lunes, 19 de abril de 2010

Atrapa a un ladrón (y pégale una patada voladora)

Pesa sobre mi una orden de alejamiento. No sé de cuántos metros porque la autoridad competente, uséase Gran Torino, no ha tenido a bien notificármelo. La duración del castigo es de varios días, pero tampoco se sabe con exactitud cuántos.
La sanción nos permite ir juntos al cine, que no está mal, pero ni un cochino beso ni un mísero abrazo.
Peor que un perrillo. Sólo le falta comprarse una correa de esas regulables y llevarme así por la calle.
La cuestión es que el sábado ya empezó mal la cosa. Aprovechando que el domingo él no tenía uno de sus habituales partidos, habíamos quedado en hacer algo... algo impreciso que suponía comer juntos después del baloncesto y hacer una excursioncilla.
Pues el sábado por la noche, antes de cenar, Gran Torino me comunica que se había olvidado de que, justo el domingo (uséase, unas horas después, sin dejarme a mi mucho margen de maniobra) ya había quedado para comer... era un compromiso previo, así que ni duda cabe de que la comida que sacrificaba de su apretada agenda era la mía.
A mi con estas cosas se me pone cara de limón y no lo puedo remediar.
Y si yo pongo cara de limón, él de vinagre... y ya tenemos el aliño listo para la tercera guerra mundial.
Cenamos sushi, una tempura de verduras, y una botellita de A Coroa, precedida de una copita “pre”.
Importante lo del menú, para que cada uno haga sus cálculos.
Esto de enfadarse es un poco rollo, porque a mi me cuesta bastante trabajo estar mucho rato de malhumor, y prefiero hacer las paces rapidito y seguir siendo felíz, que me gusta más... así que la cena fue relajada y nos fuimos a tomar algo. Entiéndase por algo 2 copazos.
Aquí también lo pasamos bien, pero al día siguiente madrugábamos y Gran Torino quiso irse. Nos fuimos.
De camino a casa a Gran Torino se le ocurre entrar en un bar a tomar “la última”. Y entramos.
Nótese que soy obediente y a pesar de que debería estar un poco chinchada porque me había chafado los planes domingueros me estaba portando superbien. Esto es importante para mi defensa, creo yo.
El bar en cuestión era un antro de pi-jipis. Reconozco que no es un lugar de mi predilección, y que la gente con poca querencia por la ducha y el aseo personal me pone un poco de los nervios... pero entré y pedimos una copa felices de la vida.
En estos bares no son frecuentes los guardarropas, y éste no es una excepción, así que dejé mi trench sobre una especie de baúl que estaba a menos de un metro de donde nos encontrábamos y pedimos.
Tres segundos después (tres segundos, lo juro por Dior) eché un vistazo al baúl para asegurarme de que mi trench seguía allí... Y no estaba.
No es la primera vez que me roban una cazadora por la noche. No es la primera vez y lo odio. Odio perder la prenda, odio tener que irme a casa desabrigada, odio la cara de tonta que se te queda... odio que la gente sea tan mezquina.
Me puse triste y de mal humor. Gran Torino me sugirió que buscase en el baño por si alguien lo había cogido por error (nada), sobre las barandillas (nada), en el perchero de la entrada (...nada).
Me enfadé más, mucho. En concreto me puse como una hydra a la que le cortan una de sus cabezas. Te vuelven a crecer, pero duele.
Le dije a Gran Torino que me iba, porque me parecía absurdo quedarnos tomando la copa allí tranquilamente como si nada...
Gran Torino espera de mi que sea como la tía abuela de un amigo mío que cuando su cuñado le dio la noticia de que los altos hornos de Vizcaya se habían hundido, y que como consecuencia ella estaba arruinada, ella le dijo por toda respuesta:

- Dinero fácil, fácil se va ¿más té, querido?


