Desapruebo cualquier cosa que me impida campar a mis anchas por tiendas o bares, por lo que las huelgas me parecen una pesadez... con independencia de que pienso que no sirven de nada excepto para que los sindicatos y los políticos tengan otra ocasión de demostrar su falta de sentido común en los informativos.
Como ya había asumido que hoy para trabajar tendría que convertir mi casa en una suerte de taller clandestino unipersonal, me pareció una excelente idea ir a tomar algo con Alegre Kitty y La Mítica. Ingenuamente habían planeado pedirse unas cañas y retirarse a las 12, en plan cenicientas proletarias... pero yo insistí en picar unos chipironcitos para ayudar a asumir las copas que era obvio que vendrían después. Y menos mal.
Nunca he entendido por qué la gente se empeña en sudar a chorretones en el gimnasio cuando podrían buscarse unas amigas que te hacen reír hasta que no te queda ningún abdominal sin ejercitar. Es mucho más divertido y bastante menos deshonroso.
Tanto nos reímos que pasaron los piquetes y nosotras estábamos aún dentro de una vinoteca tratando de no caernos de las sillas por las carcajadas. Fue entonces cuando nos acordamos de lo de la huelga y decidimos salir a ver cómo estaba de animado aquello... pero sólo encontramos dos docenas de niñatos agitando banderas como si fuesen a un koljós y hubiesen aparecido en el desfile del cuatro de Julio.
Nosotros salíamos de la vinoteca, y como estábamos muertas de risa no entendimos muy bien qué farfullaba repetidamente el post-adolescente del megáfono, así que Alegre Kitty se acercó a él y le preguntó educadamente:
- ¿Qué dices? ¿Que tenemos que hacer qué?
Según mi experiencia personal la gente de las procesiones tiene graves problemas de tránsito intestinal. Deberían hacerle caso a José Coronado y tomar alguno de esos yogures, a ver si les mejora la regularidad y el sentido del humor.
Como vimos que no agradecían nuestro interés, decidimos continuar de copas.
El problema fue que aquellos aprendices de bolcheviques habían dejado cerrados todos los bares a su paso, igualito que la peste en el siglo XIV.
Fuimos a un local que nos dijeron que estaría abierto y, aunque estaba lleno de gente, el tío de la puerta intentó fingir que estaban cerrando.
- ¿Cómo no nos vas a dejar entrar?- le dije señalando a mis amigas - ¿no ves que es La Mítica?
- Y ella te dejará un enorme hueco cuando se vaya- apostilló La Mítica señalándome
- Pues yo soy la fácil- añadió Alegre Kitty con una sonrisa
Y nos dejaron pasar, claro.
Lo que pasó fue que al camarero se le subió a la cabeza la canción de los Secretos y se puso chulo porque creyó estar detrás de la barra del único bar que vimos abierto... así que fuimos a recoger el coche para irnos al centro.
De camino al parking pasamos por la comisaría y vimos a varios policías aburridos, y como somos la mar de majas les hicimos señas para que saliesen. Alegre Kitty estaba en racha:
- Oye, venimos de la zona vieja y los piquetes han cerrado todos los bares- se quejó al amable agente que salió a ver qué queríamos
- Imagino, pero no podemos hacer nada - se excusó él
- Ya... pero ahí dentro ¿no tendrás una maquinita de esas de moneditas?
- Nooo
- Pues queremos tomar algo y está todo cerrado. Venimos de Asturias ¿Seguro que no tenéis ahí una de esas maquinitas de moneditas?
- Que no, seguro
Alegre Kitty lo miró de arriba a abajo
- Cueeeerpo nacional de policía... ¿tenéis porra?
- Dos - Hay que reconocer que el tipo tenía paciencia
- ¿y ahí dentro no tendréis una habitacioncita?
- ¿Una habitación? No
- ¿Cómo que no? ¿Y si detenéis a alguien a dónde lo lleváis?
- Al calabozo
- ¿Hace frío en el calabozo?
El policía se encogió de hombros
- Creo que no
Alegre Kitty juntó las manos y se las tendió
- ¡¡Espósame entonces!!
La Mítica y yo no podíamos parar de reír, pero ella aún no había dado por concluida la conversación. Miró el coche patrulla que estaba aparcado frente a la comisaría.
- Mmm... Un citroën... eso tiene pinta de tener una neverita
- Que nooo
- ¿Y no tenéis en la comisaría una de esas maquinitas de moneditas?
- ¿Otra vez? ¡que no!!
- ¡Es que tenemos sed!!
Ahí nos la llevamos, porque empezábamos a vernos comprobando con ella si en el calabozo hacía frío.
Subimos al coche de La Mítica y volvimos a pasar por la comisaría... y allí estaba el amable agente con sus pacientes compañeros. Alegre Kitty bajó la ventanilla.
- ¡¡Ehhh!! ¿Sería tan amable de indicarnos dónde podemos encontrar algún bar que esté abierto?
El policía se acercó y le indicó el cruce que teníamos delante
-¿Veis esa rotonda?
- Si
-Pues la cogéis a la derecha y como a 50 kilómetros está Otra Ciudad.
Mítica aceleró rumbo al centro a pesar de las protestas de Alegre Kitty, y encontramos abierto el típico bar con paredes negras y lámparas de cristales.
Tomamos la última y al salir, mi inspirada amiga decidió quejarse porque no tenían la cerveza que a ella le gusta. El camarero se disculpó.
- No le protestes a él- le dije señalándole al propietario del pub- discútelo con él, que es el jefe
El dueño del bar se acercó más hinchado que un pavo
- ¿Qué se os ofrece?
- ¿Tú eres el jefe? - le preguntó Alegre Kitty observándolo
- Psiii... algo así- sonrió él henchido de satisfacción
Ella lo miró de pies a cabeza
- Pues ahora ya me gustas más
Nos la llevamos de vuelta al coche mientras ella seguía diciéndole que tuviese allí su cerveza:
- ¡Compra un pack de seis!- le gritó
Estoy por ir hasta allí un día para ver si hizo caso de su sugerencia.
Que Dior me coja confesada
miércoles, 14 de noviembre de 2012
viernes, 5 de octubre de 2012
Esplendor sobre el cemento
Pequeña Gran Jefa me sorprendió el otro día proponiéndome que la acompañase al mercadillo. Aunque la ceja derecha se me arqueó contestona acepté sin rechistar porque siempre me río mucho con ella y además dicen que es bueno probar cosas nuevas.
¡Ja!
Nunca te fíes de las cosas que se dicen por ahí de manera anónima. De ser cierto, seguro que los de la Universidad de Massachussets hubiesen hecho algún estudio para que Danone nos acabase vendiendo algo.
Hasta los monos del Amazonas saben que los mercadillos me dan un poco de repelús por aquello de la higiene y tal. Además, yo soy muy de mis comodidades y en las tiendas me siento como en casa.
Mi única experiencia al respecto se limita a los que visito cuando viajo, pero nunca me he atrevido a comprarme nada porque no me gustan las cosas que estén bajo sospecha de haber sido toqueteadas por alguien ajeno a mi. Tampoco las personas, para ser francos.
No es que sea una gran experta, eso está claro, pero yo ya sospechaba que en ASV no hay mercadillos trendy como Old Spitafields, ni que queden bonitos para las fotos como el de las Pulgas o el Mercato Nuovo, y esa mañana se hicieron realidad mis peores sospechas.
En ASV no hay un bonito mercadillo en la zona antigua con piezas vintage y artesanía... No: Hay una explanada en la que podría aterrizar la nave de encuentros en la tercera fase llena de puestos regentados por los protagonistas de callejeros cuando se endomingan.
Porque mira que se curran los estilismos, que yo he visto edificios con menos cemento que el que hace falta para sostener algunos de los intrincados peinados que allí se exhiben.
