lunes, 13 de junio de 2011

Elegancia interior

No sé qué me pasa, pero últimamente no hago más que llegar tarde. Lu se vuelve a BCN y quedamos para tomar un café de despedida.
Iba a decir para desayunar, pero teniendo en cuenta que era a las 12h a alguien le puede parecer que me estoy burlando. Y es que este nuevo horario me va a hacer una mujer de mala vida.
Ya soy yo bastante tendente a trasnochar, como para que, encima, me lo fomenten en el trabajo.
Seguro que debe de venir algo de esto en el Estatuto de los trabajadores, o algo, porque no puede ser sano.

Bueno, que esto de la vida desordenada parece ser contagioso, y la habitación se me ha puesto a juego.
Como iba más apuradilla que un yonki a su cita con la metadona, decidí no molestarme en absoluto y arramblé de la silla del desorden la misma cazadora que me había puesto ayer para salir corriendo.

Me gusta vivir en mi barrio. Produce el mismo efecto que pasear delante de una obra para que te piropeen, pero en versión educada y mucho más familiar.
Crucé el portal con paso decidido, el bolso en la mano y la cazadora sobre el brazo porque no hacía demasiado frío, pero me quedé petrificada cuando el dueño de la tienda de muebles que hay a cincuenta metros de mi casa, que siempre tiene alguna cosa bonita que decirme, se me quedó mirando como
extrañado.
Inmediatamente me miré los pies, por si había salido de casa con zapatillas... pero no. Peep Toe de Pura López con una flor de rafia en un lateral. Una monada.
Pasé por delante del kiosco, y el dependiente levantó la mano para saludar, pero se quedó a medio camino del gesto como si Iceman lo hubiese tocado con uno de sus rayos.

Volví a mirarme los pies. Nada.
¿Una carrera en la media? Tampoco.

Sigo andando y veo que el farmacéutico entrometido me sigue con la mirada, desde detrás del mostrador, pero tampoco me da los buenos días. Acelero el paso, porque empiezo a ponerme cada vez más nerviosa y la señora de la panadería sale haciéndome señas.
La miro y no entiendo por qué señala mi bolso.
Miro el bolso, ni si quiera había pensado en la remota posibilidad de que los comerciantes de ASV fuesen a fijarse en lo adecuado o no de mis complementos... ¡Maldición!
¡No era el bolso!
Llevo colgando del brazo un sujetador de encaje blanco como si fuese una especie de bandera feminista o algo peor.
Agradezco a la panadera que haya tenido el detalle de no dejarme atravesar la ciudad luciendo la ropa interior de ese modo y me vuelvo a casa saludando uno por uno a los que han visto mi peculiar pasarela íntima.
Ya no hay nada que se pueda hacer por salvar mi orgullo y, encima, no podré explicarle a Lu por qué he llegado tarde.

3 comentarios:

  1. Hola!!
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    Melannie.

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  2. Ay!!! Pero qué abandonaditos nos tienes...
    Bs.
    Sonia

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  3. ¡Ay Sonia! Me han reñido este mismo viernes... y por eso no he dejado pasar el finde sin escribir un post.
    Debo de estar perezosa y tonta, porque no será que no me pasen cosas...
    Muchas gracias por tus comentarios.
    Un beso

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