Yo no. Yo soy más de melodrama y tragedia griega, así que me fui de allí llorando a lágrima viva por las injusticias del mundo y la mala fe de quien se apropia de los trenchs ajenos.
De pronto, me doy cuenta de que estoy sola y ni si quiera sé muy bien dónde. Llamo a Gran Torino y no me coge el móvil. Lloro más y sigo andando. Estoy perdida en mi propia ciudad, sólo llevo una chaqueta finita y tengo frío. Frío y rabia.
Me suena el móvil y es Gran Torino. Enfadado (encima) porque dice que no me ha oído decir que me iba y está esperándome en el dichoso bar.
Discutimos y lloro más. Mucho. Me paro en la calle y lloro y me enfado. De pronto Cary Grant, que por lo visto salía de trabajar a esas horas, aparece ante mi. Me mira. Mira mis ojos hinchados y mi rimell corrido y me dice:

- ¡Tienes un aspecto lamentable! ¿qué haces aquí?

Yo lloro más y le explico (Gran Torino sigue al teléfono) que unos jipis malvados me han robado mi trench de french connection. Quiero mucho ese trench y me parece mal que los jipis asquerosos me roben la ropa.
Cary Grant mira con preocupación a unos perroflautas que están justo allí, con sus perros, sus rastas, sus medias de colores y sus flautas, porque yo lloro mucho y le digo algo de darle una patada voladora a alguien (espero que Cary Grant me explique esta parte de mi discurso porque, la verdad, no la recuerdo).
Cary Grant habla con Gran Torino para averiguar dónde está el Mordor de los jipis y llevarme allí.
Gran Torino, que no tiene paciencia, ni consideración, ni le importa un pito mi trench negro que me costó un riñón y parte del hígado me ha colgado el móvil, así que yo estoy aún más enfadada.
Cary Grant me deposita en la misma boca del Monte del Destino y se va a dormir mientras yo le monto al Gran Torino una granja de pollos en un pispás.
Estoy enfadada con todos los jipis del mundo, estoy enfadada con el Gran Torino por haberme dejado vagando sola por la ciudad, enfadada con los dueños de los antros sin guardarropa...
Gran Torino junta las cejas mucho e hincha las aletas de la nariz y se va a su casa. Yo, sin dejar de llorar, voy detrás como el perrillo de los jipis.
Él, que echa humo y a estas alturas de la película ya ni me dirige la palabra, se va a la cama mientras yo me quedo sentada en el sillón llorando como si el fin del mundo conocido se aproximase.
El rimmell y las lágrimas combinan de pena. De tanto llorar los ojos me escuecen como si me hubieran arrancado los párpados y echado sal. Además, llorar cansa mucho. A mi me agota, francamente... así que me fui a la cama y desperté a Gran Torino para informarle de que ya estaba más tranquila.
Al día siguiente nos levantamos para ir al partido y le pido a Gran Torino que me lleve a mi casa a coger un abrigo. Gran Torino no hace zumo. Gran Torino desayuna un plátano en plan rencoroso.
Enciendo el móvil y veo un mensaje de un número que no conozco diciéndome que mi querido trench ha aparecido.
Gran Torino había dejado mi número en el bar por si aparecía. Lo peor es que yo, más chula que un ocho, le dije:
- ¡Aparecer! ¡ja! ¡¡sería la primera vez en mi vida que me roban una cazadora y aparece!!... ¡fíjate lo que te digo! si aparece el trench te invito a cenar al restaurante que quieras...

Gran Torino es un exquisito. Ya puedo ir ahorrando.
Espero que para entonces ya me vuelva a querer, porque de lo contrario va a ser una cena muy aburrida.

1 comentario:

  1. Si es que eres una desconfiada, si los jipiolos tienen razón en eso de paz y amor, compartamos todo, incluso un trench estupendo que alguien ha dejado justito ahí para que me lo pueda poner a echar un pitillito en la puerta del local mientras espero a los colegas, si luego ya lo devuelvo, sin quemar ni ná...

    ResponderEliminar