El mercadillo tiene un código de vestuario más estricto que el de la Gala de entrega de los Nobel. Distinto, sí, pero al milímetro.
Por lo visto es de rigor la yuxtaposición de marcas tales como Dolche y Guanche, Toni Hilfinge o Armami. Cuanto más grandes los logos, mejor.
Tampoco se puede obviar el tamaño de las prendas: aquí menos es más. Hablo de la cantidad de tela, claro. No importa que la cazadora de polipiel les corte la respiración o que el largo de la falda permita hacer un estudio sobre la incidencia de la depilación brasileña en la población.
Yo esto del apretaíllo lo veo muy cómodo, porque en caso de que se hagan un corte que sangre mucho ya se ahorran lo de hacerse un torniquete.
La verdad es que allí no había nada de lo que yo había imaginado, pero había un montón de cosas que ni siquiera podría imaginar.
Prendas de colores tan estridentes que no haría falta el chaleco reflectante si un día se te queda parado el coche y tienes que bajarte del coche. Muy práctico, oye.
Bolsos de todos los tamaños y formas del perrillo que siempre va con prisa, medias por 4 euros como para pasarte el invierno sin poner una lavadora ... aunque nadie te garantiza que esos tejidos radioactivos no te vayan a necrosar las piernas.
Y en medio de todo aquello, el tesoro de Ali Babá: un puesto de bisutería de tan buen gusto que resultaba tan chocante como ver a Grace Kelly descargando pescado en un puerto. Pequeña Gran Jefa preguntó por unos pendientes en oro mate a la responsable de todo aquel brillerío y ella negó con la cabeza.
- Yo se los vendo encantada, pero lo que se lleva ahora es el oro brillante como éste que sacó Chopard en la alfombra roja de los globos de oro- dijo mostrando unos pendientes labrados- o estos que son como los de Bulgari.
Creo que me di cuenta de lo abierta que tenía la boca cuando la barbilla me rozó el suelo al oír los argumentos de aquella gitana en mitad de todo aquel "venga que me lo sacan de las manos" y "que lo tengo regalado".
- La señora tiene razón - le dije a Pequeña Gran Jefa- el oro mate está completamente demodé.
- Lo que le pasa a ella es que aún no se ve con el oro brillante, a pesar de que es tendencia desde hace dos temporadas... Ya me lo vendrá a pedir cuando se lo vea a otras.
Casi le hago una reverencia a aquella mujer y a su lógica aplastante... En parte por lo acertado de sus razonamientos, y en parte porque la jefa me empujó literalmente a comprarle una bangle esmaltada muy bonita (sobre oro brillante, claro) y por poco me dejo los dientes en el asfalto.
Dejamos aquel pozo de sabiduría y comenzamos nuestro camino de regreso cuando una voz estridente nos sobresaltó:
- ¡La de la que sabe se aprovecha, niña! La faja que lleva Beyoncé en su última gira.
Una mujer oronda blandía unos pantalones reductores en color carne junto a una foto de la cantante con la falda al vuelo.
Me alegré horrores de no ser famosa para que mi culo no formase parte de la inspiración de todas aquellas señoras cuando se compran una bragafaja.
¡Ja!
Nunca te fíes de las cosas que se dicen por ahí de manera anónima. De ser cierto, seguro que los de la Universidad de Massachussets hubiesen hecho algún estudio para que Danone nos acabase vendiendo algo.
Hasta los monos del Amazonas saben que los mercadillos me dan un poco de repelús por aquello de la higiene y tal. Además, yo soy muy de mis comodidades y en las tiendas me siento como en casa.
Mi única experiencia al respecto se limita a los que visito cuando viajo, pero nunca me he atrevido a comprarme nada porque no me gustan las cosas que estén bajo sospecha de haber sido toqueteadas por alguien ajeno a mi. Tampoco las personas, para ser francos.
No es que sea una gran experta, eso está claro, pero yo ya sospechaba que en ASV no hay mercadillos trendy como Old Spitafields, ni que queden bonitos para las fotos como el de las Pulgas o el Mercato Nuovo, y esa mañana se hicieron realidad mis peores sospechas.
En ASV no hay un bonito mercadillo en la zona antigua con piezas vintage y artesanía... No: Hay una explanada en la que podría aterrizar la nave de encuentros en la tercera fase llena de puestos regentados por los protagonistas de callejeros cuando se endomingan.
Porque mira que se curran los estilismos, que yo he visto edificios con menos cemento que el que hace falta para sostener algunos de los intrincados peinados que allí se exhiben.
El mercadillo tiene un código de vestuario más estricto que el de la Gala de entrega de los Nobel. Distinto, sí, pero al milímetro.
Por lo visto es de rigor la yuxtaposición de marcas tales como Dolche y Guanche, Toni Hilfinge o Armami. Cuanto más grandes los logos, mejor.
Tampoco se puede obviar el tamaño de las prendas: aquí menos es más. Hablo de la cantidad de tela, claro. No importa que la cazadora de polipiel les corte la respiración o que el largo de la falda permita hacer un estudio sobre la incidencia de la depilación brasileña en la población.
Yo esto del apretaíllo lo veo muy cómodo, porque en caso de que se hagan un corte que sangre mucho ya se ahorran lo de hacerse un torniquete.
La verdad es que allí no había nada de lo que yo había imaginado, pero había un montón de cosas que ni siquiera podría imaginar.
Prendas de colores tan estridentes que no haría falta el chaleco reflectante si un día se te queda parado el coche y tienes que bajarte del coche. Muy práctico, oye.
Bolsos de todos los tamaños y formas del perrillo que siempre va con prisa, medias por 4 euros como para pasarte el invierno sin poner una lavadora ... aunque nadie te garantiza que esos tejidos radioactivos no te vayan a necrosar las piernas.
Y en medio de todo aquello, el tesoro de Ali Babá: un puesto de bisutería de tan buen gusto que resultaba tan chocante como ver a Grace Kelly descargando pescado en un puerto. Pequeña Gran Jefa preguntó por unos pendientes en oro mate a la responsable de todo aquel brillerío y ella negó con la cabeza.
- Yo se los vendo encantada, pero lo que se lleva ahora es el oro brillante como éste que sacó Chopard en la alfombra roja de los globos de oro- dijo mostrando unos pendientes labrados- o estos que son como los de Bulgari.
Creo que me di cuenta de lo abierta que tenía la boca cuando la barbilla me rozó el suelo al oír los argumentos de aquella gitana en mitad de todo aquel "venga que me lo sacan de las manos" y "que lo tengo regalado".
- La señora tiene razón - le dije a Pequeña Gran Jefa- el oro mate está completamente demodé.
- Lo que le pasa a ella es que aún no se ve con el oro brillante, a pesar de que es tendencia desde hace dos temporadas... Ya me lo vendrá a pedir cuando se lo vea a otras.
Casi le hago una reverencia a aquella mujer y a su lógica aplastante... En parte por lo acertado de sus razonamientos, y en parte porque la jefa me empujó literalmente a comprarle una bangle esmaltada muy bonita (sobre oro brillante, claro) y por poco me dejo los dientes en el asfalto.
Dejamos aquel pozo de sabiduría y comenzamos nuestro camino de regreso cuando una voz estridente nos sobresaltó:
- ¡La de la que sabe se aprovecha, niña! La faja que lleva Beyoncé en su última gira.
Una mujer oronda blandía unos pantalones reductores en color carne junto a una foto de la cantante con la falda al vuelo.
Me alegré horrores de no ser famosa para que mi culo no formase parte de la inspiración de todas aquellas señoras cuando se compran una bragafaja.
