viernes, 11 de diciembre de 2009

Difuntos retroactivos

Aquí donde yo vivo (o sobrevivo, según se mire), a eso de Halloween se le llama Samaín. Al parecer, también viene de la manía esa de los Celtas de andar mentando a los espíritus.
Este año nos saltamos la alegre tradición de hacer una cena con posteriores copazos el día de Samaín… así que nos limitamos a los hábitos etílicos disfrazadas de diablesas. Disfrazada es mucho decir, que no había preparado nada y me apañé con un vestido rojo de esos que no dejan nada a la imaginación y unos cuernecitos que me trajo Protocolo Venezuela.
Que el arreglo de última hora tuvo el efecto deseado no hay ni que decirlo. Me hubiese venido bien uno de esos repelentes de insectos. Pero como está claro que yo me lo había buscado, toreé a los pulpos con gracia y salero y acabé la noche rendida a los encantos del honorable deporte del baloncesto.
Hasta aquí, nada nuevo. La cosa está en que, en medio de la noche de Difuntos, va, y se me aparece el mío propio. Pensé que se trataba de una simple presencia producto de la magia de Samaín y como soy más de llevar perfume en el bolso que agua bendita, no hice nada para repelerlo.
Lo que no sabía yo, es que eso de la resurrección de los muertos viene con efecto retroactivo. Como si lo encargas por Internet, pero sin necesidad de quemar más la tarjeta.
Que el Difunto es feo lo saben hasta los monos del Amazonas. Es feo y encima antipático cuando se lo propone (que es con cierta frecuencia). Además está gordo. No es que tenga algún michelín por ahí suelto… es que él es la reencarnación del dichoso muñeco de los neumáticos… pero tiene un nosequéquequéseyo de esos de volverte loca… así que cuando el otro día lo ví entrar en el local en el que estaba con mis amigas, la música se paró y todo empezó a girar a cámara lenta. No es que yo sea una mujercita victoriana precisamente… pero es que es verlo en toda su inmensidad, y se me suben los colores y me salen corazoncitos de la cabeza como a la Gata Loca cuando veía al ratón. Igual.
Me pongo tontorrona y ronroneo.

Total, que los astros debieron de alinearse, y allí estábamos los dos, rememorando tiempos pretéritos mientras mis amigas me miraban con los ojos como platillos volantes.
Llegó la hora de cierre y con ella la de las decisiones. Protocolo vino a interesarse por mis intenciones y tuve la sensación de que el Difunto quería volverse a la tumba sin recordar las alegrías terrenales. Me empujó suavemente hacia mis amigas y me dijo al oído:
- Sigues siendo demasiado guapa y eso no nos conviene a ninguno de los dos.

Yo es que soy algo tonta, eso también lo saben los monos del Amazonas, pero esas cosas me gustan y hacen que me suba un calambre desde la punta de mis stilettos hasta el flequillo.
Cambié de local con el corazón bombeándome a tal velocidad que me temo que se me haya quedado la sangre centrifugada. Para distraerme dejé que un chulito de camisa blanca extendiese ante mí sus plumas de pavo real. La verdad es que la criatura estaba tan buena que se crujía… pero yo seguía anclada en el momento Poltergeist.
En eso, me llega un mensaje de la ultratumba anunciándome que una botella de champagne estaba enfriándose en la nevera. Estrellitas en mis ojos y el chulito que me dice que se va a por el coche para llevarme a otra discoteca. Más mensajitos de quinceañeros y la camisa blanca del chulito sale por la puerta a cumplir su amenaza.
Las niñas, que me quieren y por eso no aprecian demasiado al Difunto, ven la cara de heroína de Emilie Brontë que se me está poniendo y renuncian a sus opiniones sobre el orondo objeto de mis amores animándome a que recoja mi trench y salga a por un taxi.
…y el chulito en la puerta con un BMW todoterreno que, digo yo, le habrá cogido a su padre. Se baja, me abre la puerta y me invita a subir.
Protocolo ve mi duda:
- Ni se te ocurra
- Es que ir ahora a por un taxi me da pereza
Protocolo es muy amable habitualmente, pero hizo una excepción mirándome con cara de loca:
- Oye… con toda la lata que nos has dado con el Difunto, como te subas a ese coche te bajo de los pelos.
No me gusta que amenacen mi peinado y, además, Protocolo me agarró del brazo y me sacó de allí en un pispás.
Hacía exactamente un año que no iba a casa del Difunto, así que tuve que pedirle que me recordara su portal: entrada principal, el primero a la derecha.
Vale. Fácil. He estado allí millones de veces, así que llego, respiro y pulso el telefonillo.
-Piiiiii
(nada)
(me coloco el pelo)
-Piiii
(nada)
(miro el portal)
-Piiii
Cruich, cruich…(alguien descuelga)
- ¿quién es?
¡Uy! ¡qué malos modos!... por mucha ultratumba en la que estuviese el Difunto no me suena su voz. Me disculpo suave.
-Perdón. Creo que me he confundido
- ¿Perdón? ¡son las 5 de la madrugada!
- Me hago cargo, disculpe.
Como me había tomado unos cuantos bacardilimonconcola no me dio tanto corte como debería, y me quedé un poco perpleja allí parada, en medio de la noche, oyendo los gritos del señor al que desperté y sin saber a qué inframundo había volado mi Difunto.
En eso caigo ¡Derecha! … se ve que me perdí algún capítulo de Barrio Sésamo.
Rectifico la dirección y subo, al fin, a su casa. Muebles nuevos, dos copas de champagne sobre la mesa… y el Difunto abriéndome la puerta en pijama.
Yo creo que debo de tener algún desorden mental sin diagnosticar. A veces me preocupo. Encontrar atractivo a un tipo que parece un muñeco de nieve en pijama… ¡en fin!
Con felpa y todo, aquello era como un sueño maravilloso, los dos relajados, entre risas y burbujitas… él tan tierno, yo tan tonta…
Me coge de la mano y me lleva hasta su habitación. Cama nueva, pero la misma pasión de siempre… De pronto ¡Plam! Perdemos el equilibrio y acabamos en el suelo. Todo ese cuerpo serrano se me viene encima y me deja sin respiración. Al intentar incorporarse golpea la estantería que tiene delante y ¡Uahhhh! El equipo de música me cae en la cabeza. Me llevo la mano al sitio donde me ha golpeado y ¡plap! Un libro en la cocorota ¡No puede ser! Levanto la vista y veo un millón de libros que llueven sobre mi ¡plas! ¡ay! ¡plas! ¡uh!...
De pronto, la tormenta literaria cesa. Allí tirada, magullada y dolorida, pienso que es una señal del cielo. No se debe resucitar a los muertos.

2 comentarios:

  1. Un aviso muy claro sí que fue... A mí me llegan avisos, no tan claros, pero a veces me hago la loca...
    Bs.
    Sonia

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  2. Mi experiencia personal, es que eso de resucitar a los muertos hay que dejárselo a Iker Jiménez.

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