajas.

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