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martes, 2 de octubre de 2012
El único retorno molón es el del Jedi
Telepolvo se piensa que soy su chica Boomerang. Cada vez que rompe con alguna novia le saca brillo a su dialéctica de conquistador e intenta que me trague alguno de sus cuentos chinos para niñas del japón. Digo yo que éste ha debido de ver muchas películas de esas que ponen en Antena 3 después de comer.
Así llevamos muchos años: él insiste, yo le digo que no. Él finge que le importa y yo finjo que me lo creo.
Luego él acaba conociendo a alguna chica, sale con ella dos años y luego volvemos a empezar. Y tan amigos.
El otro día fuimos a ver Madame Butterfly porque él es eso a lo que llaman "un gran melómano" (aunque a mi me suena a insulto de los gordos) y se recorre toda Europa en plan groupie de la ópera.
Yo no debo de ser una persona nada sofisticada, porque a mi eso me parece tan cansado y tonto como los que van siguiendo a David Bisbal. Vale que en el descanso de las óperas te ponen cava... pero yo siempre encuentro cosas mejores en las que emplear mi tiempo antes que en coger 6 aviones en 4 días para ver 3 representaciones en 3 países diferentes.
Esta vez no estaba Ryanair de por medio y yo me apunto a casi cualquier cosa que me permita ponerme unas sandalias con plumas, así que le cedí la tarde del domingo al drama ajeno.
Lo más guay de estas cosas es que entramos por la entrada de artistas, que me va al pelo porque me permite fisgar y decirles a todos los que van pintarrajeados "mucha mierda" como si yo supiese quién es éste o aquél. Como se despisten un día me cuelo en el escenario, que a mi esto de husmear un día me va a traer un disgusto.
Las óperas son más largas que la niñez de Heidi. Como me las dejasen a mí les metía una tijera que se iba a reír De Guindos: sólo dejaba las arias bonitas y lo que viene siendo el nudo y desenlace de toda la vida. Ni introducción ni paparruchas.
Puede que influya que a mí los únicos dramas que me van son los míos propios, y por eso al ver a aquella mujer sufriendo tanto porque un marido al que a penas conocía se va a América y la deja 3 años sin mandarle un mísero guasap ni nada, sólo me da ganas de bajar al escenario y darle una colleja. Que yo puedo entender que en aquella época no había "Hay una cosa que te quiero decir" para que el hijo emulase a Marco... pero yo no le veo la lógica a que, cuando él vuelve, casado con otra, y descubre que es padre se le ocurra que lo mejor es llevárselo para que lo cuide la americana sacándoselo a su legítima madre. Y ni pensión de alimentos ni adjudicación de vivienda habitual ni nada.
Ella no se va a buscar un abogado, ni lo mata y asesina... sino que decide suicidarse para evitar que el hijo tenga que mandarle muchas cartas desde los Estados Unidos que le son muy caros los sellos.
Total, que una vez que vi que aquella mujer lo que tenía era una anuptafobia que no la iba a llevar por buen camino, también me di cuenta que había otra persona que debía de estar tan aburrida como yo: el tipo de los platillos.
Me dio mucha pena. Mientras el resto de la orquesta tocaban los violines o instrumentos serios, él tenía que estar arrepintiéndose muchísimo del día en que escogió su trabajo.
Imagino la bronca que le echaría su madre por no haber buscado otro instrumento que le luciese más en las comidas familiares... porque no es lo mismo chulear delante de las amigas de que tu hijo es pianista, que puedes obligarlo a que toque en la boda de una prima segunda. Eso no lo puedes hacer si toca los platillos:
- Fulanita ¿aceptas a Menganito por tu legítimo esposo?
(y el primo de los platillos: Chaaaaan)
- Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre
(Tachaaaaaan!)
Fijo que el cura se mosquea.
A lo que iba, que me disperso: que me dio mucha lástima verlo allí sin nada que hacer. El pobre se había puesto todo elegante para nada, porque además al estar en el foso tampoco le lucía el traje nada.
A lo mejor era un vago, pero incluso así me pareció terrible tener que estar allí todas esas horas oyendo la misma ópera en bucle día tras día.
Total, que al fin se suicidó la Madame Butterfly y nosotros pudimos irnos a cenar.
Como eran las mil, acabamos en uno de los restaurantes a los que va todo el mundo al salir de la ópera... y aparecieron los de la orquesta. El chico de los platillos estaba aún más guapo de sport.
Mientras Telepolvo comentaba cosas sesudas con el director artístico, yo ronroneé como una gatita hasta que se acercó.
Le ofrecí la más radiante de mis sonrisas y mentí como una bellaca acerca de lo que me había gustado. A pesar de no tener buen ojo para escoger los trabajos era encantador.
Telepolvo nos interrumpió: teníamos que irnos.
- ¡Ah!... has venido con tu novio...- dijo él
- Noooooo ¡Sólo somos amigos! - sólo me faltó decirle que no había visto a aquel fulano en mi vida.
- Pues si quieres venir a otra representación puedo conseguirte entradas.
- Ya... gracias, pero no soy muy de repetir.
- Bueno, pero puedes venir cuando cambiemos de obra... - aclaró él bastante ojiplático.
- En realidad al que le gusta la música clásica es a mi amigo. Yo soy indie de toda la vida.
- Pues vamos a ver un concierto de un grupo que te guste a ti, si prefieres
- Es que me tengo que ir, que mañana es lunes.
Y me fui dejándole con la boca más abierta que uno de aquellos platillos.
Telepolvo estuvo callado hasta que llegamos al coche:
- Oye, sabes que estaba intentando pedirte el teléfono para quedar otro día ¿no?- preguntó al cabo de un rato
- ¡claro!
- ¿Y por qué no se lo has dado?- quiso saber.
- Toca los platillos ¡Imagínate que se trae el trabajo a casa!
Así llevamos muchos años: él insiste, yo le digo que no. Él finge que le importa y yo finjo que me lo creo.
Luego él acaba conociendo a alguna chica, sale con ella dos años y luego volvemos a empezar. Y tan amigos.
El otro día fuimos a ver Madame Butterfly porque él es eso a lo que llaman "un gran melómano" (aunque a mi me suena a insulto de los gordos) y se recorre toda Europa en plan groupie de la ópera.
Yo no debo de ser una persona nada sofisticada, porque a mi eso me parece tan cansado y tonto como los que van siguiendo a David Bisbal. Vale que en el descanso de las óperas te ponen cava... pero yo siempre encuentro cosas mejores en las que emplear mi tiempo antes que en coger 6 aviones en 4 días para ver 3 representaciones en 3 países diferentes.
Esta vez no estaba Ryanair de por medio y yo me apunto a casi cualquier cosa que me permita ponerme unas sandalias con plumas, así que le cedí la tarde del domingo al drama ajeno.
Lo más guay de estas cosas es que entramos por la entrada de artistas, que me va al pelo porque me permite fisgar y decirles a todos los que van pintarrajeados "mucha mierda" como si yo supiese quién es éste o aquél. Como se despisten un día me cuelo en el escenario, que a mi esto de husmear un día me va a traer un disgusto.
Las óperas son más largas que la niñez de Heidi. Como me las dejasen a mí les metía una tijera que se iba a reír De Guindos: sólo dejaba las arias bonitas y lo que viene siendo el nudo y desenlace de toda la vida. Ni introducción ni paparruchas.
Puede que influya que a mí los únicos dramas que me van son los míos propios, y por eso al ver a aquella mujer sufriendo tanto porque un marido al que a penas conocía se va a América y la deja 3 años sin mandarle un mísero guasap ni nada, sólo me da ganas de bajar al escenario y darle una colleja. Que yo puedo entender que en aquella época no había "Hay una cosa que te quiero decir" para que el hijo emulase a Marco... pero yo no le veo la lógica a que, cuando él vuelve, casado con otra, y descubre que es padre se le ocurra que lo mejor es llevárselo para que lo cuide la americana sacándoselo a su legítima madre. Y ni pensión de alimentos ni adjudicación de vivienda habitual ni nada.
