domingo, 2 de octubre de 2011

Donde dije digo, digo ¡Oh Dior mío!

Vivo en un sitio tan lluvioso que a los indígenas en vez de pelo nos sale musgo y traemos branquias de serie. Así que, que en octubre tengamos 29 grados y sol radiante me parece un regalo de ese señor de las barbas con superpoderes. Como el señor de las barbas es de opinión variable, como la nubosidad, no hay que confiarse y hay que tomar las cosas así como vienen.
Aunque habíamos salido a malear ayer (y antes de ayer) Sargento Tous tocó diana a las 11h y me hizo levantarme para ir a la playa. Yo ya había quedado con Japileidi y con Shaggy, en que llevarían también a Comiño para que continuase con su iniciación en el necesario arte de comer arena y que así crezca como los niños de antes, todoterreno e inmunizado.

Ir a la playa con bebeses tiene más ciencia de lo que a mí me parecía, y eso que Japileidi y Shaggy, de momento, no lo recubren de neopreno, ni le llevan mini-piscinas para que el niño esté como en la bañera de casa pero rodeado de señoras gordas en bikini y parejas magreándose en las toallas.
Hay que ir a unas playas determinadas, porque las cosas de los bebeses ocupan mogollón y también es bueno que haya rampas para que las bugaboo bajen adecuadamente, y bares cerca para poder calentarle las porquerías que les hacen comer a los pobres bichos indefensos que no saben que en la vida hay cosas mejores que el pollo cocido sin sal y espachurrado con verduras.
Pero, sobre todo, llevar sombrilla... Eso si que son los primeros signos de la edad, y no las arruguitas que te salen en los ojos cuando eres una personilla feliz.

Vamos, que a mi me parece que Comiño bien podría quedarse durmiendo plácidamente en su cáscara de nuez a la sombrita, que es bastante bueno y tranquilo, mientras nosotros nos damos un baño y paseamos, que es lo que se nos da mejor... pero debe de ser verdad el primer mandamiento del Credo de los Padres Primerizos:
1. Ser padres "te cambia la vida" y "hace que te replantees las prioridades"

Si hace un año alguien me hubiese dicho que Shaggy habría renunciado a nadar en un mar transparente para quedarse junto a una sillita de bebé bajo un sol de justicia, me habrían caído los pendientes del susto. Pero la vida te da sorpresas.

Japileidy, Sargento Tous y servidora nos fuimos alegremente a la orilla para disfrutar del que, con toda probabilidad, sería nuestro último baño del año. Lo pasamos de lo lindo flotando en el agua transparente, balanceadas por las olas, mientras reíamos y hablábamos de lo que haríamos en Bora-Bora cuando me toque el Euromillón.
Felíz estaba yo, moviendo los pies despacito para mantenerme a flote sin demasiado esfuerzo y parloteando como un mono subido a una rama cuando, de pronto, lo que era una inocente olita se convirtió en una gran masa de agua que rompía sobre mi desprevenida cabeza.
La fuerza de la ola me llevó al fondo y me golpeó contra la arena, y la corriente no me dejaba levantarme.
Abrí los ojos y sólo veía espuma, burbujitas y azul, mucho azul... Y supe que iba a morir, que lo había visto en las películas.
Uno de los inconvenientes de ser una cotorra, es que, cuando te suceden estas cosas, es muy probable que te pillen con la boca abierta... y digerir medio océano Atlántico no es cosa agradable ni sencilla, por lo que me atraganté con toda aquella agua salada que yo no había pedido.
Morir en domingo, mientras tu familia y amigos disfrutan de un día soleado, resulta de muy mal gusto, así que me apoyé en la arena para poder hacer fuerza y levantarme. Y lo hice, tratando, a la vez, de sujetarme el bikini que la corriente había logrado desatar.
Con el peinado propio de los náufragos,las rodillas rasguñadas, tosiendo como una tísica y con tanta agua en los oídos como para hacer una piscina en el Congo, logré ver a mis amigas, que ya habían logrado desembarazarse de tan pesado abrazo del mar porque habían visto venir la ola y habían tenido un par de segundos más para reaccionar... o, al menos, cerrar la boca.
Mientras Sargento Tous nos explicaba que la ola le había llevado las gafas de sol, yo trataba de volver a atarme las tiras del bikini tras el cuello.

- ¡Tienes un pecho fuera!- me gritó Japileidi muerta de risa.

Miré hacia abajo y vi que, mientras yo me afanaba en abrocharme el bañador, éste ya no tapaba nada. Volví todo a su sitio y até por fin el bikini mientras oía a mis dos malvadas amigas hacer leña del árbol caído.
Y es que, toda la vida despotricando contra el topless, vanagloriándome de que yo no ando enseñándole el pecho a cualquier mirón playero... para acabar dando una imagen similar a la que daría la Bruja Lola si decidiese cambiar de profesión y se pusiese a mostrar sus encantos en la Casa de Campo.

Si es que siempre tiene razón mi abu, no se puede escupir para arriba.






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