Ella no se va a buscar un abogado, ni lo mata y asesina... sino que decide suicidarse para evitar que el hijo tenga que mandarle muchas cartas desde los Estados Unidos que le son muy caros los sellos.
Total, que una vez que vi que aquella mujer lo que tenía era una anuptafobia que no la iba a llevar por buen camino, también me di cuenta que había otra persona que debía de estar tan aburrida como yo: el tipo de los platillos.
Me dio mucha pena. Mientras el resto de la orquesta tocaban los violines o instrumentos serios, él tenía que estar arrepintiéndose muchísimo del día en que escogió su trabajo.
Imagino la bronca que le echaría su madre por no haber buscado otro instrumento que le luciese más en las comidas familiares... porque no es lo mismo chulear delante de las amigas de que tu hijo es pianista, que puedes obligarlo a que toque en la boda de una prima segunda. Eso no lo puedes hacer si toca los platillos:
- Fulanita ¿aceptas a Menganito por tu legítimo esposo?
(y el primo de los platillos: Chaaaaan)
- Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre
(Tachaaaaaan!)
Fijo que el cura se mosquea.
A lo que iba, que me disperso: que me dio mucha lástima verlo allí sin nada que hacer. El pobre se había puesto todo elegante para nada, porque además al estar en el foso tampoco le lucía el traje nada.
A lo mejor era un vago, pero incluso así me pareció terrible tener que estar allí todas esas horas oyendo la misma ópera en bucle día tras día.
Total, que al fin se suicidó la Madame Butterfly y nosotros pudimos irnos a cenar.
Como eran las mil, acabamos en uno de los restaurantes a los que va todo el mundo al salir de la ópera... y aparecieron los de la orquesta. El chico de los platillos estaba aún más guapo de sport.
Mientras Telepolvo comentaba cosas sesudas con el director artístico, yo ronroneé como una gatita hasta que se acercó.
Le ofrecí la más radiante de mis sonrisas y mentí como una bellaca acerca de lo que me había gustado. A pesar de no tener buen ojo para escoger los trabajos era encantador.
Telepolvo nos interrumpió: teníamos que irnos.
- ¡Ah!... has venido con tu novio...- dijo él
- Noooooo ¡Sólo somos amigos! - sólo me faltó decirle que no había visto a aquel fulano en mi vida.
- Pues si quieres venir a otra representación puedo conseguirte entradas.
- Ya... gracias, pero no soy muy de repetir.
- Bueno, pero puedes venir cuando cambiemos de obra... - aclaró él bastante ojiplático.
- En realidad al que le gusta la música clásica es a mi amigo. Yo soy indie de toda la vida.
- Pues vamos a ver un concierto de un grupo que te guste a ti, si prefieres
- Es que me tengo que ir, que mañana es lunes.
Y me fui dejándole con la boca más abierta que uno de aquellos platillos.
Telepolvo estuvo callado hasta que llegamos al coche:
- Oye, sabes que estaba intentando pedirte el teléfono para quedar otro día ¿no?- preguntó al cabo de un rato
- ¡claro!
- ¿Y por qué no se lo has dado?- quiso saber.
- Toca los platillos ¡Imagínate que se trae el trabajo a casa!
viernes, 28 de septiembre de 2012
Nunca vayas de compras con tus padres
Realmente es un fastidio no tener los superpoderes de Spiderman, porque los inconvenientes ya me vienen de serie. Mi familia es como una tela de araña: te enredan, te enganchan y sin saber cómo te quedas ahí pegado en sus bonitos y confortables hilos brillantes.
Tengo que tener mucho cuidado en dosificar mis visitas, porque si por Viejo Pachanga fuese yo viviría debajo de su alita, y no sola en plan Juan Palomo, que es lo que dicta la lógica de la buenas relaciones familiares.
Al pobre Pachanga se le junta el síndrome de Nido Vacío que debería haber tenido mi Mami de Toda la Vida, y la extendida idea de que sólo una vez que estás casado y/o tienes hijos "tienes tu vida".
Yo no me había dado cuenta de que estaba muerta, vaya... para mi que no sólo respiro, sino que me late el corazoncillo bastante fuerte y tengo actividad suficiente como para llenarle dos veces la agenda a cualquier ministro... Pero no... Viejo Pachanga insiste en que debería volver al nido paterno "hasta que tenga mi vida". Cualquier día me da un susto la Anne Germain intentando contactar con mi espíritu.
Eso de no tener vida implica que de vez en cuando tocan recados en plan familiaunidajamásserávencida. Viejo Pachanga se aburre de tiendas más que Penélope Cruz en una biblioteca, pero se siente marginado si no lo llevamos. Hemos intentado convencerle de que es mejor para la paz mundial que no venga... pero da mucha penilla cuando nos pone esa cara de "claro, como sólo he tenido hijas, hacéis una conspiración mujeril contra mí"... y acabamos picando.
En esta ocasión estaba particularmente animado porque íbamos a comprar cosas de bebeses y él enseguida se puso los galones de abuelo para anunciar triunfal:
- Ah, muy bien. De eso yo también puedo opinar.
Ja.
Pobre.
Sólo había que comprar un regalito para el nieto de uno de sus amigos. Un puro trámite, porque de lo que se trata es de fingir que escoges algo en La Cadena del Banderín Verde para que te den un ticket de regalo y ellos puedan cambiarlo con total tranquilidad y en el más absoluto anonimato.
Pero Viejo Pachanga se emocionó tanto con su recién adquirido estatus de experto en nietos que nos tuvo infinitas horas desentrañando los misterios de los docemil tipos de antivuelcos para cunitas con sus millones de posibilidades de funciones, diseños, materiales, texturas y colores.
Cada vez que voy a una de esas tiendas me pregunto qué azar milagroso hizo que yo sobreviviera a todos los peligros que acechan a los bebeses sin que se hubiesen inventado todos esos artilugios. No sé cómo puedo desenvolverme en este mundo cruel ¡y hasta leer y escribir! sin que mi ignorante madre pusiese en práctica los actuales métodos de motivación y estimulación.
Puro churro, supongo.
Cuando, al fin, terminó una comparativa digna del Instituto de Consumo y escogimos un modelo que tenía un osito y un cachivache que graba la voz de la emocionada madre para que, presuntamente, el bebé concilie mejor el sueño... se lo enseñamos al pobre Viejo Pachanga, que estaba al borde de la catalepsia.
Él fingió opinar, y nosotras fingimos que lo teníamos en cuenta. Todos felices.
No habíamos ni abandonado el departamento de niños cuando Mami se encontró a una compañera de trabajo. Lo que pensé que era un cortés saludo se transformó en un debate sobre las ventajas e inconvenientes de la jubilación. Hay tantos argumentos a favor y en contra que tuve tiempo de subir dos plantas, probarme 3 vestidos en French Connection y volver a bajar sin que ellos dieran por terminado el simposium.
Luego se encontraron a unos amigos con los que hacen senderismo. Con ellos abordaron el apasionante tema del futuro. Ojalá fuese en plan Aramis Fuster, que al menos le miras al pelo y te echas unas risas, pero no. Ellos hablaban de lo negro que tenemos el futuro "esta generación" mientras me señalaban como si fuese de cartón piedra. Y no me extraña porque a esas alturas sentía las piernas menos que Rambo. Probé a apoyarme alternativamente sobre una y otra mientras le lanzaba miraditas a mis padres, pero ellos han debido de estudiar en el mismo sitio que los camareros de los pubs, que controlan perfectamente el arte de no cruzarse nunca la mirada contigo para evitar que puedas pedirles nada.
Cuando logré arrancarlos de ahí y me sentía como Willy cuando estaban a punto de liberarlo... nos encontramos con Natalia y su madre.
Resulta que Natalia, aquella niña de cuyo cumpleños saqué mi pollito restaurado, ahora es madre.
Natalia es madre, y su madre una recién jubilada atravesando una crisis idéntica a la de la primera señora que nos encontramos.
En los primeros compases empecé a sospechar que ya me conocía la melodía... y para cuando llegó el estribillo perdí la paciencia y la compostura.
Obligué a mi padre a comprometerse a llamarla para darle un curso personalizado sobre la vida después de la jubilación y a presentarle a la compañera de Mami para que compartiesen experiencias y ánimos mientras arrancaba a mis progenitores de aquel vórtice de vibraciones jubiletas.
Empiezo a sospechar que hay gente que va a la Cadena del Banderín Verde como otros vamos a los bares. Voy a escribirles para que pongan, al menos, una barra por planta... a ver si eso me ayuda a ejercer de hija de mis padres con incontinencia verbal .
Tengo que tener mucho cuidado en dosificar mis visitas, porque si por Viejo Pachanga fuese yo viviría debajo de su alita, y no sola en plan Juan Palomo, que es lo que dicta la lógica de la buenas relaciones familiares.
Al pobre Pachanga se le junta el síndrome de Nido Vacío que debería haber tenido mi Mami de Toda la Vida, y la extendida idea de que sólo una vez que estás casado y/o tienes hijos "tienes tu vida".
Yo no me había dado cuenta de que estaba muerta, vaya... para mi que no sólo respiro, sino que me late el corazoncillo bastante fuerte y tengo actividad suficiente como para llenarle dos veces la agenda a cualquier ministro... Pero no... Viejo Pachanga insiste en que debería volver al nido paterno "hasta que tenga mi vida". Cualquier día me da un susto la Anne Germain intentando contactar con mi espíritu.
Eso de no tener vida implica que de vez en cuando tocan recados en plan familiaunidajamásserávencida. Viejo Pachanga se aburre de tiendas más que Penélope Cruz en una biblioteca, pero se siente marginado si no lo llevamos. Hemos intentado convencerle de que es mejor para la paz mundial que no venga... pero da mucha penilla cuando nos pone esa cara de "claro, como sólo he tenido hijas, hacéis una conspiración mujeril contra mí"... y acabamos picando.
En esta ocasión estaba particularmente animado porque íbamos a comprar cosas de bebeses y él enseguida se puso los galones de abuelo para anunciar triunfal:
- Ah, muy bien. De eso yo también puedo opinar.
Ja.
Pobre.
Sólo había que comprar un regalito para el nieto de uno de sus amigos. Un puro trámite, porque de lo que se trata es de fingir que escoges algo en La Cadena del Banderín Verde para que te den un ticket de regalo y ellos puedan cambiarlo con total tranquilidad y en el más absoluto anonimato.
Pero Viejo Pachanga se emocionó tanto con su recién adquirido estatus de experto en nietos que nos tuvo infinitas horas desentrañando los misterios de los docemil tipos de antivuelcos para cunitas con sus millones de posibilidades de funciones, diseños, materiales, texturas y colores.
Cada vez que voy a una de esas tiendas me pregunto qué azar milagroso hizo que yo sobreviviera a todos los peligros que acechan a los bebeses sin que se hubiesen inventado todos esos artilugios. No sé cómo puedo desenvolverme en este mundo cruel ¡y hasta leer y escribir! sin que mi ignorante madre pusiese en práctica los actuales métodos de motivación y estimulación.
Puro churro, supongo.
Cuando, al fin, terminó una comparativa digna del Instituto de Consumo y escogimos un modelo que tenía un osito y un cachivache que graba la voz de la emocionada madre para que, presuntamente, el bebé concilie mejor el sueño... se lo enseñamos al pobre Viejo Pachanga, que estaba al borde de la catalepsia.
Él fingió opinar, y nosotras fingimos que lo teníamos en cuenta. Todos felices.
No habíamos ni abandonado el departamento de niños cuando Mami se encontró a una compañera de trabajo. Lo que pensé que era un cortés saludo se transformó en un debate sobre las ventajas e inconvenientes de la jubilación. Hay tantos argumentos a favor y en contra que tuve tiempo de subir dos plantas, probarme 3 vestidos en French Connection y volver a bajar sin que ellos dieran por terminado el simposium.
Luego se encontraron a unos amigos con los que hacen senderismo. Con ellos abordaron el apasionante tema del futuro. Ojalá fuese en plan Aramis Fuster, que al menos le miras al pelo y te echas unas risas, pero no. Ellos hablaban de lo negro que tenemos el futuro "esta generación" mientras me señalaban como si fuese de cartón piedra. Y no me extraña porque a esas alturas sentía las piernas menos que Rambo. Probé a apoyarme alternativamente sobre una y otra mientras le lanzaba miraditas a mis padres, pero ellos han debido de estudiar en el mismo sitio que los camareros de los pubs, que controlan perfectamente el arte de no cruzarse nunca la mirada contigo para evitar que puedas pedirles nada.
Cuando logré arrancarlos de ahí y me sentía como Willy cuando estaban a punto de liberarlo... nos encontramos con Natalia y su madre.
Resulta que Natalia, aquella niña de cuyo cumpleños saqué mi pollito restaurado, ahora es madre.
Natalia es madre, y su madre una recién jubilada atravesando una crisis idéntica a la de la primera señora que nos encontramos.
En los primeros compases empecé a sospechar que ya me conocía la melodía... y para cuando llegó el estribillo perdí la paciencia y la compostura.
Obligué a mi padre a comprometerse a llamarla para darle un curso personalizado sobre la vida después de la jubilación y a presentarle a la compañera de Mami para que compartiesen experiencias y ánimos mientras arrancaba a mis progenitores de aquel vórtice de vibraciones jubiletas.
Empiezo a sospechar que hay gente que va a la Cadena del Banderín Verde como otros vamos a los bares. Voy a escribirles para que pongan, al menos, una barra por planta... a ver si eso me ayuda a ejercer de hija de mis padres con incontinencia verbal .
martes, 25 de septiembre de 2012
Érase una vez... Cuento sin Príncipe Azul ni perdices al final
Este post debería empezar con un "Hace muchos años, en un reino muy, muy lejano..." porque hace milenios que ocurrió, pero como la vida es una tómbola, precisamente estos días ha venido muy a cuento esta anécdota.
Cuando el Principito se marchó a su Planeta yo atravesé una temporada tumultuosa. Cary Grant le llama la "época mala", yo la divertida... pero no siempre nos ponemos de acuerdo en todo.
Cuando a una le roban el corazón, se lo hacen confeti y se lo tiran al mar para que nunca pueda reunir de nuevo todos los trocitos, una de las muchas cosas que tiene que hacer, además de meterse entre los brazos de sus amigos, es ir a cortarse el pelo.
Hace muchos años que mi peluquero lo es. Llevamos una vida entera de tira y afloja, porque él es un modenno de la vida, y yo una rancia. El problema principal es que yo querría tener una melena negra y lisa tipo japo... y resulta que tengo un pelillo díscolo color ratón y tendente a la ondulación.
Entre los dos hemos conseguido llegar a un pacto de no agresión. Él evita que yo parezca esa tipa del telediario que lleva tanto tiempo con el mismo corte que todos sospechamos que lleva peluca... y yo que se inspiren en mi para construir el nuevo Guggenheim.
El caso es que nunca me he teñido el pelo, porque yo quiero ser morena y él dice que no puede ser, a menos que quiera convertirme en Morticia 2.0
Aquel día el pobre debió de verme tan pachucha que cedió a mis habituales súplicas llegando a uno de nuestros pactos históricos. Accedió a darme un baño de color, pero en tono castaño. Así tendría el pelo más oscuro, aunque nunca negro, y en un par de lavados desaparecería.
Mientras yo parloteaba como un mono subido a una rama, él me advertía que no debía lavarme el pelo y acostarme sin habérmelo secado antes.
¡Claaaro!
Podía quedarse tranquilo. Yo nunca me voy a dormir con el pelo húmedo porque así me lo enseñó mi Mami de Toda la Vida, y para algunas cosas soy bastante obediente.
La cuestión es que salí de la pelu feliz como un mono después de haber atracado Pipas Facundo con mi nueva melena casi morena.
Era una noche como tantas en ASV en las que los nativos tenemos que hacer uso de nuestras branquias para sobrevivir al aguacero (no sé cómo no hay más campeones mundiales de natación aquí). Una noche como tantas, en las que coincidí con muchos otros seres humanos impermeables. Entre los que desafiaban la lluvia estaba un amigo del Principito con el que siempre había habido un leve tonteo.
Bueno... eso de leve era mientras el Principito aún estaba entre nosotros. En cuanto dejó nuestro planeta de leve pasó a grave, y aquella noche a estado crítico.
Era tan guapo como divertido, y siempre olía de maravilla.
El bacardilimónconcola emborronó tanto el dilema sobre si aquello estaba bien que cuando llegamos a mi portal estaba completamente difuminado.
No sabía muy bien cómo, había dejado que me acompañase a casa... y como llovía a cántaros dejé que subiera con la manida excusa de "invítame a la última".
Los hielos de la última derritieron las pocas barreras que aún quedaban entre nosotros y apagaron las luces y la conciencia.
De pronto mis dedos tocaron algo viscoso.
...Ups
¿Qué demonios era?
A oscuras noté que aquella cosa resbaladiza estaba por toda mi almohada.
¡Aghhh!
¿Pero qué tipo de gomina llevaba aquel fulano?
¡Bendita parestesia alcohólica!
Unos besos en el cuello me despertaron al día siguiente. Tenía un terrible dolor de estómago y un vago recuerdo de cómo habíamos llegado hasta allí... y de su gomina pringosa entre mis dedos.
Me incorporé un poco para buscar la menos dolorosa entre mis habituales excusas para echarlo de casa.
De pronto ví toda la almohada negra.
La almohada, el nórdico y mis manos... ¡También él estaba tintado de oscuro!
¿Desde cuándo la gomina era negra?
De repente reconocí aquel color... que no era negro... sino el castaño oscuro que me habían puesto en el pelo.
Moraleja: Cuando te digan que no te acuestes sin secarte el pelo después de un baño de color recuerda que no se refieren sólo a la ducha. La lluvia también moja y destiñe que te pasas.
Cuando el Principito se marchó a su Planeta yo atravesé una temporada tumultuosa. Cary Grant le llama la "época mala", yo la divertida... pero no siempre nos ponemos de acuerdo en todo.
Cuando a una le roban el corazón, se lo hacen confeti y se lo tiran al mar para que nunca pueda reunir de nuevo todos los trocitos, una de las muchas cosas que tiene que hacer, además de meterse entre los brazos de sus amigos, es ir a cortarse el pelo.
Hace muchos años que mi peluquero lo es. Llevamos una vida entera de tira y afloja, porque él es un modenno de la vida, y yo una rancia. El problema principal es que yo querría tener una melena negra y lisa tipo japo... y resulta que tengo un pelillo díscolo color ratón y tendente a la ondulación.
Entre los dos hemos conseguido llegar a un pacto de no agresión. Él evita que yo parezca esa tipa del telediario que lleva tanto tiempo con el mismo corte que todos sospechamos que lleva peluca... y yo que se inspiren en mi para construir el nuevo Guggenheim.
El caso es que nunca me he teñido el pelo, porque yo quiero ser morena y él dice que no puede ser, a menos que quiera convertirme en Morticia 2.0
Aquel día el pobre debió de verme tan pachucha que cedió a mis habituales súplicas llegando a uno de nuestros pactos históricos. Accedió a darme un baño de color, pero en tono castaño. Así tendría el pelo más oscuro, aunque nunca negro, y en un par de lavados desaparecería.
Mientras yo parloteaba como un mono subido a una rama, él me advertía que no debía lavarme el pelo y acostarme sin habérmelo secado antes.
¡Claaaro!
Podía quedarse tranquilo. Yo nunca me voy a dormir con el pelo húmedo porque así me lo enseñó mi Mami de Toda la Vida, y para algunas cosas soy bastante obediente.
La cuestión es que salí de la pelu feliz como un mono después de haber atracado Pipas Facundo con mi nueva melena casi morena.
Era una noche como tantas en ASV en las que los nativos tenemos que hacer uso de nuestras branquias para sobrevivir al aguacero (no sé cómo no hay más campeones mundiales de natación aquí). Una noche como tantas, en las que coincidí con muchos otros seres humanos impermeables. Entre los que desafiaban la lluvia estaba un amigo del Principito con el que siempre había habido un leve tonteo.
Bueno... eso de leve era mientras el Principito aún estaba entre nosotros. En cuanto dejó nuestro planeta de leve pasó a grave, y aquella noche a estado crítico.
Era tan guapo como divertido, y siempre olía de maravilla.
El bacardilimónconcola emborronó tanto el dilema sobre si aquello estaba bien que cuando llegamos a mi portal estaba completamente difuminado.
No sabía muy bien cómo, había dejado que me acompañase a casa... y como llovía a cántaros dejé que subiera con la manida excusa de "invítame a la última".
Los hielos de la última derritieron las pocas barreras que aún quedaban entre nosotros y apagaron las luces y la conciencia.
De pronto mis dedos tocaron algo viscoso.
...Ups
¿Qué demonios era?
A oscuras noté que aquella cosa resbaladiza estaba por toda mi almohada.
¡Aghhh!
¿Pero qué tipo de gomina llevaba aquel fulano?
¡Bendita parestesia alcohólica!
Unos besos en el cuello me despertaron al día siguiente. Tenía un terrible dolor de estómago y un vago recuerdo de cómo habíamos llegado hasta allí... y de su gomina pringosa entre mis dedos.
Me incorporé un poco para buscar la menos dolorosa entre mis habituales excusas para echarlo de casa.
De pronto ví toda la almohada negra.
La almohada, el nórdico y mis manos... ¡También él estaba tintado de oscuro!
¿Desde cuándo la gomina era negra?
De repente reconocí aquel color... que no era negro... sino el castaño oscuro que me habían puesto en el pelo.
Moraleja: Cuando te digan que no te acuestes sin secarte el pelo después de un baño de color recuerda que no se refieren sólo a la ducha. La lluvia también moja y destiñe que te pasas.
lunes, 24 de septiembre de 2012
El andamio
El sábado llovió mucho. Muchísimo. Estoy segura de que si hubiésemos canalizado todo el agua que cayó por la noche, ahora tendríamos un nuevo Amazonas. Somos unos dejaos.
A pesar de ello, salí con Sargento Tous, que somos muy de nuestras rutinas y un diluvio más o menos no nos disuade de nuestros planes.
Calificar a Sargento Tous de cabezota es ponerse a la altura de esas madres que dicen de sus hijos hiperdesobedientes que son "activos". Ja.
Un eufemismo de los gordos.
Ella quería estrenar un vestido que adquirió por su cuenta y riesgo en una tienda en la que compra un montón porque la dueña es majísima... a pesar de que no es la primera vez que le dan paloma muerta por liebre. En fin.
Es una de esas prendas de punto que podrían usar en la Seguridad Social para ahorrarse las radiografías. Pero la de la tienda le había dicho que le quedaba bien, y ella lo quería. Así que lo compró y luego pidió auxilio.
Fuimos a buscar una de esas enaguas de "efecto modelado" que son las fajas de toda la vida pero en plan bonito.
Aún así, el dichoso vestido tenía otro problema: un escote más complicado que la cara de Belén Esteban.
Tendría que haberle dicho que le llevase el trapo de vuelta a la Tendera que se lo cuela todo, pero me dio mucha penilla ver su cara de desconsuelo intentando sin éxito recolocarse para que el sujetador de su recién descubierta bragafaja no le asomase.
Y cedí.
Le dije que podía usar cinta de doble cara como hacen todas las actrices en la alfombra roja.
Error. Las actrices hacen caso de sus estilistas y llevan tanto bótox que no pueden ni moverse.
Sargento Tous es la reencarnación de Paco Martínez Soria en "Don Erre que Erre".
Le advertí que estrenar aquel vestido por la noche no era buena idea. Que la noche es larga y cruel... y que tanto tuneo podría salir a la luz. pero ella sentenció vía guasap: "No seas cansina".
Vale.
Ya he dicho mil veces que no es que yo sea muy lista. No llevo gafas y soy de letras... pero hasta a mi se me antoja que la combinación de humedad y cinta adhesiva tiene sus riesgos. Empiezo a pensar que Sargento Tous ha visto demasiados episodios de Al filo de lo imposible.
En el primero de los locales empezó a darse cuenta de que embutirse en una faja por debajo de un vestido de punto no es que sea precisamente refrescante.
No dijo nada, a pesar de que la piel le brillaba como la de los pollos asados mientras dan vueltas en el grill.
Yo tampoco, y le pedí una copa mientras la veía dar tirones a la faja, que se le había subido y enrollado en la barriga.
Me acordé de ella en el probador anunciándome con entusiasmo que le quedaba tan bien que pensaba ponérsela sola.
Cambiamos de bar y la cosa empeoró.
Yo miraba de reojo su escote sudoroso, temiendo que la cinta, que había adherido sobre la piel en vez de sobre la prenda, se despegase dejando a la vista toda aquella ingeniería tuning.
- Haz el favor de ponerte bajo el aire acondicionado, que vamos a salir de aquí a nado - le dije.
- Ya no tengo tanto calor- mintió
- Noooo, claro. Por eso tienes todo el pelo empapado en sudor.
- La verdad es que sí que tengo un poco de calor...y la cosa esta ya se me ha enroscado en la barriga.
- Vete al baño y quítate la faja, anda, que vas a morir deshidratada.
- No puedo, que se me pega mucho el vestido.
- (Ojillos en blanco de desesperación) Para empezar, cuando hay tanta gente en los locales sólo nos vemos de cintura para arriba, así que nadie va a fijarse. Además, mejor que se te marque un poco que estar transpirando como un camionero en un local de streaptease.
- No puedo.
De pronto entendí que el Sargento no había tenido ni la precaución de ponerse un sujetador bajo aquel andamiaje.
Alguno pensará que una buena amiga se habría retirado prontito para que Sargento no siguiera sufriendo.
Para nada. Ella sólo escarmienta en sudor propio.
Me gustaría saber cuántos quilos ha perdido después de toda esa sauna nocturna.
A pesar de ello, salí con Sargento Tous, que somos muy de nuestras rutinas y un diluvio más o menos no nos disuade de nuestros planes.
Calificar a Sargento Tous de cabezota es ponerse a la altura de esas madres que dicen de sus hijos hiperdesobedientes que son "activos". Ja.
Un eufemismo de los gordos.
Ella quería estrenar un vestido que adquirió por su cuenta y riesgo en una tienda en la que compra un montón porque la dueña es majísima... a pesar de que no es la primera vez que le dan paloma muerta por liebre. En fin.
Es una de esas prendas de punto que podrían usar en la Seguridad Social para ahorrarse las radiografías. Pero la de la tienda le había dicho que le quedaba bien, y ella lo quería. Así que lo compró y luego pidió auxilio.
Fuimos a buscar una de esas enaguas de "efecto modelado" que son las fajas de toda la vida pero en plan bonito.
Aún así, el dichoso vestido tenía otro problema: un escote más complicado que la cara de Belén Esteban.
Tendría que haberle dicho que le llevase el trapo de vuelta a la Tendera que se lo cuela todo, pero me dio mucha penilla ver su cara de desconsuelo intentando sin éxito recolocarse para que el sujetador de su recién descubierta bragafaja no le asomase.
Y cedí.
Le dije que podía usar cinta de doble cara como hacen todas las actrices en la alfombra roja.
Error. Las actrices hacen caso de sus estilistas y llevan tanto bótox que no pueden ni moverse.
Sargento Tous es la reencarnación de Paco Martínez Soria en "Don Erre que Erre".
Le advertí que estrenar aquel vestido por la noche no era buena idea. Que la noche es larga y cruel... y que tanto tuneo podría salir a la luz. pero ella sentenció vía guasap: "No seas cansina".
Vale.
Ya he dicho mil veces que no es que yo sea muy lista. No llevo gafas y soy de letras... pero hasta a mi se me antoja que la combinación de humedad y cinta adhesiva tiene sus riesgos. Empiezo a pensar que Sargento Tous ha visto demasiados episodios de Al filo de lo imposible.
En el primero de los locales empezó a darse cuenta de que embutirse en una faja por debajo de un vestido de punto no es que sea precisamente refrescante.
No dijo nada, a pesar de que la piel le brillaba como la de los pollos asados mientras dan vueltas en el grill.
Yo tampoco, y le pedí una copa mientras la veía dar tirones a la faja, que se le había subido y enrollado en la barriga.
Me acordé de ella en el probador anunciándome con entusiasmo que le quedaba tan bien que pensaba ponérsela sola.
Cambiamos de bar y la cosa empeoró.
Yo miraba de reojo su escote sudoroso, temiendo que la cinta, que había adherido sobre la piel en vez de sobre la prenda, se despegase dejando a la vista toda aquella ingeniería tuning.
- Haz el favor de ponerte bajo el aire acondicionado, que vamos a salir de aquí a nado - le dije.
- Ya no tengo tanto calor- mintió
- Noooo, claro. Por eso tienes todo el pelo empapado en sudor.
- La verdad es que sí que tengo un poco de calor...y la cosa esta ya se me ha enroscado en la barriga.
- Vete al baño y quítate la faja, anda, que vas a morir deshidratada.
- No puedo, que se me pega mucho el vestido.
- (Ojillos en blanco de desesperación) Para empezar, cuando hay tanta gente en los locales sólo nos vemos de cintura para arriba, así que nadie va a fijarse. Además, mejor que se te marque un poco que estar transpirando como un camionero en un local de streaptease.
- No puedo.
De pronto entendí que el Sargento no había tenido ni la precaución de ponerse un sujetador bajo aquel andamiaje.
Alguno pensará que una buena amiga se habría retirado prontito para que Sargento no siguiera sufriendo.
Para nada. Ella sólo escarmienta en sudor propio.
Me gustaría saber cuántos quilos ha perdido después de toda esa sauna nocturna.
lunes, 17 de septiembre de 2012
Poniendo a prueba mi inmortalidad
Que los bebeses alteran la vida es una realidad más palpable que el bigote de la Pantoja. Pero no sólo la de sus madres, no.
¡Ojalá! Al fin y al cabo son ellas las que se han metido voluntariamente en semejante lío.
Esos pequeños seres han hecho que mis amigos dejen de salir por la noche, que todos sus temas de conversación se reduzcan a mucosidades y excrementos y que vayan a la playa con sombrilla.
La juventud no se acaba con los años. Finaliza en cuanto, en vez de darse estupendos baños en el mar y pasear por la orilla en playas semidesiertas, te pones "a la sombra" en playas atestadas de críos.
Y eso no hay nutritiva de Clarins que pueda remediarlo.
Pero no sólo han afectado a mi vida social y me han llenado de babas. Me han convertido en un ser de segunda categoría dentro de mi propia familia y han puesto mi vida en riesgo.
No es broma.
Mi Mami de toda la Vida está flipada con el sobrino. No algo entusiasmada en plan abuela. Literalmente enloquecida.
Cuando el sobrino viene a casa todo se desvanece a su alrededor. El resto del mundo deja de existir, incluída yo, por irritante que me resulte.
Hace unas semanas teníamos una comida familiar y yo estaba con una contractura brutal. Mi cuello se movía menos que el rostro de Nicole Kidman, pero yo sin botox.
A pesar del dolor, mi Mami, que es la Jefa de los Asuntos Sanitarios Familiares, decidió que tenía que intentar aguantar sin ibuprofeno ni myolastan. Yo creo que las drogas han sido injustamente vilipendiadas en general y, en contra de lo que dicen los anuncios esos de "consulte a su farmacéutico", estoy a favor de su uso. Sufrimiento, no gracias.
Le hice caso.
Mal.
Cuando ya estaba rogando a Dior para que viniese la muerte pidadosa y me llevase con ella, decidí luchar por mi vida y supliqué y supliqué a mi madre para que me diese mi dosis de Ibuprofeno.
Era la hora del baño del sobrino, y el gen de abuela se había apoderado de la voluntad de mi madre. Ya no le importaba nada, salvo meter en su bañera al sobrino y jugar con él.
Cedió y sacó un blister de entre la montaña de drogas que, como mandan los farmacéuticos, "mantiene alejada del alcance de sus hijas", uséase nosotras.
Mis ojillos leyeron "1000" impreso sobre aquel envoltorio y yo vi el cielo abierto. Normalmente tomo 600 mg, asi que casi se me saltaron las lágrimas pensando que era prácticamente el doble de mi dosis habitual.
¡Mil! ¡Moooola!
Como había quedado para salir aquella noche, me tomé aquella pastilla y me fui a mi casa a arreglarme mientras esperaba a que me hiciese efecto.
Nada.
Esperé más.
Mareos y más dolor.
Uy.
Esperé más.
Náuseas. Raro.
Llamé a mi Mami por teléfono para explicarle que el dolor, no sólo no había desaparecido sino que la niña del exorcista pugnaba por apoderarse de mi ser.
Por entonces el Sobrino ya estaba durmiendo, así que el resto del mundo ya volvía a existir para la superabuela.
- Eso no puede ser- me dice- ¿Qué has tomado?
- El ibuprofeno que me dejaste sobre la cómoda. Ponía 1.000. Tendría que haberme hecho efecto ya.
- Eso no puede ser. No hacen 1.000.
Miedo. Mi Mami fue a comprobar el contenido del misterioso blíster.
Noté su voz temblorosa al otro lado del teléfono.
- Era amoxicilina. Has tomado otra vez amoxicilina.
-Nooooooooo!
De pronto mi madre y yo supimos qué se nos venía encima. La amoxicilina es mi cryptonita. Es tomarlo y se activa la espiral del mal. El mal, el dolor y los vómitos sin control.
Corrí al baño. Ya no había remedio.
Mi Mami cogió el coche y vino al rescate, pero la amoxicilina ya estaba en mi sangre y mis superpoderes me habían abandonado junto con la dignidad.
Para cuando llegó, yo lloraba abrazada a la taza del váter.
Me inyectó un primperán y se quedó esperando a que los espasmos parasen y yo me quedé frita de puro agotamiento.
Nunca sabré si ha sido un descuido involuntario o si mi propia familia atenta contra mi vida.
¡Ojalá! Al fin y al cabo son ellas las que se han metido voluntariamente en semejante lío.
Esos pequeños seres han hecho que mis amigos dejen de salir por la noche, que todos sus temas de conversación se reduzcan a mucosidades y excrementos y que vayan a la playa con sombrilla.
La juventud no se acaba con los años. Finaliza en cuanto, en vez de darse estupendos baños en el mar y pasear por la orilla en playas semidesiertas, te pones "a la sombra" en playas atestadas de críos.
Y eso no hay nutritiva de Clarins que pueda remediarlo.
Pero no sólo han afectado a mi vida social y me han llenado de babas. Me han convertido en un ser de segunda categoría dentro de mi propia familia y han puesto mi vida en riesgo.
No es broma.
Mi Mami de toda la Vida está flipada con el sobrino. No algo entusiasmada en plan abuela. Literalmente enloquecida.
Cuando el sobrino viene a casa todo se desvanece a su alrededor. El resto del mundo deja de existir, incluída yo, por irritante que me resulte.
Hace unas semanas teníamos una comida familiar y yo estaba con una contractura brutal. Mi cuello se movía menos que el rostro de Nicole Kidman, pero yo sin botox.
A pesar del dolor, mi Mami, que es la Jefa de los Asuntos Sanitarios Familiares, decidió que tenía que intentar aguantar sin ibuprofeno ni myolastan. Yo creo que las drogas han sido injustamente vilipendiadas en general y, en contra de lo que dicen los anuncios esos de "consulte a su farmacéutico", estoy a favor de su uso. Sufrimiento, no gracias.
Le hice caso.
Mal.
Cuando ya estaba rogando a Dior para que viniese la muerte pidadosa y me llevase con ella, decidí luchar por mi vida y supliqué y supliqué a mi madre para que me diese mi dosis de Ibuprofeno.
Era la hora del baño del sobrino, y el gen de abuela se había apoderado de la voluntad de mi madre. Ya no le importaba nada, salvo meter en su bañera al sobrino y jugar con él.
Cedió y sacó un blister de entre la montaña de drogas que, como mandan los farmacéuticos, "mantiene alejada del alcance de sus hijas", uséase nosotras.
Mis ojillos leyeron "1000" impreso sobre aquel envoltorio y yo vi el cielo abierto. Normalmente tomo 600 mg, asi que casi se me saltaron las lágrimas pensando que era prácticamente el doble de mi dosis habitual.
¡Mil! ¡Moooola!
Como había quedado para salir aquella noche, me tomé aquella pastilla y me fui a mi casa a arreglarme mientras esperaba a que me hiciese efecto.
Nada.
Esperé más.
Mareos y más dolor.
Uy.
Esperé más.
Náuseas. Raro.
Llamé a mi Mami por teléfono para explicarle que el dolor, no sólo no había desaparecido sino que la niña del exorcista pugnaba por apoderarse de mi ser.
Por entonces el Sobrino ya estaba durmiendo, así que el resto del mundo ya volvía a existir para la superabuela.
- Eso no puede ser- me dice- ¿Qué has tomado?
- El ibuprofeno que me dejaste sobre la cómoda. Ponía 1.000. Tendría que haberme hecho efecto ya.
- Eso no puede ser. No hacen 1.000.
Miedo. Mi Mami fue a comprobar el contenido del misterioso blíster.
Noté su voz temblorosa al otro lado del teléfono.
- Era amoxicilina. Has tomado otra vez amoxicilina.
-Nooooooooo!
De pronto mi madre y yo supimos qué se nos venía encima. La amoxicilina es mi cryptonita. Es tomarlo y se activa la espiral del mal. El mal, el dolor y los vómitos sin control.
Corrí al baño. Ya no había remedio.
Mi Mami cogió el coche y vino al rescate, pero la amoxicilina ya estaba en mi sangre y mis superpoderes me habían abandonado junto con la dignidad.
Para cuando llegó, yo lloraba abrazada a la taza del váter.
Me inyectó un primperán y se quedó esperando a que los espasmos parasen y yo me quedé frita de puro agotamiento.
Nunca sabré si ha sido un descuido involuntario o si mi propia familia atenta contra mi vida.
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